Acuse de recibo
Desde el apartamento B5 del edificio E5, en el reparto Hermanos Cruz de la ciudad de Pinar del Río, escribe José José A. Hernández. Y lo hace para que alguien le confirme si es víctima de una confusión, o de un robo disfrazado, a partir de una extraña forma de cobro que ha instaurado allí Acueducto, por los servicios hidráulicos.
Refiere que en enero del presente año el cobrador del agua le llevó un recibo por diciembre de 2011 y enero de 2012, más febrero de este año, adelantado. Pero ya diciembre de 2011 le había sido cobrado a él, y con mucha exigencia para que pagara rápido, so pena de recargo.
Ahora en el pasado mes de abril, resulta que el recibo a cobrar incluía los meses de febrero, ya pagado, junto a marzo y abril. Pero, además, venía también mayo, como adelanto otra vez de un servicio que no ha disfrutado.
«Cuando termine el 2012, ¿va ser un año de 16 o 18 meses para los de Acueducto? Uno no puede dejarse robar impunemente. Y lo peor es que esa situación está generalizada aquí», señala José.
Marcos Ferrer (Nueva del Pilar 213, entre Arroyo y Santa Marta, Centro Habana) quedó puesto y convidado el pasado 4 de mayo con cinco amigos, jóvenes como él, en el llamado Café Literario de G y 23, en el Vedado.
Los jóvenes solicitaron cuatro cafés capuchinos y un trago (no precisa cuál). A la media hora, una camarera les preguntó si iban a consumir algo más. Ellos solicitaron otro café capuchino, para justificar el estar un tiempo más en el sitio, y conversar; pues no tenían más dinero. Y ahí comenzó la escena del absurdo:
La camarera les dijo que no podían pedir un solo café capuchino para seis personas. Llegó el administrador y les dijo lo mismo: no podían seis personas pedir un solo café, pues él tenía un plan de recaudar 8 000 pesos diarios. Por demás, refiere Marcos, la camarera les manifestó que tenían que consumir un café en 15 minutos.
Marcos se pregunta adónde ha ido a parar el entusiasmo efímero de aquel Proyecto 23, y connota el cambio general que ha sufrido el Café Literario de G y 23, que no es un verdadero café, y mucho menos literario.
«El trato no es bueno, refiere, y en un café literario, donde se supone que algunas personas vayan a leer o estudiar, se pone música de reguetón y otros géneros demasiado movidos.
«En el grupo de amigos, todos eran estudiantes menos yo. No tenemos mucho dinero, y solo salimos los fines de semana. Fue muy desagradable el incidente», concluye Marcos.
Raúl Baéz (Fernando Figueredo 321 A, entre Vicente Iriondo y Calle A, reparto Rivas Fragas, Ciego de Ávila) escribe para reconocer, por experiencia propia, el desempeño de los trabajadores de la Aduana en la terminal 2 del Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana.
«Quiero destacar la amabilidad con que tratan a los viajeros que entran al país a través de esa Terminal, y a los que salen. Los destaco a ellos porque es por donde he entrado y salido siempre».
Señala que esos empleados laboran con mucha ética y respeto al viajero, tratando de ayudar siempre, y brindar toda la información que a ellos se les solicita. Las veces que ha utilizado sus servicios nunca ha percibido zoquetería ni mal humor. Y ese mismo trato, Raúl lo ha sentido también en los trabajadores de Inmigración allí y en el propio Ciego de Ávila.
El doctor Pedro López Saura (Ave. 12 No. 6810, Playa, La Habana) alerta que la indisciplina social y el vandalismo se están ensañando con los bancos para sentarse. Ya todos los de la Avenida 70, de Playa, de concreto, «desaparecieron», y tuvieron que ser sustituidos por otros con respaldar.
En la Quinta Avenida de Miramar, Pedro detectó que entre las calles 6 y 8, había cinco bancos a los que ya le habían zafado la plancha del asiento, y estas estaban listas para llevar.
¿Esperaremos impotentes la extinción de los nobles bancos?