Comienzo con una confesión. En el justo instante en que estaban anunciando públicamente —porque mucho de lo dicho ya era vox populi— la nueva estructura de la Serie Nacional de béisbol, apenas se me ocurrió una pregunta. En el momento de escribir estas líneas, una semana después de los hechos, ya perdí la cuenta de los puntos oscuros que no vi en el documento elaborado por la Dirección Nacional de la disciplina.
Sigo con una aclaración. No pretendo convertir este espacio en una Santa Inquisición para el novedoso formato, y mucho menos convertirme en un defensor a ultranza de lo que creo fueron sus aciertos. Apenas me mueve la intención de encontrar el justo equilibrio, si eso realmente fuera posible, entre lo que se hizo y lo que aún se puede hacer para mejorar, entre todos, nuestro pasatiempo nacional.
Dicho esto, parto del hecho de que ya hay reglas establecidas —al menos para la próxima campaña—, y otras todavía por escribir. Y como supongo que no quede tiempo para nuevas consultas por todo el país, me atrevo a lanzar alguna idea al vuelo, que tal vez por disparatada, genere un debate capaz de llegar hasta los oídos pertinentes.
Es indiscutible que «resetear» el torneo a partir de su segunda parte es un arma de doble filo. Puede que sea loable la intención de evitar que un equipo se «escape» desde el principio y reste interés al tramo conclusivo. Pero la medida deja sin un premio definido para el equipo de mejor balance durante los primeros 45 juegos.
Por probabilidades matemáticas, habrá elencos que antes de llegar a esa cifra ya hayan asegurado el pase de nivel, y ya sin nada en juego, se sumerjan en el relajamiento. ¿No beneficia o perjudica —según el caso— esto a algunos equipos que se tengan que jugar la supervivencia a esa altura del calendario? ¿No quedaría listo el escenario para ganar o perder a conveniencia?
Ser el mejor siempre tiene que tener su recompensa. Y ya decidido que no se «arrastran» los resultados —ni siquiera los obtenidos frente a los otros clasificados—, no queda mucho margen para ellas.
Quizá no sea lo más estimulante, pero ya que también está legislada la posibilidad de refuerzos para los ocho equipos clasificados, pudiera ser una opción la organización del acceso al llamado draft —o bolsa— privilegiando al primer lugar y siguiendo un orden sucesivo.
Sin embargo, con ello enfrentaríamos el dilema de premiar el resultado o intentar equilibrar el nivel de los equipos priorizando el pedido del último clasificado. ¿Lo justo o lo conveniente? Algo así como hacerle caso al corazón o a la conciencia.
Si me dieran a elegir, y si la frase «preferiblemente de la misma zona» no se convierte en una camisa de fuerza, las solicitudes comenzarían, en una primera ronda, por el mejor elenco de la etapa inicial y terminarían con el reclamo del octavo lugar. La siguiente vuelta se iniciaría en sentido inverso. Para las otras tres rondas —pues se pueden pedir cinco jugadores— se sortearía el orden para que los equipos realicen sus solicitudes.
Es solo una idea. Quien tenga otra, que lance la segunda piedra.