En singapur Leydi tiró por primera vez con pistola láser. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
SINGAPUR, sábado 21 de agosto. Tiene fiebre, pero no se pondrá el termómetro. Su entrenador bien pudiera pensar que se «amarilló». Y no es el caso. Además, qué sentido tiene ahora saber su temperatura. No podrá tomar nada para aliviar el malestar.
Por el momento decide ignorar la pesadumbre de su cuerpo. Se da una ducha y pone su mejor cara cuando está frente al entrenador Adel O’Reilly, uno de los cinco profesionales que le han dado las claves del pentatlón moderno.
Ambos caminan rumbo a la sala de competencias. Son 24 concursantes las que lucharán por el título olímpico. En esta oportunidad la equitación quedó fuera del programa.
La pentaatleta cubana Leydi Laura Moya López ya viste el traje de esgrima. Toma su espada, la misma con que entrena en La Habana. Ensaya mentalmente cada touché. Dentro de un momento se enfrentará con todas las atletas. Serán asaltos de un minuto y ganará quien toque primero.
La esgrima ha terminado y Leydi acumula 840 puntos.
—Profe, me extraña estar tan relajada.
—Tranquilízate, vas a salir bien. Estás en perfecta forma física. Pónle «bomba» y verás.
Es el turno de la natación: 200 metros estilo libre. La cubana se tira al agua por el carril 7. Luce una trusa negra, con la que se ve más delgada. A sus 18 años ya alcanzó 1,69 metros de estatura y pesa 60 kilogramos.
Nada por el mismo carril en que entrenó. Estar ahí significa que entró en el hit de las mejores. Conoce que varias muchachas tienen resultados superiores al de ella y se esfuerza. Hace un buen tiempo y logra 1 096 puntos. Al sumarlo con el resultado de la esgrima, se ubica en el noveno puesto de la competencia.
—Quiero menos de 12:30 minutos en los 3 000 metros. Hazlo y estamos en la final. ¡Tú puedes!, ordena el preparador.
Ella asiente. Es la última prueba, tiro combinado, y la joven viste el juego blanco que le obsequió su amiga voleibolista Rosir Calderón. Está cansada, pero hay una fuerza en su interior que la impulsa a seguir.
Se oye el disparo que anuncia el tiro; toma entre sus manos la pistola láser, más liviana que la acostumbrada Pardini; dispara los cinco tiros correspondientes y sale a la carrera.
Se acerca a la estadounidense; sabe que su oponente corre fuerte y le sigue el paso. La conoce de Argentina, pues coincidieron en el campeonato eliminatorio que le dio a la cubana el boleto para viajar a Singapur. En esa ocasión solo dos atletas clasificaron por América. La otra fue la mexicana Tamara Vega.
Ya corrió los primeros mil metros. Otra vez dispara y lo hace con certeza. ¡Esto está bueno! Salió antes que la norteamericana, a quien no le fue tan bien.
Mantiene el paso fuerte en la segunda vuelta, y va desplazando a otras muchachas. Arremete contra la diana los últimos tiros. Suman 15 en total.
Solo le queda un kilómetro y tres atletas por delante. Aprieta el paso. En los 800 metros deja atrás a una europea. Sus zancadas son más largas. «Dale, dale, más duro», le grita el preparador desde afuera. Reconoce la voz y sigue.
Cerca de los 200 metros, cual Ana Fidelia Quirot, sobrepasa a otras dos europeas. A la cubana ya nadie la alcanza. No puede creer lo que ve. Ante sus ojos está la cinta blanca de la meta, que ahora rozan sus cansadas piernas, con tiempo total de 11:49 minutos.
La victoria es de ella. Toma aire. La boca está seca. Eufórico, Adel la abraza y la sube en peso. Toda Cuba está con ellos.
Del otro lado
Ese mismo día, en el barrio de San Matías, en el municipio capitalino de San Miguel, un hombre se levanta sobresaltado. Despierta a la mujer que aún está en la cama.
—Haydée, soñé que la niña ganaba.
Al rato suena el teléfono. El interlocutor tiene buenas noticias. «Claro que es verdad, con eso no se juega». Lo sabe por Internet y para que la familia se convenza lee el cable de la agencia Prensa Latina. En la casa todos escuchan: «Un cierre espectacular en la prueba combinada garantizó la corona para la cubana Leydi Laura Moya en el pentatlón moderno de los Juegos Olímpicos de la Juventud.
«Moya compiló 4 100 puntos (840 en esgrima, 1 096 en natación y 2 164 en la prueba mixta (carrera y tiro), para relegar a la húngara Zsofia Foldhazi (4 076) y la ucraniana Anastasiya Spas (4 064)…».
La familia se abraza. La madre llora y el padre se lleva las manos a la cabeza. No puede hablar. Camina de un lado a otro de la casa. Hasta que sale a la calle, quiere ser el primero en decirles a los vecinos que su niña es campeona olímpica y lo hace a gritos.
Un rato después, desde Singapur, la monarca juvenil de pentatlón moderno envía un mensaje: «Cogí oro, mamita, ni yo misma me lo creo, un beso».
