Son días de radio. Son gente de radio. He visto por las redes cómo el maestro César Hidalgo, holguinero ilustre, reparte abrazos a los ilustres visitantes. Holguín es sede del Festival Nacional de la Radio y, ya se sabe, esa tierra es pródiga en finezas. Mientras los jurados deciden, cabalgaré en la memoria hacia algunos pasajes que ocurren dentro de los estudios, cerca de los micrófonos, o que saltan las fronteras, desmandados, ya sin contención.
La radio para mí fue sanadora, sin necesidad de tomar agua de Clavelito. La radio para mí fue generosa, me recibió con los brazos abiertos, justo cuando necesitaba aire. La radio fue la cobija inesperada, el fértil recalo, la perpetua enseñanza.
Una de esas personas que encontré fue José Julián Padilla Sánchez, músico, artista emérito de la radio, productor discográfico. Dirigió y escribió programas especializados de música lírica y música del Caribe con los que fue premiado en reiteración. La vida le reservó el regalo de un abuelo ilustre: Pepe Sánchez, el autor del bolero tradicional, del bolero pionero, Tristezas.
Al maestro Padilla se le debe un fonograma histórico de finales de los 80, La música de Pepe Sánchez, por el que se le confiriera un premio especial en una de las convocatorias de Cubadisco. Coincidí con él. La alegría se le desbordaba, mas las finanzas andaban cortas, muy cortas. Junté las mías, igual de exiguas, y bajamos La Rampa hasta parar en el Malecón. No dio más que para dos cervezas, pero tuve el privilegio de que me contara cómo salvó la obra de uno de los padres de la trova cubana. Por supuesto, aquellas confesiones con el mar de fondo, con el mar de frente, volvieron a la radio.
Las imágenes sonoras me acompañaron a México. Debía demostrar ante un grupo de estudiantes que la imagen no es solo lo que entra por la retina, sino un proceso complejo de decodificación, asimilación e interpretación. El ejercicio consistía en escuchar unos fragmentos radiales y describir luego cómo imaginaban los personajes y el escenario.
La locutora Ileana Navarro Pupo, una de las que ha roto el mito de la narración radial como coto cerrado para voces masculinas, describía la entrada de Marie Curie en la Universidad de La Sorbona. Una narradora mujer para hablar de otra mujer que desafió convenciones, que empujó el mundo. Minutos más tarde, unos entusiasmados alumnos contaban cómo la radio les había construido las puertas, el pasillo, la manera de caminar y hasta el semblante de la investigadora. La voz, la música, los efectos, habían hecho lo suyo.
Cuando un radialista de la talla de Juan Carlos Roque García terminó el curso, no nos conformamos. El punto final se volvió punto y seguido. Así surgió el programa Así suena la vida, un espacio para el documental sonoro. Bajo el lema de que somos municipios del mundo, transmitimos desde Radio Mambí, una emisora local, más de setenta obras de igual número de artistas de Cuba y Latinoamérica. Varias de ellas, emblemáticas.
Me tocó ser el guionista y avanzado el tiempo, también asumir la dirección. Fue una etapa fecunda, de puro aprendizaje. El programa se encontraba disponible en una plataforma digital por lo que el acceso era cada vez más global. Uno de los días más hermosos fue cuando nos visitó el profesor Alejandro Castañeda que nos escuchaba desde Angola. Si mágico era para él recibir las voces de su ciudad, atravesando el océano; mágico fue para el colectivo, saber que nuestro esfuerzo podía llegar incluso a tierra africana, que nuestro eslogan era una fehaciente realidad.
Son días de radio. Son gente de radio. La radio es siempre más.