La Cruz obtuvo medalla de oro olímpica en la única división que le faltaba a Cuba. Autor: Juan Moreno Publicado: 21/09/2017 | 06:37 pm
Camagüey.— Julio César La Cruz Peraza, recientemente campeón en la división de 81 kilogramos en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, en Brasil, es de esas personas que se sabe muy seguro de sus pasos; de sus puños.
Su sonrisa amplia, su franco e inquieto verbo, y su sencillez lo hacen brillar más que las 50 medallas que cuelgan en la vitrina de su madre, Ana de la Caridad La Cruz Peraza, y que los más de cien reconocimientos que ha atesorado durante su pródigo quehacer como deportista.
Cuenta la historia que en horas de la mañana del 11 de agosto de 1989 a Camagüey le nació una gloria deportiva: Julio César, La Cruz o simplemente «La sombra» —como lo nombran muchos en el mundo del pugilismo.
El hoy carismático boxeador posee como principal divisa una gran lección de vida: «Las derrotas convertirlas en victorias y los errores en enseñanzas», según nos dijo categórico el también triple campeón mundial, quien actualmente vive en el reparto El Retiro, en la calle Chile de esta ciudad legendaria, aunque se siente vecino permanente de su entrañable Plaza de San Juan de Dios.
Ágil en las respuestas, como suele moverse sobre el ring, fue el diálogo de JR con el joven púgil de 27 abriles cumplidos, padre además de las niñas Shanne Belizia y Deilyn, y a quien la vida le impuso grandes desafíos desde que era un niño de siete años de edad.
«Yo jugaba pelota, no boxeo, y era fanático a Omar Linares. De vez en cuando tiraba mis golpes en el gimnasio como cualquier muchacho y en el béisbol picheaba, jugaba tercera base y era receptor.
«En ese ambiente fui creciendo, hasta que un día los entrenadores, Reynaldo Toledo y Yuri Triana me descubrieron como boxeador. Incluso, a los nueve años participé en unos topes municipales de boxeo, en la división de peso grande, y fui campeón».
—¿Cuándo te decides por el cuadrilátero?
—Tenía diez años cuando llegaron las pruebas de captación para la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE), y hasta ese momento estaba convencido de que sería un pelotero, pero en medio de las pruebas fui al baño y me topé con los entrenadores Toledo y Triana. Ellos me tomaron por el brazo y me llevaron hasta el gimnasio, frente al entrenador Fermín Espinosa, quien desde que me vio me dijo: «tú vienes para acá». La vida demostró que tenían razón.
—Entonces eres un púgil que ama otros deportes. ¿Cuáles practicas en el tiempo libre?
—No hay mucho tiempo libre. Ser un deportista exige una estricta disciplina, constancia y mucho sacrificio en todo momento, hasta para compartir con la familia, que es lo más sagrado que tengo, además de mi madre, la Patria y la bandera. Cuando hay tiempo disfruto de la pelota y el fútbol.
—¿Cómo es el día a día de un campeón olímpico?
—Llevo ocho años en La Habana, lejos de mi Camagüey y mi familia, y eso marca a cualquiera. Imagina que la asistencia en la escuela la toman pesándonos diariamente, para que nadie, ni por casualidad, rebaje o suba un kilogramo.
«A las cinco de la mañana estoy de pie, y desde esa hora estoy haciendo mis deberes. A partir de las ocho de la mañana inicio los entrenamientos, que se repiten estrictamente en horas de la tarde. Yo no duermo de día, porque soy hiperactivo, pero si me levanto diez minutos antes del de pie, los recupero durante el día y así recargo las pilas».
—¿Cuál ha sido el golpe que ha noqueado a Julio César?
—El golpe que me ha noqueado lo he recibido en el alma. Fue la pérdida de mi abuelita, Belizia, en mayo de 2006. Hablando en términos deportivos, me aplicó un nocaut en el corazón.
—¿Cómo es Julio César fuera del ring?
—Me considero un hombre fiel a mis principios, buen padre, hijo y amigo, y a mi pareja trato de apoyarla para que no se ponga brava. No le hago el feo a nadie y por muy cansado que esté, siempre encuentro el tiempo para atender a mis seguidores y en eso se me van muchas horas del día.
«Soy tremendo apasionado en el amor y un romántico empedernido. Me gusta regalar flores, bombones, peluchitos y poemas; he escrito algunos en el pasado, que luego entregaba a mis novias, y me fascina jugar dominó.
«Superarme y escuchar los consejos de los que más saben son también mis prioridades. Soy muy cuidadoso con mis actitudes, cuando hago algo es porque lo analicé como cien veces, por lo que no soy muy espontáneo.
