Recorte de un periódico de la época. Autor: Archivo del autor Publicado: 10/10/2020 | 10:26 pm
«¿Recordaís a Basilio Cueria, aquel gigantesco mulato que jugaba como cátcher del Marianao? Ha cambiado el diamante por la trinchera y las glorias efímeras de los campeonatos de béisbol (…) vive la gloria altísima de combatir al fascismo en España».
Así evoca Nicolás Guillén en una conocida crónica al legendario pelotero internacionalista, hoy casi desconocido, pero sobre el que escribieron también otros autores consagrados como el narrador Lino Novás Calvo o el poeta Langston Hughes, a los que se sumaría la activista norteamericana Louise Thompson, todos en su condición de corresponsales de guerra durante la contienda civil española.
Una muestra de esas asociaciones entre béisbol, cultura e historia, la encontramos en la ya mencionada crónica que desde España envía Guillén a la publicación comunista Mediodía, de la que era uno de sus principales editores, memoria publicada el 6 de diciembre del 37, en pleno fragor de la guerra civil. La tituló Un pelotero, capitán de ametralladoras. En la semblanza del poeta, Cueira termina evocando a su patria y a sus camaradas deportivos: «Y nada me dará un alegrón más grande que al volver ver a la gente que me es querida (…). Mis familiares, y mis compañeros de pelota, como Oms, Fabré, José M. Fernández…». Cita a algunos destacados colegas dentro de las lides atléticas, donde sobresale Alejandro El Caballero Oms, gloria de los Leopardos de Santa Clara y las ligas negras.
Según el investigador Carlos Espinosa Domínguez, Lino Novás Calvo retrata a Cueria como «el big boy, el mulato grande de las páginas deportivas americanas, vino a ser un gran combatiente del ejército español. Sus soldados, todos los demás batallones de su división, le han enviado cartas emocionantes de despedida. Le querían mucho. Pocos camaradas habrán sabido tratar tan humanamente a sus soldados, sin menoscabo de la disciplina».
Hay un artículo en la publicación norteña radicada en Baltimore, The Afro-American, de la que era colaborador Langston Hughes, fechado el 6 de noviembre de 1937, donde aparece una foto que reúne a varios de los protagonistas de nuestro relato. Hughes escribió más de una vez sobre el criollo, y Valentín González, El Campesino, el legendario general republicano, fue su jefe. Como parte de una serie de artículos semanales, Langston publicó una semblanza sobre el cubano titulada De pelotero en Harlem a capitán en España, donde rebela su admiración por el atleta caribeño «(…) conocido jugador de pelota cubano de color y residente de Harlem, es ahora capitán de una compañía de ametralladoras… Hace más de un año, Cueria partió para España para alistarse en las Brigadas Internacionales».
El escritor es coincidente en varias de las apreciaciones de Guillén y Novás sobre el compatriota de estos, como por ejemplo que era «inmensamente popular con los oficiales y los hombres bajo su mando»; su desprendimiento al renunciar a su carrera deportiva en aras del internacionalismo; y la memoria de los suyos y sus hazañas como pelotero. «De vuelta en Estados Unidos, viejos fanáticos (…) hablan frecuentemente de Cueria (…) siempre se le asocia con la pelota. Fue cátcher con los Cuban Stars. Luego en 1929 fue manager de los Miami Red Sox. Y más tarde jugó con los Cuban Giants» de las llamadas Ligas Negras.
Recuerda Langston cómo también participó en otros equipos y que en la ciudad neoyorquina, ya retirado del béisbol profesional, organizó un equipo de aficionados que llamaron nada más y nada menos que Julio Antonio Mella, en honor al luchador comunista, club que se creó en el área latinoamericana de Harlem.
En el volumen autobiográfico de Langston, I Wonder As I Wander (Me pregunto mientras deambulo), este describe su primer encuentro con el expelotero en compañía de su buen amigo Nicolás: «Nicolás Guillén y yo por fin llegamos al campamento de El Campesino… (este) quería que conociéramos a su oficial favorito cubano, el capitán Cueria».
Basilio Cueria Obrit era, como algunos lo describen, un negro alto y fornido. Medía cerca de seis pies y de fuerte complexión pues pesaba casi noventa kilos, que se acotejaban en la ancha caja de un cuerpo que recordaba el biotipo propio de un cátcher, lo que seguro hacía lucir más imponente su figura. Nacido el 14 de junio de 1898 en Marianao, falleció tempranamente cercano a cumplir 61 años en la ciudad de Nueva York, el 8 de mayo de 1959, y fue enterrado en el Cementerio Nacional de Long Island.