Revivo el triunfo con la protagonista sentada en la sala de su casa. Ante mis ojos tengo una vitrina de madera y cristal donde se atesoran las preseas de la joven.
«Hay como 80 —dice—; la mayoría son de natación. Empecé a los ocho años y en ese deporte puedes ganar en un día hasta siete medallas, porque se compite en varios eventos. En pentatlón es solo una».
Me muestra la diadema olímpica; la trae en una caja morada, del mismo color que la cinta donde cuelga.
—¡Es preciosa! ¿Es cierto que dormiste tres días con ella?
—Sí, es que no lo podía creer. Todo sucedió tan rápido. Me sentí como una cantante famosa. El pentatlón lo televisaron allí y tenía muchos admiradores que me veían y gritaban. Pedían autógrafos y se tomaban fotos conmigo.
«En la conferencia de prensa me sentí feliz. Klaus Schormann, presidente de la Federación Internacional de Pentatlón, dijo que estaba contento de que la campeona fuera cubana. El pentatlón es un deporte de europeos y por primera vez América ganaba a ese nivel».
—¿Pensaste que podías ser campeona?
—La verdad es que lo soñé varias veces, incluso antes de viajar a Singapur.
—¿Cómo llegaste al pentatlón?
—Era nadadora. En la piscina de Bello Palmar, en el Cotorro, Ernesto Garrido me enseñó la técnica. Hice la Secundaria en la Escuela Nacional de Natación Marcelo Salado. Cuando terminé el noveno grado pedí la baja y me fui. Pesaba 62 kilos y debía estar en 61 y medio. No bajaba, ni con dieta ni con los tres entrenamientos diarios que me ponían.
«Enseguida empecé a practicar triatlón; no me gustaba la bicicleta, pero tenía que hacer algo. Los entrenamientos eran en la Ciudad Deportiva, y coincidíamos con los muchachos de pentatlón de la EIDE, quienes me embullaron a cambiar de deporte».
—¿De las cinco disciplinas de ese deporte cuál te fue más difícil?
—La carrera. Los nadadores no somos buenos corredores. No me gustaban las distancias largas y entonces había que correr los 3 000 metros seguidos.
—¿Siguen sin piscina propia para entrenar?
—Sí. La piscina del Cerro Pelado nunca funciona. La llenaron una semana antes de las Olimpiadas del Deporte Cubano y luego la volvieron a vaciar. Hace más de un año que nadamos en la piscina de la Ciudad Deportiva. Para los Juegos de Singapur me preparé en el Complejo Baraguá, en la Villa Panamericana. Todos los días me levantaba a las cinco de la mañana para llegar a tiempo a los entrenamientos. «Empezábamos a las seis y media. Después de nadar tenía que “fajarme” con una guagua o alguna “botella” que me llevara para el Cerro Pelado. Allí hacía esgrima, tiro y carrera. Son largas distancias. ¡De madre tanto viaje! Terminaba cansadísima y luego era la misma historia para regresar a San Miguel. El curso entero nos la pasamos viajando de un lado para otro».
—Hablemos del campeonato juvenil clasificatorio para las Olimpiadas.
—Fue en Argentina. Allí dieron solo dos plazas. Me sentía muy presionada y me puse más nerviosa en la prueba de natación, porque hubo una arrancada en falso. Fui de las que se tiró a la piscina y nos viraron para atrás; eso nunca me había pasado y me puso más nerviosa de lo que estaba. En los demás eventos salí mejor y al final quedé segunda, detrás de la mexicana Tamara Vega. Superé a la favorita, la estadounidense…
—Luego te ganas una beca para asistir al Mundial de Hungría.
—La competencia se adelantó y no lo sabíamos. El día que llegamos hice un entrenamiento fuerte, pensando que tendría un día de descanso. Incluso hice la carrera antes de acostarme. Al día siguiente me levanté sobre las seis de la mañana. El entrenador me orientó hacer un ABC en la pista, o sea, correr despacio.
«Él se fue para el congresillo técnico. Al rato vino y me dijo: “Cambio de planes, prepárate que la competencia está al empezar”. Quedé en cuarto lugar, perdí el bronce por un segundo de diferencia. Mi entrenador estaba contento con el resultado, pero yo estuve inconforme».
—Pero Singapur fue otra historia. ¿Qué se siente al subir a lo más alto del podio en una Olimpiada?
—No lo sé, ahí estaba como inconsciente. Todo fue muy rápido…
—¿Cuándo interiorizas que eres la campeona olímpica?
—Como al tercer día.
—¿Cómo ves tu futuro?
—Me quedan muchos años en el deporte. Por lo pronto me preparo para los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011. En noviembre será el campeonato clasificatorio en Brasil. Por supuesto, también están las Olimpiadas de Londres.
La monarca de Singapur tiene un desafío mayor. De ahora en adelante pertenece a la categoría de adultos y la equitación se suma a las pruebas.
Hace meses que no cabalga. Al clasificar para Singapur dejó de hacerlo para evitar una posible lesión.
El equipo nacional de pentatlón moderno no cuenta con suficientes caballos, carecen de un área propia donde entrenar. El tiempo va en descuento para estos futuros campeones.