Acuse de recibo
La regla no entiende de rostros. Es tábula rasa. Por eso urge el tratamiento individualizado a las personas vulnerables y con situaciones excepcionales, como lo ha hecho Cuba, con programas especiales. Pero esos programas requieren aún integrar sistémicamente —y sensibilizar— a toda la sociedad, incluyendo a los servicios.
Lo pienso ante la carta de Nirka Estopiñán, de Ampliación Primera número 1054, en el reparto Ortiz, de la ciudad de Ciego de Ávila. Nirka es madre de Damián, un niño de nueve años con una discapacidad severa: parálisis cerebral infantil. Es un invalidismo doble: mental y físico-motor.
Ella está muy agradecida de todas las atenciones que recibe su hijo, tanto la médica como la de los trabajadores sociales. Y solo se queja de que casos como los del niño no clasifican en la membresía de la Asociación Cubana de Limitados Físico Motores (ACLIFIM), cuyo objeto social es integrar y desarrollar a quienes, teniendo impedimentos físicos, no sufren las discapacidades mentales que presenta su hijo.
Y madres como Nirka, que tienen bajo su cuidado a pacientes con estas situaciones, y no pueden moverse de al lado de ellos, también son personas que requieren hacer las compras diarias, solicitar servicios y asumir todo tipo de trámites, con el tiempo que absorben esos menesteres.
Al no tener una identificación, como el caso de la ACLIFIM, se hace embarazosa cualquier diligencia, hasta comprar el pan nuestro de cada día. Y, aún si tuviera la dicha de encontrar un ser solidario que le dé prioridad, tampoco ella lleva un cartelito en la frente que certifique su situación. «No puedo estar constantemente haciendo el cuento cuando llego a solicitar un servicio», señala.
De ahí sugiere que de alguna manera, con el control requerido y a quien verdaderamente lo requiere, las personas con esa situación puedan portar una especie de identificación que les permita tener prioridades en ciertos sitios donde se hacen colas.
«Nuestro sistema social, que vela por los más necesitados, de seguro se pronunciará para resolver esta situación», señala Nirka. Y me sumo a su iniciativa: como mismo ha costado tanto derribar las barreras arquitectónicas, urge desactivar otros parapetos mentales y culturales que, a fuerza de la costumbre, persisten en verlo todo estandarizado y global, sin lupa para cada caso.
La segunda carta es la convicción de una madre de que su hijo, aun cuando la naturaleza le jugó una mala pasada, tiene todas las posibilidades de superarse, por encima de sus propias limitaciones.
Bárbara Miranda escribe desde Invasión número 445 D, en la localidad pinareña de Mantua; y cuenta que su hijo, un joven de 23 años, porta una enfermedad denominada Distrofia Muscular Progresiva del tipo Duchenne. Pero, a contrapelo del padecimiento, tiene una sed inmensa de saber. Le gusta leer, escribir, y la Informática.
El muchacho perdió la locomoción cuando cursaba el sexto grado. Y sus maestros iban a impartirle las clases a la casa. Así, hizo la Secundaria Básica, y posteriormente se incorporó al Curso de Superación Integral para Jóvenes, lo concluyó y resultó allí uno de los mejores expedientes.
El joven intentó matricular la Licenciatura en Cultura Física, para estudiar precisamente la especialidad de Ajedrez, con esa mente vigorosa que le caracteriza, pues tiene su don para el juego ciencia y ha obtenido buenos resultados en competencias municipales y provinciales.
Aquí comenzó el dilema: el aula donde debe recibir las clases dos veces a la semana todo el día, está a un kilómetro de la casa. Al joven, por su dolencia, hay que ponerlo a hacer sus necesidades en condiciones diferentes, que allí no tiene. Para beber algo, hay que sujetarle el vaso, y así una serie de requerimientos que le impiden permanecer un día completo allí.
La madre, que agradece sobremanera a la Revolución que le paga un salario para cuidar a su hijo en la casa, no se amedrenta ante los sueños del joven. Habló con los profesores de la sede universitaria municipal para ver la posibilidad de que le den clases en la casa, y ellos están de acuerdo, pero la dirección de la sede plantea que es imposible, pues hay una resolución que estipula que todo universitario tiene que estar incorporado a las aulas.
«Estoy de acuerdo en que exista esa resolución, refiere Bárbara, pero también pienso que se debe analizar cada caso, porque da lástima el interés que tiene por superarse, y lo que está sufriendo».