Acuse de recibo
Guillermo Fernández de Bulnes (Ayestarán 226, apartamento 6, Cerro, Ciudad de La Habana) escribe para alertar de una nueva modalidad de indisciplina social que se está registrando en la medida que arrecian los calores: personas que suben a los ómnibus sin camisa y hasta en trusa.
Según Guillermo, esta especie de «destape» no solo se observa en guaguas que van o vienen de las playas, sino en cualquier ruta que se mueve por el centro de la ciudad. «Resulta que usted va al trabajo o sale de él, y se expone a los sudores de los “sin camisa” y los que van en trusa», señala.
Con razón, el lector está muy preocupado acerca de los ribetes que pueda alcanzar tal tendencia. «Si al primer brote de indisciplina no se ataja —sostiene—, cuando pasa el tiempo se convierte en un mal difícil de erradicar. Y ejemplos hay de sobra».
El asunto es muy serio, porque ya no solo en los ómnibus presenciamos esas manifestaciones. Hace un buen tiempo que se han relajado las costumbres. Tales semidesnudeces siempre han sido propias de áreas de playa, pero lo inaudito es que hoy, en la capital cubana, hay adultos que entran a cualquier sitio sin camisa. Y se lo permiten.
Los he visto en cafeterías, tiendas y hasta en cines. El colmo son los que van a la consulta del médico con escasa indumentaria. Y lamentablemente no en todos los sitios se les llama la atención o se les impide el acceso.
Hay que frenar esa tendencia, porque el vestir es una convención social, que debe expresar también respeto al prójimo.
«Multas» al pasajeDe otras irregularidades en los ómnibus de la capital versa la carta que envía Lianet García Rodríguez, vecina de Soledad 378, entre Cuarta y Sexta, reparto El Roble, en el municipio de Guanabacoa.
La remitente cuenta que a diario se traslada desde su domicilio al Vedado, donde labora. Y aunque el transporte desde Guanabacoa ha mejorado con los nuevos ómnibus, ella siente insatisfacciones con el trabajo de ciertos choferes y conductores.
Ejemplifica con la ruta 195, que toma a diario: «Los conductores, cuando las personas les dan un peso para que cobren el pasaje, no les dan el vuelto. Si das un billete de cinco pesos o de diez, te dan el vuelto de cuatro o de nueve, pero no los 60 centavos restantes.
«Se hacen los “chivos locos”, como decimos en buen cubano —refiere—. Pero cuando se les pide el vuelto, se ponen bravos y te tratan en muy mala forma. Junto a todo eso no dejo de mencionar la grosería y la falta de respeto con que tratan al público, diciendo hasta malas palabras, y sabiendo que en la guagua viajan niños y ancianos».
Lianet se pregunta: «¿El pasaje de la guagua cuesta 40 centavos o un peso? ¿Por qué ellos se ponen bravos y de muy mala forma cuando los pasajeros exigen su derecho y les reclaman el vuelto?».
Reconoce la lectora que se viven momentos difíciles, pues el dinero no alcanza. Pero considera que ellos tienen que darse cuenta de que todo el mundo está igual, y que ese dinero es el resultado del sacrificio de cada persona; por lo cual no tienen ningún derecho a quedarse con él.
Aunque ella ejemplificó con la ruta que aborda diariamente, conoce que tal situación no es privativa de la 195. Por eso llama a la reflexión a choferes y conductores en general.
«Para trabajar con público se requiere educación y respeto, pues gran parte de la población depende del transporte urbano. No tenemos por qué soportar la falta de respeto y la mediocridad de personas a las cuales solo les importa aprovecharse de los demás ciudadanos», concluye.
La tercera misiva la envía Lourdes Margarita Machado, residente en Edificio 1, apartamento 10, reparto Bengochea en la ciudad de Santa Clara: el 8 de mayo su hermano le envió un giro por el Día de las Madres. El jueves 14 aún ella no lo había recibido. Llamó a la zona postal Santa Clara 3 y le dijeron que allí no había nada.
Su hermano reclamó en La Habana y le aseguraron que estaba en Santa Clara. Ella vuelve a llamar a Santa Clara 3, y les dio el número del giro. Entonces le comunicó la empleada que se había trabado en la computadora, y que eso era frecuente. Eso fue el 15 de mayo, y el 18, cuando ella me escribió, aún no lo había recibido. Es la segunda vez que sufre tal percance. ¿Por qué?