Cuenta Nicolás Guillén que su madre era negra y su padre asturiano. El poeta resume en ese mestizaje la rebeldía ante la injusticia de su compatriota. Basilio «(…) nació muy cerca de La Habana, en Marianao, hijo de los padres que se ha dicho, hace poco más de cuarenta años. Desde niño, mostró mayores aptitudes para el béisbol más que para otra cosa, y en ese deporte llega a ser realmente una estrella de soberana magnitud».
Según una breve ficha sobre su trayectoria deportiva en el tomo tres, aún inédito, de la Enciclopedia biográfica del béisbol cubano, debida a Juan A. Martínez Osaba, Félix Julio Alfonso y Yasel Porto, «Cueria participó en dos torneos de las Ligas Independientes de Color, o Ligas Negras norteamericanas, con el All Cubans (1921) y el Cuban Star West (1922). En ese circuito actuó como jardinero y lanzador para, con nueve hits en 12 desafíos y 36 veces al bate, alcanzar promedio de .250, con un doble, un triple y slugging de .333». No es mucho lo que arrojan los récords que de él poseemos.
Y en la liga cubana correspondiente a 1922-1923 se da a conocer como receptor vistiendo la entonces franela gris del club emergente del Marianao, que ganara en el año de su debut el primer trofeo de los cuatro que conquistara durante sus intensas cuatro décadas de existencia.
En busca de nuevas oportunidades había llegado a Estados Unidos en 1921 para jugar con el equipo del conocido promotor antillano Abel Linares. Trabajó en Long Island, en una fábrica de aparatos de calefacción. Cumplidos los 30 años, abandonó su actividad como pelotero profesional, aunque de una forma u otra siempre se mantuvo vinculado con el deporte que tanto lo apasionó. Según Gary Ashwill, famoso investigador de béisbol y copropietario del boletín The Outsider, quien es uno de los grandes expertos de las llamadas ligas independientes de color, «puede que Cueria no haya sido un gran jugador de béisbol, pero fue un ardiente oponente de dictadores (…) se involucró con emigrados cubanos que se opusieron a los gobiernos autoritarios de Gerardo Machado y Fulgencio Batista. (…) terminó más o menos exiliado de Cuba durante la mayor parte de dos décadas. Después de retirarse del béisbol profesional, organizó un equipo de aficionados en Harlem llamado Club de Béisbol Julio Antonio Mella (…)».
Gary reconoce cómo el interés por el cubano, con una discreta trayectoria como deportista, se debe a su ejecutoria como revolucionario, de lo cual dan testimonio escritores de primera línea como Guillén, Hughes o Novás Calvo, cuando lo conocen como miembro de la Brigada Internacionalista Abraham Lincoln, integrada por voluntarios estadounidenses.
El apasionado cronista que es Víctor Joaquín Ortega, uno de los poquísimos periodistas del patio que ha escrito sobre Cueria, cita que en el verano de 1937 James W. Ford —entonces dirigente del Partido Comunista de Estados Unidos y corresponsal del Daily Worker—, publicó un artículo en la revista Mediodía celebrando las virtudes del pelotero devenido combatiente: «Mucho antes de salir para España, pues, Basilio Cueria era un lanzador de granadas en potencia. Hoy su arte lo ha puesto, de todo corazón, al servicio del pueblo español y de la democracia mundial».
Hughes recordaba a Basilio, ya cercano a los 40, como alguien de buen porte, que hablaba bien el inglés, popular entre la tropa por su simpatía, dotes como soldado y como antiguo jugador de béisbol, que en sus ratos libres se dedicaba a enseñarles los rudimentos de este deporte. «Los hombres de Cueria eran los mejores jugadores de pelota en toda España, nos dijo El Campesino. Cueria les había enseñado el juego (…)». Al finalizar la guerra cruzó la frontera como tantos otros sobrevivientes del bando republicano, y padeció los llamados campos de refugiados franceses. Regresó a Nueva York, y dos décadas después sería enterrado en el mismo Long Island que lo conoció como promotor del béisbol y obrero emigrante. Como me comentaría Félix Julio Alfonso López, laborioso investigador de la historia de nuestro béisbol, es cierto que sus números como atleta fueron poco relevantes, pero es indudable que su personalidad ejerció gran fascinación entre los que lo conocieron.