El mayor, una de las propuestas cubanas en el festival. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 04/12/2021 | 09:03 pm
A lo largo de cuarenta y pico de años, La Habana en diciembre ha sido sinónimo de Festival de cine. Tenemos la suerte de que el evento se restaure, parcialmente, y lleguen a los cines, por lo menos, las películas seleccionadas para la competencia de 2020, cuando la cultura cubana entró en pausa por razones de sobra conocidas. Y como las películas carecen de sentido si no encuentran un público interesado en verlas, quisimos recomendar una decena de títulos, elegidos entre los que compiten en los rubros de largometraje de ficción y ópera prima.
En la que algunos llaman «competencia principal» —como si la de ópera prima fuera «secundaria»— se alistan este año dos filmes con fuerte protagonismo femenino: el argentino Isabella, de Matías Piñero, y el brasileño Ana, Sin título, de la experimentada Lucía Murat. El primero habla sobre una actriz de Buenos Aires que intenta obtener una audición para interpretar el personaje de Isabella, la heroína de la comedia semitrágica, Medida por medida, de Shakespeare. Aficionado a las adaptaciones literarias, Piñero crea un complejo juego de espejos entre la actriz y el personaje, sobre todo a partir de la relación de la protagonista con una antigua compañera de teatro cuyas decisiones, al parecer, han sido más acertadas.
En coproducción entre Brasil, Argentina, México, Chile y Cuba, Ana, Sin título, es una suerte de docuficción concebida como película de viajes y de recuento memorioso. La protagonista decide hacer un trabajo sobre la vida de una artista de la plástica brasileña, negra, lesbiana, rebelde, perseguida por la dictadura y luego desaparecida, y así descubre la correspondencia que intercambiaron, entre los años 70 y 80, varias artistas que enfrentaron a la dictadura de aquellos años. El filme muestra la búsqueda de la protagonista y así se apoya en testimonios e imágenes documentales, pero vuelve a la ficción, siempre con el interés de definir los tiempos difíciles pasados y presentes.
Hacia el pasado vuelven la vista la también brasileña Todos los muertos, de Marco Dutra y Caetano Gotardo, y la chilena Tengo miedo torero, de Rodrigo Sepúlveda, ambas con una fuerte preocupación por temas actuales. Fiel a la copiosa tradición del cine histórico nacional, interesado en revisar el pasado desde una perspectiva contemporánea, la primera película mencionada muestra a un grupo de mujeres de la familia Soares, descendientes de latifundistas en el Sao Paulo de 1899, que intentan aferrarse a lo poco que queda de sus antiguos privilegios. Mientras tanto, los miembros de la familia Nascimento, que trabajaban como esclavos, tratan de construir un futuro emancipado en un país con muy poco espacio para los negros recién liberados.
Basada en la novela homónima del también periodista, activista por los derechos gay y artista de la plástica chileno Pedro Lemebel, Tengo miedo torero narra una apasionada relación entre un joven guerrillero antipinochetista y un veterano, solitario travesti a quien llaman La Loca del Frente. Y si bien el filme se concentra más bien en los aspectos románticos y sentimentales de la historia, que en la crónica del pasado represivo pinochetista y de sus opositores, se destaca el considerable nivel técnico y estético de la producción, así como el muy respetuoso tratamiento de la temática homosexual, además de la impresionante actuación de Alfredo Castro (Tony Manero, Post Mortem), reconocida como extraordinaria en diversos festivales internacionales.
Desde Bolivia llega la película Chaco.
Y en lugar de examinar el pasado, Michel Franco presenta el desastroso panorama futuro, distópico, de como él imagina a México dentro de unos años en Nuevo orden, ganadora del premio del jurado en la Mostra de Venecia. La película sigue a una pareja de clase alta cuya boda es invadida por pendencieros armados y pobres, en medio de un levantamiento de la clase trabajadora a nivel nacional. La rebelión es utilizada por el ejército como argumento para instaurar la dictadura. Franco denuncia con tanta fuerza las diferencias de clases y la violencia extrema instaurada, que algunos críticos han acusado la película de racista, incómoda y maniquea, aunque nadie le niega el impacto visual a las imágenes ni el excelente ritmo narrativo.
