Inter-nos
Hablemos hoy de cifras multimillonarias, y también de los multimillonarios. Solamente para sus guerras en Iraq y Afganistán, la administración Bush está gastando cada mes una friolera: 12 000 millones de dólares. Desde que los atentados del 11 de septiembre de 2001 le dieran la «justificación» el Congreso de Estados Unidos ha dispuesto de 610 000 millones en dineros para sus agresiones bélicas, casi lo mismo que utilizó durante la guerra de Vietnam, cuando los contribuyentes al Tesoro de EE.UU. pagaron por ese engendro destructivo 650 000 millones de dólares.
Perdónenme que los agobie con tales números, pero necesitamos conocerlos para saber cuán ancha puede ser la brecha que divide al mundo y a los seres humanos. Dice el Congressional Research Service que en el año fiscal 2007 la apropiación para ese maldito propósito es de 166 000 millones de dólares, un incremento del 40 por ciento sobre lo aprobado en el año 2006.
Tanta plata derrochada, enriquece a algunos; a gente que habita en otro mundo que, para ellos, no puede ser mejor posible, mientras aplastan a decenas de millones que apenas ven un plato de comida al día: los seres sin nombre, puras estadísticas en los informes de organismos internacionales, nada duchos en enfrentar el malgasto y exigir la solución de los muchos males.
Esos multimillones se me ocurre enyugarlos a otros, también significativos y reveladores de tanta miseria humana, no la de la pobreza material, sino la escasez perentoria de valores humanos, la del egoísmo superlativo, la de la indiferencia hacia el otro, la de la ambición desmedida.
CorpWatch, un grupo y una publicación en la web que rastrea, investiga, denuncia y expone cómo las grandes corporaciones violan los derechos humanos, agreden el medio ambiente, cometen fraude y expanden la corrupción alrededor del mundo, sacó a la luz hace un par de semanas los «salarios» disparados de los presidentes y directores ejecutivos de las grandes compañías, las ganancias exorbitantes de quienes poseen el control de esos consorcios.
El año pasado los CEO (chief executive officers) de las 500 mayores compañías estadounidenses tuvieron una compensación anual de 15 200 millones de dólares. Los ocho que están a la cabeza de esa lista de privilegiados se embolsaron nada menos que 100 millones de dólares.
CorpWatch menciona a uno que no llegó siquiera a esa pequeña lista cumbre, y bien puede en su caso ejemplificar las disparidades de este mundo cruel. Larry Ellison, el jefe ejecutivo o CEO de Oracle, el gigante del negocio del software, ocupa el onceno lugar entre los hombres más ricos del mundo. No lo hizo mal el año pasado cuando ganó más de 16 000 millones de dólares.
El economista Austan Goolsbee, de la Universidad de Chicago, generaliza con este caso lo que sucede con otros CEO que tienen tanto dinero, es tanto el caudal que ganan y atesoran que ni siquiera pueden gastar en consumo personal lo suficiente para que de modo natural sus fortunas cesen de crecer. Calcula Goolsbee que Ellison tendría que gastar unos «183 000 dólares cada hora en cosas que no pueda revender, como fiestas o comidas, para evitar que su fortuna se incremente». Casi cuatro y medio millones de dólares diarios.
Por eso Dwight Schar, el CEO del gigante de la industria de la construcción NVR, pudo gastarse hace tres años 70 millones de dólares en su nueva casa en Palm Beach, Florida, una mansión con 18 cuartos de baño y un cine teatro, entre otros atributos.
Compare la situación con otra simple cifra de un reciente estudio del Programa Mundial de Alimentos: En Bolivia el 22 por ciento de la población —unos dos millones de personas— consumen menos de 1 100 calorías diarias de las 2 700 recomendadas por los organismos de salud. ¿A cuánto subirían sus calorías si pudieran participar en el banquete de 183 000 dólares la hora de los CEO estadounidenses?