Cuarentena, de Eduardo del Llano Autor: JAPE Publicado: 04/07/2024 | 09:10 pm
Estamos en pleno festival Aquelarre 2024, la vigésimo octava edición de la magna cita de los humoristas cubanos. Este año la popular fiesta de brujas no convoca a concurso alguno, porque desde el año 2014 se realiza la competencia de manera bienal, donde además se incluye el humor gráfico, en todos sus soportes, la literatura y la décima.
No obstante, y como de textos humorísticos en nuestra prensa de antaño va Los Regañones, quiero invitar hoy a un reconocido escritor, profesor universitario, guionista y director de cine cubano, entre otros oficios, que goza de gran popularidad por su extensa obra y sus polémicos debates:
Eduardo del Llano Rodríguez, nació en Moscú en el año 1962, y se graduó de Licenciado en Historia del Arte en la Universidad de La Habana en 1985. A principio de los años ochenta del siglo XX fundó el grupo teatral y literario Nos y otros, de lo cual ya hablamos.
Aprendió sobre la elaboración de guiones cinematográficos de reconocidos profesionales al estilo de Jorge Goldenberg, Tom Abrams y Walter Bernstein, mientras que fungía como profesor en la Facultad de Artes y Letras de la universidad habanera, y «colaba» algunos cuentos, bajo su rúbrica, en Caimán Barbudo, la revista de la Casa de las Américas, entre otras publicaciones del patio, según aseguran los más importantes espacios culturales de las redes.
Sobre la extensa y brillante carrera de Eduardo, en todo lo que se ha propuesto realizar, no abundaré porque ya saben que mi intención es solo dar algún referente para que usted investigue y descubra quiénes también son parte del acervo cultural y la formación de nuestra Nación, desde el complejo lenguaje del humor en la literatura y el periodismo.
Extensa sería la lista de sus libros, guiones cinematográficos, documentales y cortometrajes, incluyendo la conocida serie de Nicanor O'Donnell, que disfrutaremos en el circuito de cines habaneros en este verano, como parte de las actividades por la celebración del 65 aniversario del Icaic. También son muchos los premios obtenidos en Cuba y el exterior en su prolífera carrera, que comenzó hace muchos años, antes de la creación misma del Aquelarre y el Centro Promotor del Humor, que el próximo mes de octubre celebrará sus primeros treinta años de fundado.
Eduardo del Llano, se inscribe en la historia de los concursos literarios convocados por los Aquelarres, como uno de los más ganadores de dicho premio, sobre todo el que conserva mayor cantidad de veces consecutivas, desde el inicio mismo en 1993, hasta el 1995, que gana con el texto Las treinta monedas de la virgen.
Por una cuestión de estrategia y porque había que darle un chance a los demás, en la siguiente edición, del Llano funge como jurado del premio de literatura y ese año gana el codiciado lauro otro legendario guionista y exponente del humor cubano nombrado Otto Ortiz, quien se lleva «el gato al agua» con un cuento titulado Matar a Eduardo del Llano.
En dicho texto, Otto aborda con gran maestría y excelente humor, la impostergable necesidad de un homicidio para que el resto de los escritores, que entonces eran muchos, tuvieran la posibilidad de ganar un Premio Aquelarre.
Hilarantes y encantadoras anécdotas como esta, vividas por extraordinarios creadores, conforman la historia de la comedia hecha en Cuba, que con profundo dolor se pierde en el olvido y en la desidia. Por suerte, algunos pensamos que aún no es tarde… No me refiero a matar a Eduardo del Llano, hablo de rescatar el buen humor, aunque se escuchan propuestas.
El cometa
Entregué el dinero y me dieron seis tickets. Los repartí entre mis padres, mi esposa, la niña y la abuela, conservando uno para mí. Entonces, y solo entonces, miré hacia el cielo, como ya estaban haciendo decenas de vecinos.
Allí estaba el cometa: blanco, centellante, con una tenue cola, remedando un orgulloso espermatozoide que espiara a las estrellas para penetrarlas al menor descuido. Sin duda era el mejor espectáculo del año. Uno no se cansaba de mirarlo, y hasta los espíritus menos sensibles tendrían que sentir que algo les crecía adentro al conjuro de su pálida magia. Había quien no se iba a dormir en toda la noche.
—Es lindo —dijo mi hija. Como todos los niños, redescubría el cometa cada vez que lo miraba.
—Cuando yo era chica hubo uno como este —dijo la abuela— y podías contemplarlo gratis.
Una mujer miró de reojo hacia nosotros.
—Ahora es diferente —me apresuré a decir—: el cometa es un espectáculo público, y los espectáculos públicos se pagan. Ya bastante hace el gobierno garantizándonos su disfrute.
La mujer sonrió y se alejó.
—Dicen que el cometa se mantendrá hasta el verano —observó un vecino—, y luego habrá que conformarse con la luna.
—Siempre ofertarán otra cosa —dijo mi esposa—: una casa ardiendo, por ejemplo. Es un lindo espectáculo si no hay nada más.
—Tengo un amigo que sigue creyendo que el cometa es un anuncio del fin del mundo —dijo otro vecino.
—Tonterías —comenté— los periodistas-pregoneros lo dijeron claro. Este cometa fue diseñado especialmente para el disfrute de la población, para sustituir las antiguas telenovelas y la televisión en general. Fue una iniciativa cuando desapareció la costosa y obsoleta luz eléctrica…
—Pero estuvo lo del niño con dos cabezas —murmuró una mujer, persignándose.
—Eso también quedó claro. La madre del niño lo tuvo con el ruin objeto de recibir doble cuota de víveres. No fue una señal de nada.
—Miren, miren —dijo mi hijo, señalando al cielo.
Una nube pasaba por delante del cometa. No bastaba para eclipsarlo, sino que producía un tenue resplandor aurático de casi insoportable belleza. Enseguida vino alguien cobrando diez centavos extra. Pagamos disciplinadamente.
—¿Y en otros países no se ve el cometa?
—Se ve —admití—, pero eso también pasaba cuando había televisión, las imágenes se captaban fuera. Es inevitable.
—Hay mucha gente presa por mirar el cometa sin pagar —dijo un vecino que se había mudado hacía poco.
—Delincuentes —dijo mi esposa.
—Antes no se pagaba, dijo la abuela.
Mi esposa la pellizcó y empezó a discutir con ella en voz baja.
—Los turistas admiten que desde nuestro país se ve mejor —dijo un hombre gordo—, lo que no se entiende es por qué deben pagarlo tan caro en dólares.
—Esos se quejan de todo —dijo la mujer que se había persignado—; les dan binoculares y el derecho a mirar el cometa desde un piso alto, y todavía protestan. El cometa debía ser sólo para el pueblo trabajador.
—Hay quien dice que los turistas aún tienen televisión —murmuró el gordo— y que muchos la prefieren al cometa.
—Yo también la preferiría —dijo la abuela.
—Sí vuelves a hablar, no te sacaremos más a verlo —advirtió mi esposa.
Cayó una estrella fugaz. En ese caso teníamos derecho a pedir un deseo, colectivamente y en voz alta. A coro, pedimos que el cometa durara siempre.
Eduardo del Llano
Premio de literatura Aquelarre 1993.
Cuentos de la Bruja. Ediciones Sed de Belleza,
Santa Clara 2002