Acuse de recibo
Sergio Vigoa, director del complejo cultural Karl Marx de la capital, sintió muy hondo la denuncia del lector Vicente Rodríguez, acerca de los desmanes de coleros que revenden a precios exorbitantes entradas para espectáculos y conciertos en ese teatro, revelada aquí el pasado 8 de julio.
Pero Sergio no se molestó, más bien refleja en su carta la satisfacción de los trabajadores de esa prestigiosa arena cultural, por que se sitúe el tema en el debate público: «Nuestro colectivo se expresa con indignación e impotencia cuando conocemos de personas inescrupulosas, que aprovechan los eventos de alta demanda para enriquecerse a costa de quienes, buscando una recreación sana, asisten a las funciones que realizamos».
Significa el director que, tanto los trabajadores como el consejo de dirección del Karl Marx han mantenido ese tema en su agenda, con discusiones de qué medidas tomar para evitar tales tropelías.
«Pero estos personajes, señala, como camaleones se adaptan, y buscan nuevas vías para “organizar” las colas y luego revender las entradas».
Cambian su modus operandi. Las revenden a varias cuadras del teatro, traen con ellos otras personas para poder comprar más de las que se permiten comprar en taquilla, que son cuatro.
Asegura Vigoa que en ocasiones se han realizado operativos de conjunto con la PNR y los inspectores del municipio, «pero la falta de sistematicidad, y lo poco severas de las sanciones para esa figura, facilitan que estos personajes sigan pululando por nuestras calles y por las colas de los centros culturales».
Y sentencia el director que en ese empeño «tan importante es la participación de las autoridades internas y externas al teatro, como el apoyo de la población, que muchas veces con su actitud pasiva y cómplice es caldo de cultivo para que proliferen dichas actitudes».
Lo cierto es que algo habrá que hacer en torno al acceso a ese y otros teatros de la capital, con presentaciones de alta demanda. Lo que sí no puede dejarse pasar es que, poco a poco, los espectáculos culturales, que en Cuba son de masivo acceso popular como en pocas sociedades, vayan convirtiéndose en disfrute de una élite con posibilidades monetarias, gracias a la impune especulación de los revendedores de entradas.
La segunda carta es la respuesta de José Zorrilla Fernández de Lara, vicedirector provincial de Gastronomía en Ciudad de La Habana, a la denuncia de un grupo de vecinos del edificio sito en 25 e Infanta, que alberga en sus bajos al emblemático cabaret Las Vegas.
El pasado 18 de mayo, esta columna reflejó la queja de esos vecinos, abrumados por la contaminación sonora y vibraciones que provoca en sus hogares la actividad de ese centro, particularmente la discoteca que allí funciona en determinados horarios.
Al respecto, Zorrilla manifiesta que, aparte del contacto personal con uno de los denunciantes, se abordó el asunto conjuntamente con el director de la empresa Recreatur, a la cual pertenece Las Vegas, y funcionarios del Ministerio de Comercio Interior.
Y como resultado, ya se han tomado varias medidas: mediante reparación, se le dio tratamiento acústico al techo del centro nocturno, se suspendieron las orquestas de formato grande en las presentaciones, solicitaron un compresor de sonido para regular los decibeles, se taponearon los agujeros en torno a los aires acondicionados, y coordinaron con el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, para el análisis de los decibeles permisibles.
Y queda pendiente el sellar una ventana ubicada en el Protocolo y otra en el baño, cubrir las paredes con cortinas que absorben sonido, revestir las columnas y revisar lo de la Licencia Sanitaria que debe ampararlos para su actividad. Asimismo, se le solicitó un estudio de contaminación sonora al Instituto Nacional de Higiene y Epidemiología.
Esta columna ruega se le tenga informada de la conclusión de los estudios; y hace votos por que se logre el necesario equilibrio, sonoramente hablando, entre la valiosa función de esparcimiento de Las Vegas, y la tranquilidad de los vecinos.