Acuse de recibo
Desde el 16 de junio de 2013, Olga Margarita Castillo Vargas (calle 14, entre 1ra. Avenida y Avenida de Céspedes, Manzanillo, Granma) despachó para Cuba una caja con objetos que adquirió al final de su misión de colaboradora en la República Bolivariana de Venezuela. En diciembre de 2015 (su carta se publicó el 9 de enero), aún el envío, inexplicablemente, no había llegado a su destinataria en suelo cubano.
Refería la licenciada en Hemoterapia que empleó para dicha gestión «el servicio de Transcarga a Puerto Bayamo, en el contenedor 91». Asimismo, afirmaba que había llamado en varias oportunidades a Transcarga y nunca atendían el teléfono; en tanto, al comunicarse con Venezuela le aseveraban que sus pertenencias habían arribado a la Isla en mayo de 2015.
Otros internacionalistas conocidos de la lectora habían remitido bultos al final de su colaboración, y estos habían llegado, aunque algunos con faltantes, relataba.
A propósito responde Juan Carlos González Zamora, director general del Grupo Empresarial de Transporte Marítimo Portuario (Gemar). Afirma Juan Carlos que su institución «le comunicó a la promovente la situación en que se encuentra su carga en la actualidad y le expresamos que su contrato fue personal, empleando como vía de servicio la Agencia Espiral Infinito».
«La Empresa de Transcargo —enfatiza el directivo— no participa en la transportación de la mercancía y se responsabiliza con la carga una vez que arriba al país».
De igual forma, concluye el funcionario, respecto a los faltantes que mencionan en paquetes de otros colaboradores, no se pudo verificar por falta de los datos personales de estos.
Agradezco la breve contestación. Pero he de apuntar algunos aspectos que permanecen lamentablemente en una nebulosa. Si Gemar pudo comunicar a la colaboradora el estado en que se encuentra su carga, entonces se puede suponer que la carga existe, o sea, que no se perdió en algún limbo sin regreso y, también, que de alguna manera Gemar debía estar informado de su trayectoria hasta llegar a suelo antillano. ¿Por qué el directivo no expuso entonces en su respuesta pública cuál es finalmente la situación del paquete de marras?
Por otra parte, al mencionarse un contrato «personal» con la Agencia Espiral Infinito, ¿qué debe inferirse? ¿Pertenece a Cuba o a Venezuela? ¿Existe alguna cláusula o convenio en virtud del cual Gemar y Espiral Infinito sean co-responsables por el destino final de las cargas?
En fin, quedan muchas preguntas sobre el tapete, y la gran angustia del cuento, que es la pérdida de pertenencias de una trabajadora cubana, aún pesa.
Con caligrafía temblorosa escribe desde la punta de Cuba, allá en Guantánamo, el veterano Elsiviades Cautillo Tomás. Su historia remite inevitablemente a otras que hemos publicado en la columna. Resulta que Elsiviades, con 72 años a cuestas, no ha podido jubilarse porque en su expediente aparecen solamente 23 años de trabajo, en vez de los 34 que sostiene haber laborado.
En el documento legal, afirma el remitente, faltan algunas hojas que debían estar. Y sin el legajo completo —le han dicho en las entidades implicadas— es imposible obtener la jubilación. Elsiviades tiene cinco hijos, pero cuatro de ellos, mujeres, se desempeñan como amas de casa y no tienen condiciones económicas para mantenerlo.
Más allá de que a su carta le faltan elementos que podrían clarificar el asunto, uno puede percibir, en ancianos como él, una falta de orientación notable. ¿Qué pudieran y debieran hacer las instituciones correspondientes para encaminar a personas con estas necesidades? Existen formas legales de probar años de trabajo, ¿le han sido oportuna y suficientemente explicadas a este adulto mayor? Cuba es cada vez más —y con orgullo— un país de ancianos. De cuanto allanemos las gestiones y la vida de ellos penderá la armonía y el bienestar social. En Rosa de Mata s/n, municipio de Baracoa, Elsiviades espera comprensión y ayuda.