Sally Pearson se coronó en los 100 metros con vallas e implantó una nueva plusmarca para campeonatos mundiales. Autor: Getty Images Publicado: 21/09/2017 | 05:13 pm
«Todo lo que empieza acaba», reza una frase de la que muy pocos conocen su autor. Lamentable en ocasiones, otras tantas, harto relajante. No obstante, aún con la contraposición de criterios, impresiones y emociones, después de concluido el decimotercer capítulo de la Copa del Mundo de Atletismo, con asiento en la ciudad sudcoreana de Daegu, queda siempre la tremenda satisfacción de haber presenciado otra cita del músculo en la que cada hombre y mujer puso al límite sus capacidades, lo dio todo, y más.
Ningún otro deporte es tan fiel a la antigua concepción griega: «Citius, Altius, Fortius» (Más rápido, más alto, más fuerte). Pudiera usted increparme, aludiendo a que dicha frase corresponde a los Juegos Olímpicos. Es cierto. Pero recuerde que en sus inicios, esas fiestas religiosas, culturales y deportivas celebradas en la antigua Grecia para agasajar a los dioses, contemplaban varias de las disciplinas que hoy recoge el atletismo. Y son esas, a mi juicio, las que siempre ponen a prueba las capacidades humanas, pues aunque se gane o no, está latente el deseo de superar lo antes conseguido, de ser mejor.
Precisamente así compitió Cuba. En el momento de redactar estas líneas, nuestra delegación anclaba en el noveno puesto de la tabla por puntos, merced a 38 unidades. En tanto, el medallero le reservaba la posición 17. Una presea de plata y tres de bronce no dan para más.
Sin embargo, cuando este periódico llegue a sus manos ya deben haber competido tres cubanos en pos de nuevos lauros. Me refiero a la martillista Yipsi Moreno junto a los triplistas Alexis Copello y Yoandri Betanzos, todos con sobradas posibilidades de subir al podio y acumular más unidades. Por ello, ambos apartados, ahora mismo, lucen diferentes.
¿Para ser mejor?
Pero dejando a un lado los resultados, posiciones y mejoras cualitativas y cuantitativas, creo necesario hacer referencia a un tema siempre bien polémico en cuanta competencia se celebra en el orbe: el doping.
Mucho antes de comenzar la confrontación en Daegu, la Asociación Internacional de Asociaciones de Atletismo (IAAF) anunciaba un estricto control antidopaje. Por primera vez una cita cumbre del deporte rey estuvo bajo la vigilancia añadida del llamado pasaporte sanguíneo o biológico.
Esta nueva «credencial» es un documento individual que recoge el conjunto de resultados de los análisis biológicos efectuados a cada competidor —por el momento parámetros hematológicos y el perfil esteroide urinario—. Todos estos datos, una vez agrupados, permiten determinar el perfil fisiológico y, por lo tanto, seguir con precisión la evolución de los diferentes parámetros de su organismo en relación con las constantes referidas.
Nada, que se le puso malo el negocio a los tramposos. Fueron analizados todos los participantes en la urbe asiática: 1 848 y, «casualmente», hasta el momento no se ha implantado ningún récord mundial y apenas dos atletas lograron quebrar marcas de la competencia.
La primera privilegiada fue la fornida jabalinista rusa, Maria Abakumova, dueña de un soberbio disparo de 71,99 metros. Después le tocó el turno a la fuera de serie australiana, Sally Pearson, quien congeló los relojes en 12:28 segundos después de correr los 100 metros con vallas.
Otra que anduvo bien cerquita, pero con la bala al cuello, fue la fenomenal neozelandesa Valerie Adams. Dije cerca porque igualó la firma anterior, en poder de la soviética Natalya Lisovskaya (22,63 desde 1987), pero no pudo destrozarla. Por desgracia así no se vale. Para la otra será.
Y ya. No hubo más asombro en suelo sudcoreano, todo lo contrario acaecido en Berlín hace dos años, cuando se pulverizaron tres plusmarcas planetarias y ocho para campeonatos mundiales. ¿Sabe usted por qué? Parece que cada vez resulta más difícil ser más rápido, más alto y más fuerte.
Ojala las fórmulas no ronden siempre por el trucaje y la estafa. El público merece un espectáculo limpio.