Acuse de recibo
Fe del Carmen Parra Meneses (Carretera Bibijagua, kilómetro 2, La Caoba, Isla de la Juventud) asegura en su carta que lleva más de un año gestionando con las entidades y organismos competentes para que detengan la contaminación ambiental que viene produciendo el molino de piedra de la Industria de Materiales de la Construcción, muy cercano a su casa y otras viviendas.
Refiere la remitente que la emanación desmedida de polvo de mármol está provocando enfermedades respiratorias, irritaciones en los ojos y la piel, y contamina los alimentos, el agua potable, además de las molestas suciedades que provoca. Y perturba la reproducción de aves, conejos y cerdos.
Asegura Fe del Carmen que, de acuerdo con la información por ella acopiada, los funcionarios de esa entidad señalaron que la tecnología del molino estaba incompleta, pues faltan los colectores húmedos para disminuir la incidencia del polvo. Pero aún así, los explotan. Y no se han adoptado medidas para minimizar esas afectaciones.
«Lo cierto —señala— es que persiste una pasividad total para dar una solución a un problema tan serio, que afecta la salud de los seres humanos».
Fe del Carmen sostiene que posee evidencia documental y gráfica del daño medioambiental que representa el molino. Y afirma que ha tramitado su queja con la Unidad Territorial de Medio Ambiente, el delegado municipal de la Construcción, el Centro de Higiene y Epidemiología Municipal y el Departamento de atención a la población del Gobierno municipal. Pero todo sigue igual.
Cuenta Denia Luisa Vidal Reyes (calle 53 No. 3922, apto. 9, Nueva Gerona, Isla de la Juventud) que, en el primer trimestre de 2013, una brigada de la Empresa Constructora Integral 4 de ese municipio alentó las esperanzas de los vecinos de ese inmueble cuando los reunió para informarles que les iba a impermeabilizar la cubierta del mismo.
«Ahora —afirma— lo más triste es que todos nos mojamos: los del otro edificio y los del nuestro. Subieron sin tener las condiciones creadas, comenzaron a regar una pintura anaranjada, después regaron un líquido rojo. Y no terminaron de pegar la manta, pues se terminó el gas».
Y el problema era que no habían hecho el contrato con Cupet, asegura. En julio pasado detuvieron la obra. Ahora llegaron las lluvias. Las mantas que quedan están pegadas por el sol, y los apartamentos se mojan más que antes.
Denia Luisa cuestiona con toda razón: «¿Servirán estas mantas cuando ellos algún día regresen? ¿Regresarán? ¿Quién paga este derroche de materiales? ¿Nuestra economía resiste casos como este? Mejor no comenzar lo que no se puede terminar», sentencia la lectora.
Oscar Lage Flores (Edificio D-23, apto. 15, Zona 8, Alamar, La Habana) descubrió la sensibilidad y el desinterés material en la madrugada del 25 de septiembre, en las afueras del Hospital Naval, de la capital, allí donde muy pocos se detienen.
Cuenta Oscar que él y su esposa llevaban mucho tiempo intentando llegar a su casa, sin que nadie les parara. Ellos solo eran un punto borroso en la madrugada. Algo ajeno desde las ventanillas de los autos.
Ellos venían exhaustos de acompañar a un familiar enfermo, ingresado en el centro asistencial. Y estaban desplomados cuando aquel taxi se detuvo, sin ellos haberle hecho señas.
El chofer los convidó a montarse. Y los trasladó hasta su domicilio, sin costo alguno. Entre perplejos y conmovidos, se apearon de aquel auto. Fue un misterio del bien y el desinterés aquella noche, para Oscar y su compañera. Una buena zurra a mucha ambición y codicia.
Nunca olvidarán a aquel anónimo chofer, sin tarifa ni precio.