El boxeo femenino, en Tokio, dio muestras de espectacularidad. Autor: Tomada de France24 Publicado: 19/08/2021 | 07:29 pm
Vivimos —o al menos eso nos hacen pensar los borboteos sociales a lo largo del globo— en la era de la igualdad de género. Millones de mujeres alzan la voz a lo largo y ancho de la geografía terrestre para exigir que se utilice el mismo baremo tanto para para hombres como para mujeres. Nuestro país es, a día de hoy, una de las naciones que más hace para lograr parámetros de paridad lógicos, acordes con la sensatez que, por suerte, se ha ido asentando en los turbulentos manuales conductuales de la complicada raza humana.
El deporte no escapa a esa lucha universal. El boxeo femenino es, hasta la fecha y por razones meramente discriminatorias, la disciplina que más ha tardado en incluirse en el programa olímpico, cuando en Londres 2012 subieron al ring 36 mujeres en tres divisiones para buscar la gloria bajo los cinco aros. Cuatro años más tarde, en Río de Janeiro, más de lo mismo. Ahora, en Tokio, ya no fueron tres las divisiones, sino cinco. Y en París, dentro de tres años, habrá siete divisiones, la misma cantidad que en el apartado masculino.
Cuba se ubica, cómodamente, en el segundo lugar en el medallero histórico del pugilismo olímpico, por detrás de Estados Unidos. No solo eso. Hasta la fecha, es el deporte que más medallas ha reportado a las delegaciones cubanas en citas estivales. Eso sí, siempre con boxeadores hombres. Con este dato, y al ser la potencia que somos con los guantes puestos, imagino que a muchos en el mundo —conocedores y no conocedores del pugilismo— empiece a parecerles extraño que las cuatro letras no aparezcan entre los países medallistas en el apartado femenino.
Tiene lógica. «¿Un país de boxeo, y ninguna muchacha cubana en el podio?», bien podría preguntarse, extrañado, cualquier aficionado. Entonces, observando rápidamente las listas, la composición de los carteles, ese aficionado se daría cuenta de que es imposible que una muchacha cubana gane una medalla, porque para ganar una medalla hay que combatir. Y para combatir, hay que hacer acto de presencia.
Quizá, queridas lectoras y lectores, este redactor sufra de un agudo caso de impotencia boxística. Sí, el término me lo acabo de inventar. Espero me perdonen la licencia. Ahora bien, mi «padecimiento» viene dado por la imposibilidad de encontrarle hueco en mi cabeza a una explicación lógica a que, en los últimos tres Juegos Olímpicos, nuestras autoridades deportivas rectoras hayan desechado por completo la posibilidad de obtener once medallas. Once. Imaginen lo que hubieran representado, digamos, un par de títulos más para nuestra delegación, ya de por sí con una actuación increíble en Tokio.
Talento hay, de ello doy fe. También doy fe de que, tristemente, gran parte de ese talento, ante la imposibilidad de subir a un cuadrilátero bajo amparo federativo alguno, deciden ir a lanzar sus jabs en otros puntos de la geografía mundial, envueltas, por desgracia, en otras banderas. Si no me creen a mí, tomen como buenas —muy buenas— las palabras de un dios del ring como Alcides Sagarra: las nuestras triunfarían sobre el ring.
Cuba disfrutó de muchísimos eventos de estos juegos, gracias a las transmisiones televisivas. Somos uno de los pocos países que gozan de la posibilidad de vivir los juegos «de cabo a rabo», de manera totalmente gratuita, con los esfuerzos que ello conlleva. Vimos, a través de píxeles, deportes que nunca antes habíamos disfrutado. Dos canales. Horas y horas de transmisión. Pero, eso sí, ni un solo round de boxeo femenino.
Si existe algún tipo de política al respecto, desde aquí lanzo la pelota a quien corresponda, al otro lado de la cancha. Imagino que, en algún punto, alguien me la devolverá. No nos regalemos, no serruchemos, nosotros mismos, escalones que nos puedan llevar a niveles más altos. Que no se manche con tara alguna el glorioso movimiento olímpico cubano.