Acuse de recibo
Los innegables esfuerzos del Estado cubano para atender a tantos damnificados del huracán Irma no niegan la posibilidad de que, como en muchas tareas masivas y tensionantes, alguien pueda no haber sido atendido como correspondía, mientras esperaba disciplinadamente por su oportunidad.
Mayra Vélez Pérez (calle 16 No 109 entre 11 y 13, apto 6, municipio de Plaza de la Revolución, La Habana) tiene la impresión de que no la tuvieron en cuenta, aunque no fuera de los más afectados. Pero su techo se dañó con los fieros vientos del ciclón, al punto de que levantaron unas 50 losas de la rasilla del mismo, y otras quedaron flojas.
De inmediato fue al puesto de mando indicado y reportó sus daños. La atendieron muy bien, le tomaron todos los datos, el número telefónico. Y como ella trabaja, y la madre es impedida visual, dio también el número de su móvil para que le avisaran a tiempo cuándo iría el correspondiente inspector a la casa. Le dijeron que en un plazo de dos a tres días la visitarían, y ella se fue confiada.
Los días pasaron, y como había tantos casos de damnificados, muchos en peores circunstancias que las de ella, Mayra aguardó conscientemente. Ya había transcurrido más de un mes cuando decidió retornar a ver cuándo iría el inspector. Y al arribar, se topó con que el puesto de mando ya había cerrado. Y le dijeron entonces que si no había ido en las primeras 72 horas a anotarse, ya no tenía derecho.
«Mi incomodidad fue tanta que hasta la presión me subió, confiesa. ¿Dónde o cuándo dijeron que esto iba a ser así. Es más, me dieron seguridad de que sería atendida», cuenta.
Acostumbrados a lo que anda mal y torcido, que por lo general es estridente y llama demasiado la atención, a veces extraviamos el visor para distinguir el bien, que se prodiga muchas veces discretamente, en silencio, y sin esperar recompensa alguna; aunque no pocos lo han olvidado.
A Fernando Castosa Vigil (San Carlos 37, entre Morell e Iznaga, Santos Suárez, La Habana) le bastaron dos ocasiones en que hizo la cola en el departamento de Ferretería de la tienda en divisas Isla de Cuba, de la capitalina calle Monte, para descubrir que aquella joven dependiente es excepcional.
En espera de que la muchacha los atendiera, había unas 12 personas en fila, para adquirir distintos productos. Fernando la observaba todo el tiempo sin que ella se percatara, pues andaba muy ocupada en cada quien, además de vender y cobrar ella solita.
El observatorio de Fernando descubrió que a nadie ella trató con indiferencia, como esos témpanos de hielo que ni te miran a la cara y a duras penas puedes sacarle un sí y, sobre todo, un no. A todos los clientes les brindaba información acerca del producto que demandaban.
Se preocupaba por hacer gestión de venta en cuanto a la calidad de los productos que allí se ofertaban. Y era tal su ritmo de trabajo, que ni siquiera le prestó mucha atención a otra compañera suya que fue a darle conversación, precisa.
«Evidentemente, no estaba haciendo nada extraordinario, refiere. Estaba cumpliendo con su deber, pero muchos nos quejamos y se dice de forma indiscriminada que a nadie le importa nada.
«Ella es una prueba de que sí hay personas a las cuales les importa todo. Lo que sucede es que para eso se hace necesario formar valores y principios que promuevan actitudes como la de esa dependienta, que bien vale la pena se le reconozca y sirva de guía para tantos jóvenes que hoy se forman en la actividad laboral», dice.
Fernando localizó en la tienda a la jefa que estaba al frente de la misma y le solicitó que de ser posible destacaran esta actitud laboral de la muchacha en la próxima asamblea de trabajadores. Se llama Mayelín, no lo olvide, estimado lector. Si visita la tienda Isla de Cuba, vaya al departamento de Ferretería y de seguro la detectará rápidamente.