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A pesar de que el mundo se horrorizó ante el asalto de las tropas israelíes a las seis embarcaciones de la flotilla internacional de ayuda humanitaria para la Gaza bloqueada, el 31 de mayo pasado, el Estado sionista no ha sido condenado por los organismos que en otros casos se apresuran a ejercer la supuesta función de seguridad planetaria.
La muerte de al menos nueve de los activistas de la solidaridad, acribillados a balazos alevosamente en horas de la madrugada, va quedando impune y en el prontuario de asesinos, a algunos de los soldados participantes en la masacre puede añadírsele ahora el fichaje como vulgares ladrones.
Mientras estuvieron detenidos por las autoridades de Tel Aviv, los participantes en el convoy pacífico fueron oficialmente despojados de sus pertenencias, incluidos teléfonos móviles y tarjetas de crédito, además de laptops, otros bienes y pasaportes.
Al momento de ser puestos en libertad, tras la presión internacional y el rechazo al crimen cometido por los comandos de asalto israelíes, algunos de esos objetos no fueron devueltos, incluidos varios pasaportes.
Ahora, el diario británico The Guardian recoge las denuncias de algunos activistas: sus tarjetas han sido utilizadas en compras hechas desde Israel, y en otros casos se han hecho llamadas telefónicas con los celulares.
Con la de Kathy Sheetz, una joven de California, EE.UU., que viajaba en la embarcación Challenger 1, se han hecho transacciones desde Israel por mil dólares, asegura el periódico.
Otro perjudicado es Ebrahim Musaji, de Gloucester, Gran Bretaña, quien tripuló el Mavi Marmara, la embarcación donde fueron asesinados los nueve activistas turcos. Él puede mostrar una declaración bancaria en la que se asegura que el 9 de junio utilizaron su tarjeta para una compra de 82 libras esterlinas, y al día siguiente otras transacciones se hicieron con el sitio thisipod.com, a pesar de que él tuvo la precaución, en cuanto llegó a Inglaterra el 7 de junio, de cancelar su credencial bancaria.
«Fuimos secuestrados, fuimos atacados, y ahora hemos sido robados», denunció Ebrahim Musaji, de Gloucester, Gran Bretaña.
Al periodista italiano Manolo Luppichini le gastaron 54 euros de la tarjeta confiscada durante el secuestro, mientras que el norteamericano David Schrmerhorn, de 80 años y residente en el Estado de Washington, afirma que de su iPod se han estado haciendo llamadas telefónicas.
Nada sorprendente hay en las revelaciones, pues las acciones de miserable raterismo ejecutadas por los soldados solo son reflejo de una rapacería mayor: el ultraje al pueblo palestino y la usurpación de su territorio.
Si Israel no ha sido condenado explícitamente por sus crímenes, se debe a la protección de quien es su socio mayor, Estados Unidos, y resulta interesante notar que a los vínculos y la política oficial entre ambos, se une ahora la «voluntariedad» para afianzar esos estrechos lazos.
Con orgullo y beneplácito, el diario The Jerusalem Post anunció la pasada semana la puesta en práctica por la organización Aish Machal de un plan de reclutamiento de no-israelíes —la mayoría norteamericanos— para servir como voluntarios militares en las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF).
Contribuyen a ese esfuerzo Birthright, Hillel y otras organizaciones judías en los predios universitarios, las que esperan reclutar y conectar con Israel a decenas de miles. Al menos ya comenzaron con los primeros 20 jóvenes varones que se entrenan en un programa físico riguroso, además de adentrarlos en historia e identidad judía y sionismo. También aspiran al alistamiento de mujeres en los deberes militares.
Escribió el periódico sionista: «Servir a Israel no debe verse solo como una responsabilidad; debe verse como un noble honor». Que lo digan los asesinos y ladrones, y lo testifiquen las víctimas de la flotilla humanitaria para Gaza.