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Dulce ambición: No apta para diabéticos

Para abordar los principales temas de Dulce ambición se adopta un doble tono, trágico por un lado y caricaturesco por el otro

Autor:

Joel del Río

Secundadas por la música contagiosa de Tá Escrito, se suceden las imágenes de primerísimos planos de cremas de chocolate, almíbares, gelatinas y frutas. Ruedan los créditos de la telenovela brasileña Dulce ambición que, al parecer, pretende aprovechar visualmente el auge mundial de los programas de cocina, estilo Masterchef, porque además buena parte de la trama se ambienta en el interior de una fábrica de pasteles y tortas o cakes, como se les llama en Cuba. Así, con imágenes sugestivas, se refrenda un contenido en el que predominan los dulzores del melodrama más convencional, con la antigua historia de una madre martirizada por la hija ingrata, malvada.

A estas alturas de la trama ya habrá adivinado el lector, si tiene cierta edad y es aficionado a las telenovelas, que la trama principal de la «nueva» telenovela recuerda, con una insistencia excesiva, la de Vale todo, aquel clásico de 1988 escrito por un trío de ases (Gilberto Braga, Aguinaldo Silva y Leonor Bassères) que supieron ilustrar con cierta honestidad los rostros factibles de aquel Brasil. Regina Duarte y Gloria Pires le daban vida a la madre soltera que consigue prosperar en la vida vendiendo comestibles en la calle, y a la hija ambiciosa que aspira a ser rica sin un mínimo de escrúpulos y está dispuesta a disfrutar de cualquier cosa menos del trabajo. La responsabilidad de refrescar la vieja historia de amor maternal traicionado corresponde ahora al guionista Walcyr Carrasco, con la colaboración de Márcio Haiduck, Nelson Nadotti y Vinícius Vianna.

A pesar de piratear situaciones intrínsecamente ligadas a una telenovela hecha muy en serio, como Vale todo, Carrasco y sus colaboradores optaron en Dulce ambición por un tono mucho más festivo, edulcorado, que combina el ya mencionado melodrama con situaciones criminales y de violencia, sin olvidar la comedia caricaturesca, sobre todo a la hora de burlarse de los holgazanes o de los nuevos ricos. Semejantes combinaciones caracterizaron a Carrasco en exitosas creaciones anteriores como El otro lado del paraíso, Rastros de mentiras (en la cual también actuaban Paolla Oliveira, Caio Castro y Malvino Salvador), o en otras más inclinadas al humor y al costumbrismo como Gabriela (2012, con Juliana Paes y Humberto Martins), Chocolate con pimienta (2003, protagonizada por Mariana Ximenes y Murilo Benício) o El clavel y la rosa (2000, con Adriana Esteves y Eduardo Moscovis) y el autor Walcyr Carrasco, quien también está detrás de varios otros éxitos de Globo como El otro lado del paraíso, Rastros de mentiras y Verdades secretas.

Así, para abordar los principales temas de Dulce ambición se adopta un doble tono, trágico por un lado y caricaturesco por el otro, de modo que, por ejemplo, se denuncia suavemente, y a veces se justifica y glamoriza, la violencia atávica procedente de ancestrales rivalidades entre familias campesinas, mientras que por otro lado se observa la honradez y el amor al trabajo de esos mismos paisanos, y también se apunta el surgimiento entre ellos de las mejores tradiciones de la repostería tradicional brasileña, como el pastel de canela que llega a ser la marca de identificación de la protagonista y su negocio. Pensando en este doble rasero, entre melodrama ligero y comedia costumbrista, el guionista eligió a Juliana Paes para entregarle el papel de María de la Paz Sobral Ramírez, interpretada por la actriz en las claves de la sobreactuación intencionada, el método histriónico idóneo para que parezca verídica la conducta y personalidad de esta mujer, a quien alude el título original de la telenovela: A Dona do Pedaco.

