El joven baterista Oliver Valdés. Autor: Yoel Ramírez Publicado: 19/01/2022 | 10:45 pm
Oliver Valdés es un creador inquieto por naturaleza. Durante el primer año de la actual pandemia de COVID-19, lejos de amilanarse o acomodarse al simple acto de esperar a que todo pasara, se puso manos a la obra y trabajó en la producción de su primer disco en solitario.
Nasobuco es el título de este proyecto discográfico, producido de forma independiente bajo los sellos NuCubMusic Project y Four Wives, y apoyado por el Centro Nacional de Música Popular. La composición de dicho material le tomó un año a este baterista cubano y tendrá una presentación especial este jueves en la sala Covarrubias del Teatro Nacional, como parte del programa de la edición 37ma. del Festival Internacional Jazz Plaza 2022.
JR acudió al encuentro con el joven creador, en medio del ajetreo propio de los ensayos para el espectáculo que mostrará al público cubano el empeño compositivo de Oliver Valdés, junto a un nutrido elenco de importantes intérpretes y amigos del percusionista, entre los que se destacan Rolando Luna, Eme Alfonso, Gastón Joya, Roberto Carcassés, Julito Padrón, Jorge Aragón y Germán Velazco.
Oliver no disimula sus nervios durante los preparativos de esta presentación, pues es la primera vez que pondrá a disposición de la audiencia un proyecto exclusivamente de su autoría, aunque lo más difícil ya está hecho: a falta de tener el material físico en las manos, el disco es una realidad.
«La idea inicial era realizar un disco con cuatro instrumentos, entre saxofón, piano, bajo y batería. Pero empecé a estudiar algunos métodos de la composición en libros que llegaron a mis manos y esos conocimientos demandaban más músicos, expansión del mensaje y explotar más las capacidades de la batería como instrumento central de una propuesta como esta», explica el creador, quien ya había tenido otras experiencias compositivas junto al baterista Rodney Barreto en Drums La Habana (BisMusic, 2013), en la que ambos compartieron la autoría del fonograma.
Pero con Nasobuco el joven percusionista logró concebir una propuesta con un nivel superior de madurez, el cual supone un esfuerzo por que el material tuviera su espíritu, identidad y experiencia musical. «Tenía claro que debía interpretar mi propia música y no composiciones que alguien hiciera para mí, aunque fuese con ideas mías», comenta el artista, autor de los nueve temas que componen el fonograma.
Basados en la rítmica de la batería, cada pieza musical representa, según el compositor, «un cuento dentro de la historia general del disco que narra mis alegrías, tristezas y parte de lo que he vivido a lo largo de mi carrera, como en una película». Dicho empeño lo vemos reflejado en temas como Guajira, Maní —compuesto en colaboración con el trompetista cubano Julito Padrón—, así como la obra que da título al material discográfico, creada junto al también trompetista Alejandro Delgado.
Con Chequeré Son, Oliver Valdés rinde tributo a quien considera uno de sus mentores, Pancho Terry (1940-2018), defensor de ese instrumento que tanto aportó a la música cubana: el chequeré. Además, sobresalen tres temas en los que la música afrocubana es una protagonista ineludible con diversas vertientes y momentos que «nacen de unos cantos que le escuché interpretar a capela a Lázaro Ros (1925-2005). Entonces empecé a armonizar esos cantos y salieron tres obras que transitan rutas con mi propia identidad».
Completa la nómina una versión de El Necio, tema original del cantautor Silvio Rodríguez, con quien Oliver Valdés ha trabajado por casi 20 años. «Es una canción que siempre me ha gustado y la he interpretado mucho. Es una pieza muy rica en elementos de la percusión y el resultado rítmico que tiene es pura bomba, pura cubanía, pura África. Tiene de todo, y al menos con esta versión que he compuesto el autor original quedó complacido».
«El arreglo de El Necio le puso la vara más alta al resto de los temas que componen el disco. Después de terminar con esa pieza tuve que restructurar lo que estaba haciendo para intentar darle un timbre parejo a todo el material», asegura el autor, cuyos temas fueron grabados en los estudios Ojalá por Olimpia Calderón, y mezclado y masterizado en Los Ángeles, California, por el músico cubano Jimmy Branly.
Branly es uno de esos nombres que Oliver no olvida cuando recuerda por qué goza de crear con la batería, y que junto a maestros como Roberto Concepción representa una guía en la formación artística del joven percusionista de 40 años. Ese crecimiento se complementó con el dominio musical que bebió del talento de su padre, el guitarrista José Luis Valdés Chicoy, así como de Juan Manuel Seruto, Joaquín Betancourt, Germán Velazco o Bobby Carcassés, por solo mencionar algunos entre una enorme lista de importantes referentes.
El niño que jugaba con la guitarra que le prestaba su padre, como si de una tumbadora se tratase, y que luego quedó boquiabierto mientras escuchaba a Pello el Afrokán en Congas por barrios (1988), confiesa que nunca se había propuesto grabar un disco propio. Sin embargo, ha colaborado con innumerables artistas nacionales y foráneos, como José María Vitier, Omara Portuondo, Leo Brouwer, Marcus Miller e Iván Lins, entre muchos otros.
Oliver Valdés tiene muy clara la idea de que «los proyectos llegan cuando tienen que llegar y el trabajo no puede detenerse. Mi primer sueño, desde muy joven, era tocar con Tata Güines y Changuito, y lo conseguí. Nunca pensé en poder acompañar por tantos años a una gran figura de nuestra cultura como Silvio Rodríguez, o integrar una hermosa familia musical como Interactivo, y sucedió. Entonces vino la pandemia y en ese tiempo de aislamiento surgió la oportunidad de llevar adelante este proyecto, en el que puedo hacer que la batería brille, rodeada de buenos y talentosos amigos».
—¿Ha sido una buena compañera la batería?
—Mi mejor compañía. La batería y el piano han sido muy importantes para mí, desde que estudiaba en la escuela elemental de música Manuel Saumell. El único momento en el que realmente soy feliz y puedo ser yo plenamente, es cuando me siento en la batería.
«Mi instrumento siempre me tiene inquieto. Habrá más música pronto, lo tengo claro y además estoy haciendo un libro para enseñar la batería, que empieza desde el momento en que nace este instrumento en Cuba, y todos esos ritmos, hasta como yo los toco hoy, con diferentes formatos. Es un texto que he probado con todos los alumnos que vienen a recibir clases conmigo, de todas partes del mundo, y hemos tenido buenos resultados. Es un libro sin mucha muela: es pura música y con partituras que puede interpretar desde un aficionado hasta un profesional, y muestro todos los ritmos cubanos, desde el songo hasta el latin jazz.
Portada de Nasobuco, obra de José Carlos Imperatori y Gabriel Lara.
«De momento espero las reacciones del público sobre Nasobuco. Siempre les estoy agradecido por que se interesen por mi trabajo. Con este material disfrutarán de un jazz cubano de esta época, interpretado por una serie de músicos que le van a dar el toque de una generación que bebió directo de nuestros antecesores. Hemos intentado seguir la ruta por los caminos de un jazz cubano, actual, con influencias de todo tipo. El jazz cubano nos define y debemos protegerlo».