Sobre el diamante algunos detalles resultan invisibles. Pican las bolas y los gestos. Llueven también los strikes, las señas, los alardes. En el césped un mundo se abre ante la mirada del aficionado y dentro de los dogauts otro igualmente rico esconde sus entresijos.
Esta semana de final una imagen estrujó el mito y despedazó la barrera entre las interioridades del banquillo y aquella sucinta información a la que tiene acceso la gente.
En cámara, Armando Ferrer y Carlos Martí estrechan sus manos y sonríen, como si se hubiesen encontrado en la cola del estanquillo para comprar los periódicos y no en el estadio de tantas veces. La camaradería sortea la gruesa valla de la frivolidad y el fanatismo.
Por eso digo que, aunque a veces la pelota solo parezca un juego de nueve entradas, la parafernalia también adorna, es más, engrandece la esencia deportiva.
La foto bien pudiera ser un canto a la imaginación. A lo mejor no son tan amigos como parece. Dentro del estadio, incluso, les separan los nunca ausentes miedos a la derrota, las ínfulas que no siempre son negativas, sino constituyen un reflejo fiel de la verdad, de la vida per se. Todos hemos querido ser alguna vez ganadores. No los mejores, pero sí mejores.
En el fondo, sí parece pura la imagen. Ferrer sonríe con picardía. Antes fue coach. Surcó mares y bebió de la fuente de otro béisbol. Engordó sus avales y sus visiones. Ahora dirige, enrumba con buen liderazgo a una nave que fue perdedora y ya no quiere perder, ya no sabe perder, porque se enamoró del éxito.
Martí mira en calma y devuelve el gesto. En los ojos, un remanso de luz y mansedumbre. En Cuba ha vivido casi toda su andadura por la pelota. Ganó, perdió, volvió a ganar y volvió a perder. En tantos años, ha tenido tiempo para todo.
Ningún sentir le es ajeno, y eso, aunque parezca de Perogrullo, cada día le ha hecho mejor y más fuerte. Ha dejado, por suerte, lo mejor para el final de su trayectoria. Aunque ese final no aparezca todavía ni por asomo.
En toda competencia debe haber un ganador, pero más que esto satisface mucho ver respeto entre oponentes, despojar el espectáculo de matices oscuros solo celebrados entre aquellos que restan valor al lado humano del deporte. Por ello, Martí y Ferrer llevan tanto tiempo en la élite y debemos dar gracias, gracias por tenerlos y disfrutar de una rivalidad tan limpia.