En cuanto a la competencia de ópera prima, también sobresale el protagonismo femenino, en filmes dirigidos por mujeres, como la chilena La nave del olvido, de Nicol Ruiz, y la mexicana Sin señas particulares, de Fernanda Valadez. Titulada igual que la famosa canción de José José, la película del país austral cuenta con sencillez y honestidad la relación que establecen una mujer común, de la tercera edad, que acaba de perder a su marido, y Elsa, una vecina que se cree de corazón lo del libre albedrío y está dispuesta a vislumbrar un futuro diferente, sin temor a lo que diga nadie sobre ella.
Galardonada con siete premios Ariel, entre estos los correspondientes a Mejor Película, Dirección y Fotografía, Sin señas particulares pudiera ser una especie de complemento de la antes mencionada Nuevo orden, en tanto aborda las dos temáticas más recurrentes del cine mexicano de los últimos años: emigración y violencia. Cada uno de estos temas está al centro de las dos historias que la película entreteje: la de una mujer que emprende la búsqueda de su hijo desaparecido, y los avatares de un joven que es deportado y debe regresar a su pueblo en México.
Tampoco faltan en la competencia de ópera prima los filmes interesados en asuntos de raza e identidad. La boliviana Chaco y la brasileña Casa de antigüedades colocan sus narrativas del lado de los indígenas quechuas y aymaras, o de los pobladores afrodescendientes que se debaten entre el racismo actual y el pasado esclavista. De corte antibélico y ambientada en 1934, durante la Guerra del Chaco, el filme boliviano nos presenta a un grupo de soldados indígenas que deambulan por el desierto en busca de un enemigo que tal vez nunca encontrarán, mientras que la producción brasileña habla sobre un hombre negro que es víctima del racismo y el clasismo, hasta que descubre una casa abandonada, llena de objetos que le recuerdan sus orígenes, y ahí comienza un camino para reconquistar la libertad de los ancestros.
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En cuanto a la participación cubana, entre los largometrajes en competencia está El Mayor, el filme postrero de Rigoberto López (que se verá en salas de la capital una vez concluido el evento). Compañeros de generación fueron Rigoberto López y Rolando Díaz (Los pájaros tirándole a la escopeta), que ahora regresa a las pantallas cubanas con Dossier de ausencias, un docudrama realizado en República Dominicana y protagonizado por la destacada actriz dominicana Judith Rodríguez, quien interpreta a Elaine, una periodista en busca de Moraima, quien fue dada en adopción cuando era una bebé y luego la devolvieron a sus padres biológicos, historia que conmocionó el país a inicios de los noventa. El periodista y guionista del filme, Alfonso Quiñones, investigó para realizar una obra que cabalga entre la ficción y el documental, una combinación que sigue marcando tendencias dominantes en el cine latinoamericano de hoy.
Entre los cortometrajes y mediometrajes de ficción hay cuatro títulos cuyos jóvenes realizadores aparecen bien avalados en el panorama audiovisual de la Isla: El rodeo (Carlos Melián), Hora azul (Horizoe García), Última canción para Mayaan (Lisandra López Fabé) y Nara, que dirigió Rosa María Rodríguez Pupo, la misma que estuvo a cargo de la primera historia en Cuentos de un día más. Respecto al documental, también en el apartado de cortos y mediometrajes, compiten Los niños lobo (Otavio Almeida); Los puros (Carla Valdés León) y Terranova, de Alejandro Alonso, en codirección con Alejandro Pérez. Ambos realizadores discursan, a través de un collage asombroso de imágenes y sonidos, sobre las muchas Habana que habitan la capital de todos los cubanos, y el imaginario de sus habitantes.