Acuse de recibo
El pasado 3 de febrero reflejé un S.O.S. con sabor a limón: Desde Ciudad Sandino, Pinar del Río, Rolando Grau rezumaba nostalgia por los 25 años laborados en la Empresa de Cítricos fundada por la Revolución en ese territorio. Y contaba cómo aquel frutal empeño fue muriendo, al punto de que las escasas hectáreas sobrevivientes son víctimas hoy de la sustracción ilegal y el desvío: «Dan deseos de llorar, a quien conoció esta empresa hace 40 años».
Ahora explica Rogelio Iglesias, delegado de la Agricultura en Pinar del Río, que ese programa citrícola comenzó en los años 70, destinado al consumo nacional y a la exportación, en el marco de la integración fomentada por el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), que feneció con la caída del socialismo europeo.
El derrumbe fue un duro golpe, precisa. La mayor parte de los insumos que aseguraban las plantaciones provenía de esos países. Y ello redundó en la caída productiva, pues hubo que priorizar otras destinadas al programa alimentario, en condiciones financieras extremas.
Agrega que esa zona occidental del país ha sido durante los últimos 15 años muy afectada por huracanes de gran intensidad y largos períodos de sequía; lo cual castigó las plantaciones, sin la garantía del riego por bombeo ni otros aseguramientos. Y con la falta de atención cultural, aparecieron enfermedades como el HLB, que hacen inutilizable el fruto y hasta las propias semillas.
«Muchas áreas —expresa— fueron declaradas ociosas o deficientemente explotadas. Y están siendo entregadas a usufructuarios por el Decreto Ley 259, hasta tanto se inicien las siembras correspondientes al plan director propuesto, con plantaciones de diferentes frutales como mango, guayaba, piña, fruta bomba y el propio cítrico».
Agrega que, en coordinación con la PNR y directivos del MINAGRI, se han efectuado operativos sistemáticos y aplicado sanciones, multas y decomisos a quienes hurtan y negocian clandestinamente con los frutos; aunque reconoce que ese flagelo no se ha podido eliminar.
Agradezco la respuesta. Ojalá que el plan director fructifique de veras, para que no sea un simple entusiasmo centralizado sino una empresa de nuevo tipo: moderna, atractiva, eficaz y autosuficiente; sin la maleza del desestímulo y la enajenación económica. Ojalá nunca más haya «ácidas» noticias sobre abandonos e impotencias.
Emilio Lorenzo escribe desde Calle 9, edificio 1, apto, 4, en Bejucal, provincia de Mayabeque. Pero su mente está varada en la nostalgia por su ciudad natal: Caibarién, luminosamente marina; la Villa Blanca con sus calles rectas y amplias. Caibarién, con tanta historia, con los espectros de Manuel Corona cantándole a Longina.
«En mi memoria —confiesa Emilio— guardo con agrado recuerdos de la calle donde nací (Luz y Caballero), donde jugué (Maceo), la de mi abuela materna (Goicuría entre Jiménez y Agramonte). O las de mi escuela primaria (Maceo y Jiménez)».
Para tristeza de Emilio, a esos recuerdos les han etiquetado cifras:
«En las visitas a mi pueblo, he apreciado que en las nuevas generaciones se ha desarraigado la tradición de nombrar a las calles por los nombres de patriotas que llevaban. Y nos cuesta trabajo, al hablar con los jóvenes, identificar lugares y direcciones. Para ellos es un simple y frío número.
«¿Por qué se cambiaron los nombres de patriotas como Maceo, Martí, Máximo Gómez, Leoncio Vidal, Agramonte, Padre Varela, Luz y Caballero, Falero, Parrado y tantos otros?».
Con su vindicación para salvar las calles de Caibarién de los yertos guarismos y resucitarles ánima de vidas ilustres y aliento épico, Emilio me recuerda un memorable alegato —Aritmética versus poesía— publicado en este diario hace varios lustros por el brillante cronista y dramaturgo Amado del Pino. Con su facundia cubanísima, el Gordo lamentaba, casi «de codos sobre el puente», como el bardo José Jacinto Milanés, que a la romántica ciudad de Matanzas le hubieran amputado los sugerentes nombres de sus calles por sucesivos y aburridos pares y nones.
Pero por ahí andan los fantasmas de las arterias matanceras, para reírse de los números y animar algún que otro labio: Milanés, Contreras, Zaragoza, Manzaneda, Río… Así pasará en Caibarién. Son irreductibles.