Acuse de recibo
Andrés Chaviano Dueñas (Mariano C. Prado número 3, apartamento 3, entre Villuendas y Juan Bruno Zayas, Santa Clara), me escribe en nombre de otros padres de alumnos del Instituto Politécnico Industrial Raúl Suárez Martínez, de esa ciudad.
Muy preocupado, Chaviano describe la desastrosa condición del campamento de Arroyo Bermejo, en Jibacoa, municipio de Manicaragua, adonde los estudiantes del citado plantel son movilizados como parte del plan la escuela al campo, para apoyar las labores cafetaleras de la Empresa Municipal Agropecuaria (EMA).
Significa el remitente que las condiciones materiales, ambientales e higiénicas de esos albergues son pésimas. La techadura no ofrece seguridad; literas, camas y colchonetas «constituyen una ofensa a la higiene y a la seguridad de nuestros hijos».
Precisa el padre que la iluminación eléctrica en los albergues se resume a una simple lámpara de 20 watt, que no abarca la plenitud de los locales. Y para colmo, en el exterior del campamento no hay ni una luminaria.
Agrega Chaviano que los servicios sanitarios como tal no existen; se resumen en huecos hechos en un piso de concreto cuya capa superficial está totalmente corroída por la orina y el agua de lluvia, pues los techos, además, están dañados. Precisa también que ratas y ratones pululan en los albergues.
También denuncia que es exiguo e insuficiente el aseguramiento alimenticio establecido por la referida EMA, para los estudiantes que apoyan las labores agrícolas.
Chaviano considera que la situación es alarmante, si se tiene en cuenta que, año tras año, se reiteran tales desatenciones de parte de una entidad que está obligada a crear las mejores condiciones posibles para esos jóvenes que laboran para ella.
Y con razón exige que la entidad agrícola, beneficiada con el aporte de los mismos, cumpla con los requisitos indispensables, de acuerdo con lo conveniado entre los Ministerios de Educación y de la Agricultura,
La segunda carta la envía Nieves Díaz Luis, vecina de Gloria 205, apartamento 9, entre Cienfuegos y Aponte, en La Habana Vieja. Ella quiere agradecer públicamente el auxilio brindado por el comando 1 de Bomberos, sito en Corrales y Zulueta, en ese municipio capitalino.
Relata la señora que, a raíz de caerse y sufrir una fisura de cadera, en varias ocasiones oficiales y soldados de ese cuerpo acudieron a auxiliarla con rapidez para bajarla del quinto piso en que reside.
Fueron muy amables y serviciales, apunta, y eso «nos hace sentirnos protegidos ante cualquier eventualidad y muestra la formación integral de esos muchachos».
La tercera misiva la envía Susana Durruthy, residente en calle 27 número 1012, entre 8 y 10, municipio capitalino de Plaza de la Revolución. Y es también de agradecimiento.
Destaca Susana el buen trato recibido cuando, días atrás, tuvo que realizar gestiones en la necrópolis Cristóbal Colón de la capital, «desde la primera persona que me atendió, Zulema, los dos arquitectos, el compañero que atiende a la población, la abogada y el compañero del archivo».
Susana enfatiza que, cuando tantas veces se critica la atención de los servicios necrológicos, es loable que ella haya sido tratada allí —no explica qué diligencia estaba haciendo—, con tanta delicadeza y profesionalidad.
Y la cuarta misiva la envía Walquiria Martínez, desde calle Tercera número 77, entre A y B, reparto Vigía, en la ciudad de Santa Clara: ella desea felicitar a Héctor Ávalos, chofer de ómnibus del carro 100 de la ruta 1-A, en la ciudad de Bayamo, provincia de Granma.
Elogia Walquiria la ética profesional de Héctor, quien tiene la educación y amabilidad de saludar a sus pasajeros en cada parada con los buenos días.
«Hay que recordar que problemas tenemos todos —sostiene Walquiria—, pero una palabra a tiempo, apropiada, ¡cuán buena es! Esa actitud lo hace grande y hermoso. Y merece el respeto y la felicitación, en nombre del pueblo de Cuba, y especialmente de los viajeros que, día a día, abordan ese ómnibus».