«Me gusta leer novelas de amor y si tuviera que escoger un libro, mi campeón sería Reto a la soledad, del camagüeyano y Héroe de la República de Cuba, Orlando Cardoso Villavicencio, porque en su páginas encontré la manera constante de luchar no por una medalla, sino por la vida».
—¿Y en el hogar?
—Soy un mimado, pero no malcriado. Me defiendo en la cocina y sé lavar, planchar, limpiar y no soy machista. Hago lo que tenga que hacer en casa «para estar en buena con el cocinero», porque la mujer de solo llevar nueve meses a un ser en sus entrañas merece respeto y consideración. Yo admiro a la mujer y a las cubanas mucho más.
—¿El joven Julio César, quién es?
—Mi adolescencia y juventud no han sido como las de otros jóvenes, porque el deporte exige mucho tiempo y eso te aleja, aunque no quieras, de tus amistades, aunque las recuerdo donde esté. Aun así, disfruto de la música romántica, del hip-hop, de las canciones de Pablo Milanés y de Leoni Torres, y de vez en cuando bailo un buen reguetón.
—Pero bailaste samba en el ring cuando alcanzaste el oro en Brasil. ¿Quién te enseñó?
—Solo. Soy cubano, por lo que llevo el ritmo en la sangre.
—¿Y en el cuadrilátero, quién es «La sombra»?
— Mi temperamento me define como un luchador, por lo que soy un guerrero en el ring. Mi entrenador me ha enseñado a actuar fríamente sobre el cuadrilátero. Eso sí, me divierto mucho en las peleas.
—¿Por qué ese sobrenombre?
—Un buen día me levanté con ese alias. Me lo puso el narrador Modesto Agüero, porque soy muy rápido, como una sombra alrededor de mi rival.
—¿Qué piensas de ellos cuando los enfrentas?
—Todos merecen respeto, porque son muy buenos púgiles y se preparan muy bien.
—Te distingue el saludo militar cuando escuchas el Himno Nacional. ¿Por qué?
—Eso ha despertado el interés de muchos en el mundo. A todos les he dicho que la mayor emoción no es solo ganar la medalla, sino sentir el Himno Nacional en el auditorio. Por eso lo saludo como un militar, porque la bandera y el Himno Nacional merecen el respeto eterno de sus hijos. El saludo militar lo aprendí en la previa, cuando pasé el servicio militar en las FAR, y lo llevo bien adentro, como enseñanza permanente de dónde vengo y hacia dónde voy. Vengo de Cuba y regreso siempre a ella. Saludo así para que Cuba y los cubanos sepan que estoy presente y que no hay traición. Es que el Himno Nacional es la fuerza de la victoria, porque solo se entona en las competencias cuando se es un vencedor.
—¿Qué sabor dejó en Julio César la actuación en Londres 2012?
—El de la perseverancia. Yo tuve un mal día y eso me costó el oro olímpico.
—Actualmente eres el campeón olímpico de los 81 kilogramos, el primer cubano en alcanzar este título en esa división. ¿Qué opinión le merece este resultado?
—Según mis creencias, las que llevo bien adentro, cada quien nace con un destino escrito. A veces para alcanzarlo encuentras caminos empedrados y entonces hay que luchar fuertemente por él. Cuando se guerrea de esa forma el destino sabe mejor, porque tiene la cuota del sacrificio. Sin duda en Brasil mi triunfo supo mejor, porque hice historia, no solo porque logré la medalla de oro, sino porque la obtuve en una división en la que Cuba nunca había brillado en dorado, como el sol.
—¿Qué le aconsejas a todo aquel que sueña con la gloria?
—Lealtad a los sueños, mucho sacrificio y que nunca se desesperen.
—Tu mayor adversario…
—Uno mismo; mi mente negativa. En esta profesión el optimismo es importante, porque te permite crecerte.
—¿Detestas?
—La traición
—¿Proyectos?
—Deseo estudiar Sicología, porque para mí la superación es tan importante como ganar combates.
—¿Cómo se ve Julio César en el futuro?
—Como el campeón del pueblo que ya soy.
—¿Agradeces?
—Al pueblo por su confianza, a mi familia por su apoyo, a mis entrenadores de ayer y de hoy, especialmente a Raúl Fernández, por su constancia. A la Revolución por la posibilidad que me ha dado y al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz por enseñarnos a no confiarnos, a estar siempre alertas, y por darnos una Patria, a la que hay que defender.
—¿Sueños?
—Conocer a Fidel Castro, abrazarlo y decirle que Cuba brilla tal cual el sol, donde quiera que estamos los cubanos, porque somos un país respetado, por sus resultados en el deporte y en muchas otras cosas. Le diría además lo bien que me vino su concepto de Revolución, que es uno para triunfar en la vida.
—Después de tanta gloria, ¿qué espera Julio César de la vida?
—Mucha salud para seguir pa’lante.