Debió haber sido grande la entra’ a palos que le dio a la pelota en 1966 el joven Antonio Muñoz, para que el entrenador Pedro «Natilla» Jiménez, de positiva trayectoria como lanzador en el béisbol amateur y rentado, bajara de la región del Escambray afirmando haber visto un diamante en bruto.
Jiménez recorrió por esos días la antigua provincia de Las Villas, junto a otros técnicos, a fin de localizar promesas que luego fueran sumadas a conjuntos Azucareros y quizá tuvieran perspectivas de ser tenidos en cuenta en un equipo Cuba. El «ojo clínico» del sabio mentor y la visita a Trinidad, donde le hicieron las pruebas al posteriormente Gigante del Escambray, viabilizaron el meteórico progreso de Muñoz.
Acerca del hecho, de acuerdo con muchas opiniones, es probablemente el más recurrido al ejemplificar en nuestro país la búsqueda de promesas deportivas en sitios apartados. Pero también pienso que encuentros como el de «Natilla» y Muñoz corren el riesgo de caer únicamente en el plano anecdótico, si fallan intenciones y ocasiones.
José Antonio Miranda, director general de alto rendimiento del Inder, alertaba hace poco que más del 50 por ciento de las matrículas de las EIDE (Escuelas de Iniciación Deportiva), totalizadas en más de 13 000 integrantes, están conformadas por estudiantes-atletas de las cabeceras provinciales. Miranda no negaba la calidad de muchachos y muchachas captados en esas demarcaciones, pero sí llamaba la atención sobre una tendencia que expone ya algunas deficiencias en el sistema de selección de talentos, las cuales repercuten en la reserva deportiva de la Isla.
En otras palabras, las nuevas figuras del ámbito atlético cubano provienen en su mayoría de escenarios citadinos, en los que las condiciones demográficas, socioculturales, infraestructurales y de disponibilidad de fuerza técnica suelen ser favorables. Mas, en la base hay que ensanchar los entornos, si se quiere mantener un protagonismo regional y mundial.
¿Se estará yendo con frecuencia y entusiasmo a un gimnasio en Pinares de Mayarí, una base náutica en Caibarién, un terreno de pelota en Palma Soriano o una cancha de voley en Nuevitas? ¿Cuántos planes de trabajo ratifican prematrículas o detecciones del talento por compromiso y rutina en dichos parajes, bajo parámetros selectivos demasiado formales y obsoletos?
¿Van los principales directivos, dígase comisionados o metodólogos, hasta el interior de las provincias, o delegan sus funciones? ¿Será siempre la escasez de transporte y combustible la excusa perfecta de viajes frustrados? ¿Habrá una especie de familiarización presencial en las EIDE para futuros alumnos?
Hay que recordar que en disciplinas cuyos comienzos ocurren a temprana edad, sus practicantes ingresan a estas escuelas especializadas a veces sin saber acordonarse los zapatos, con ninguna visita anterior a ciudades de mayor concentración poblacional, y muchos son de lugares intrincados y orígenes diversos, por eso toda información previa de la vida interna es válida, al explicárseles a los padres el porqué de una promoción.
En los centros donde docencia y ejercitación física se desarrollan a la par, los educandos han de recibir mucho apoyo del personal, tanto del que orienta la redacción de un párrafo o sirve el almuerzo, como del que manda a darle dos vueltas a la pista o indica el proceder del bateo hacia la banda contraria, en pos de una adaptación menos compleja, garante de permanencia.
Es sabido que la tensa realidad económica cubana dificulta el mantenimiento constructivo de las EIDE, y la disponibilidad constante de implementos, avituallamiento, fogueo entre territorios o alimentación acorde al alto gasto de energía, por lo que hay que apelar también a la tradición del sistema deportivo, la calidad humana de sus formadores y el deseo de fraguar, en aras de una estancia educativa, prolongada y exigente lejos del hogar, como la de la primera campeona olímpica del judo de la Isla, Odalys Revé, quien salió de Naranjo Dulce, en la serranía de Sagua de Tánamo, y persistió hasta la cumbre del podio en Barcelona ‘92.