Y si Carrasco decidió reciclar el argumento de Vale todo, también quiso rendirse homenaje a sí mismo, pues el reconocido guionista le había entregado, en 2012, un papel consagratorio a Juliana Paes con la telenovela Gabriela, en la que la actriz derrochó carisma y sensualidad en el papel de una mestiza simple y alegre, que procede del interior y se adapta como puede a las costumbres urbanas. Ahora el guionista y la actriz se vuelven a unir para que ella interprete, otra vez, a una mestiza deslumbrante, también procedente del interior, pero que en este caso llega a São Paulo para tratar de sobrevivir y echar adelante un pequeño negocio de confitería. Para atribuirle rasgos veraces a  María de la Paz, le confirieron toques de comedia burlona a su personaje de mujer empoderada, que resulta ser, a veces, mal educada, ordinaria y pomposa, pero con una gracia natural, un corazón de oro y un desinterés que le garantizan el cariño de los espectadores.

Complicada está la vida de la protagonista cuando empieza a recibir el impacto malévolo de dos coprotagonistas, muy bien actuadas, a pesar de que sus personajes carecen por completo de matices: Josiane Sobral, la hija de María de la Paz (Agatha Moreira), excesiva en su perenne estado de maldad absoluta, y Fabiana (Nathalia Dill), una santurrona con el corazón más oscuro y avaricioso que el de Judas Iscariote. A ellas dos se suma, del bando de las buenas, es decir, en el bando de María de la Paz, Vivi Guedes (Paolla Oliveira), una modelo de internet, frívola pero bondadosa, cuya indetenible fama haciendo nada es inexplicable, más allá de una fotogenia que le permite situarse, gracias a toneladas de fotos, como influencer o youtuber.

Reynaldo Gianecchini como Regis Montavani.

Y si en la mayor parte de los mencionados se destaca el intento por matizar y hacer creíbles a sus personajes, hay un grupo de galanes que simplemente pasean su gallardía ante cámara sin desplegar, en apariencia, ni el menor esfuerzo interpretativo, al nivel de mucha pose y pocas nueces. En ese grupo está, sobre todo, Reynaldo Gianecchini en el papel del dandy vicioso que es Regis Mantovani; Sérgio Guizé repite los mismos gestos y caras de maloso que ya le hemos visto, mientras que Malvino Salvador perdió la ocasión de dar una gran interpretación cuando le entregaron el papel de un padre de familia que súbitamente descubre que lo atraen los hombres. Por lo visto no había claridad de cuán gay debía parecer el muy masculino actor y, por tanto, se le ve indeciso del tono o la intención que debe adoptar. Mucho más convincente y natural está Caio Castro como aspirante a boxeador, uno de los pocos personajes honestos y amables con que cuenta el extenso reparto.

Hay decenas de situaciones incoherentes y giros ilógicos en Dulce ambición, pero el espectador debe tener en cuenta que la lógica y la coherencia nunca han sido sustancias esenciales de la telenovela promedio, y esta lo es, sobre todo en cuanto a su excesiva prolongación en el tiempo y a la rimbombante maldad de los inicuos, de modo que los buenos tienen que ser así, ciegos, sordos y mudos para que transcurran decenas de capítulos antes de que escuchen razones, y comprendan la verdadera naturaleza de la gente que los rodea. Y María de la Paz probablemente tenga el récord como la heroína más inocente e incauta de toda la historia de la telenovela brasileña. La sigue de cerca un portugués (atención cuando aparezca el personaje) que trabaja en la fábrica de pasteles y que es el único ser humano del mundo incapaz de percibir lo que salta a la vista.

Así, Dulce ambición es de esas telenovelas que, por lo menos en su zona central, después del golpe maestro de Josiane, puede dejarse de ver durante varias semanas con la seguridad de que cuando regresemos, si regresamos, la trama principal habrá avanzado muy poco, y la pobre María de la Paz seguirá siendo víctima inerme de cuanto aprovechado llega a su puerta, y los espectadores seguiremos preguntándonos, hasta el final, de qué sustancia está hecha esta mujer, hasta que encontremos la respuesta. Ella no es una mujer, es un personaje hecho con letras y frases de un guion, un guion que subestima nuestra inteligencia, un guion que confunde el entretenimiento con simpleza dulzona y escapista. 

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