El coronel Orlando Cardoso Villavicencio charla con su público. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 23/05/2022 | 08:03 pm
Camagüey.— La Feria Internacional del Libro en la Cuna de la literatura Cubana deja ecos en las paredes simbólicas de una ciudad cautivada por la lectura, la prosa, la poesía, el verbo….
Una de esas «joyas literarias» que no se desvanecen con el transcurso de las horas ni con el «telón imaginario» que muestra la Reina de las fiestas culturales en Cuba, en el Camagüey legendario, es el abrazo del Héroe de la República de Cuba, coronel Orlando Cardoso Villavicencio a sus camilitos y camilitas, que cursan su etapa de preparación inicial en las escuelas Camilo Cienfuegos para ingresar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y en la que el protagonista inició su vínculo con el verde olivo de la patria, siendo aún un adolescente.
Desde el dialogo amigo, sincero, punzante y audaz, este agramontino de pura cepa narró pasajes de su cruel prisión durante 10 años, 7 meses y un día, ante un público juvenil, a quienes sus anécdotas arrancaron la armonía del alma, mientras a contrapelo también les sembró rebeldía, optimismo y fe en los sueños, anhelos, en la victoria.
Entre el maestro y sus estudiantes —una visión propia de este encuentro preñado de lecciones para el futuro—, sobrevino la enseñanza plena de que «para triunfar en la vida hay que leer», expresó este hombre cíclope de «vergüenzas», las de Agramonte, y de «mangos», los de Baragúa.
Las nuevas generaciones de Camilitas y Camilitos no renuncian a tener bien de cerca la obra de su Héroe de carne y hueso, Reto a la Soledad. Foto: Yahily Hernández Porto
Y ese fue el mensaje más claro del combatiente cubano, quien con apenas 20 años de edad sufrió una inhumana encarcelación en una prisión somalí.
Reto a la soledad es la prosa dolorosa, pero sublime, que invita a la perseverancia, a la resistencia de un joven castigado por ser cubano y un internacionalista proletario, quien con esfuerzo y desvelo antepuso a sus demonios y derroteros la firme convicción de trasmitir, aun sin sospecharlo, la pureza de su pueblo —sintetizadas en Villavicencio—, de utopías e ideales maltratadas entonces y también por este mundo contemporáneo no menos cruel que aquel inframundo vivido por el hijo del Camagüey.
Cardoso Villavicencio en sus palabras describe su deuda infinita con los Camilitos y Camilitas, por ser él uno más forjado en sus aulas, en las que el adolescente tímido, pero intrépido, —aunque no lo percibiera entonces—, o el militar en ciernes aún se recuerda en los pasillos de su entrañable escuela.
«He presentado Reto a la soledad en cientos de lugares de todo el país, pero hacerlo en mi centro siempre me entusiasmó, porque fue aquí donde comenzó mi carrera militar y es aquí donde me siento más relajado y en paz», esbozó quien no puede o no quiere desprenderse de su eterna juventud como Camilito.
No es casual entonces que Reto a la soledad no lo sea tanto, para convertirse en historia de la patria, que retó sin proponérselo a esa soledad o a ese presente al que venció con el don de la prosa enconada, pero legítima y auténtica.
¡Gracias Héroe!, por encontrar belleza en la angustia, por cantarle al optimismo y sí, a ese sable agramontino, al que no renuncias por distantes que estés de su natal ciudad.
Durante esta cita aferrada en los corazones de todos los presente, —no hay manera de desprenderse de este lazo con el Héroe de carne y hueso—, también se presentaron sus dos novelas infantiles: Wendy y El duque Pedro y El reino embrujado, ambas nacidas durante su cautiverio, «las escribí, porque me hubiera gustado leerla de niño».