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Al otro lado de la manipulación

El estudio de las estructuras de una obra nos proporciona las claves para comprender la emoción que causan. En esta ocasión, el análisis crítico centra a la telenovela brasileña Al otro lado del paraíso, esa que aún llega a los televidentes cubanos cada semana

Autor:

Joel del Río

Desde los tiempos de Umberto Eco, e incluso desde antes, se sabe que el estudio de las estructuras de una obra nos proporciona las claves para comprender la emoción que causan, porque a partir del análisis del esquema consumido, se pudiera colegir los mecanismos que provocan ciertas aprobaciones del consumidor. Y el arco del personaje protagónico de Al otro lado del paraíso, además de la manipulación del espectador que contiene el título, propone, otra vez, el antiquísimo esquema del melodrama mexicano de los años 40 del pasado siglo, estilo Nosotros los pobres y Ustedes los ricos, en tanto Clara Tabares (Bianca Bin) es arrastrada por la pasión del paraíso menesteroso, habitado por gente pobre de extraordinarias generosidad y espiritualidad, al infierno de la gente rica, ambiciosa, violenta y corrupta. Para que el esquema provea un ligerísimo velo de verosimilitud se resalta algún personaje excepcional en la lobreguez o luminosidad atribuidas, demagógicamente, a uno y otro bando.

Y como el guionista Walcyr Carrasco (Verdades secretas, Chocolate con pimienta) adora el barroquismo anecdótico y la abundancia de citas de narraciones clásicas, el recorrido de Clara, entre el paraíso y el infierno, ostenta también decenas de similitudes con las de Edmundo Dantés, en El conde de Montecristo, aquel héroe ingenuo sepultado en una cárcel (aquí es un manicomio del cual es imposible salir, como del castillo de If) luego de la traición de tres personas que representan la ley, el poder económico y el militar.

Por supuesto, tanto Dantés como Clara logran escapar de la prisión, fingiéndose muertos, y regresan, luego de muchos años desaparecidos, para cobrar venganza y destruir a los ambiciosos, maltratadores y deshonestos, puesto que se enriquecieron luego de hacerse del tesoro, que en la telenovela se convierte en un cargamento de obras de arte del cual se apodera la muchacha con una facilidad desconcertante, porque el guion tampoco es que pretenda demasiada verosimilitud, sino más bien proveer golpes de efecto en cada capítulo, y ella tiene que regresar, rica y poderosa, a imponer justicia.

El retorno vindicativo está recubierto con un ligero barniz de melodrama, porque la heroína debe seguir siéndolo, aunque abandone de manera provisional el papel de víctima. Y por ello el guion problematiza las diversas facetas de la maternidad frustrada, siempre otorgándole a la protagonista la posibilidad de recuperar a su hijo (que momentáneamente la odia, pero un perrito y un par de excursiones a la primorosa finquita de la abuela espiritista operan el milagro) y retornar a los brazos de una madre extraviada a la que ni siquiera conocía, pero el amor filial, con indecibles sacrificios, brotará de inmediato, en incontenibles borbotones. Para colmo paradisiaco, la muchacha, ya rica y bien amada, rencontrará estruendosamente el amor, con tres opciones posibles de «y vivieron muy felices y tuvieron muchos hijos».

No solo el arco dramático que describe el personaje principal está lleno de incoherencias, empujones dramatúrgicos y evidentes manipulaciones, o giros de la trama, que se refocilan en el absurdo y el morbo, o exaltan sin pudor el glamour, la gracia y la inteligencia de los infernales malvados. Porque se nota que la historia recurre a la ilógica y lo inverosímil para privilegiar el golpe de efecto, y permitir que los malos triunfen hasta el capítulo equis, en el que todo se revierte, sin contar que en el camino algún bueno y uno que otro malo, se cambiarán súbitamente de bando.

Así salta a la vista que los autores olvidaron conscientemente el realismo y la lógica, o los derroteros de la motivación y la caracterización de los personajes, para suscitar en el espectador solo emociones vacuas y efímeras, provocadas por una truculencia tan desaforada que pueda anular toda posibilidad de reflexión en un espectador interesado en seguir una trama donde puede pasar cualquier cosa.

Y si al fin y al cabo casi todas las telenovelas se desmarcan de la veracidad y la lógica, cuáles son las razones para que Al otro lado del paraíso resulte tan irritante, aparte de que técnicamente está muy cuidada, con algunos momentos incluso virtuosos, y que la mayor parte de los intérpretes sobrepasan, a fuerza de talento y profesionalidad, el torpe diseño de sus personajes.

Molesta, sobre todo, cierta manipulación mediática dirigida a construir la imagen de que se trata de una telenovela comprometida con la crítica social, o con el desarrollo de temas complicados y tabú, cuando el tratamiento superficial, festinado, equívoco o caricaturesco ha estropeado por completo la posibilidad de recapacitar socialmente en torno a la violencia doméstica, la pedofilia, la prostitución, la explotación de los mineros, el enanismo, la corrupción institucionalizada, la impotencia sexual o la religiosidad popular, entre otros muchos temas.

Vayamos por partes. El diseño de Gael (Sergio Guizé) a partir de su temperamento explosivo y su amor inagotable por Clara, forma parte del intento del guion por tratar no solo de explicar al personaje, sino incluso de justificarlo; y así se recurre a los endebles argumentos de que sufrió maltrato cuando niño y, además, el pobre tiene un carácter posesivo y celoso, qué puede hacer.

De este modo, apenas se disimula el empeño del guionista por transformarlo poco a poco en héroe positivo y aligerar la denuncia sobre los terribles efectos de la violencia doméstica, en tanto se justifican tácitamente los actos del abusador, de pronto penitente y dispuesto a ganarse, a golpe de pura generosidad y delicadeza, el corazón de nuestra confusa heroína, cuyos infinitos rencores son anulados en cuatro o cinco capítulos.

Algo similar, pero mucho peor, ocurre con la representación de la pedofilia. En primer lugar, el criminal Vinicius (Flavio Tolezani) es un apuesto jefe de policía, cuya atrocidad se explica, descaradamente, como un acto de masculinidad exacerbada y vigorosa. El poderío de Vinicius se exalta con morbosidad en todo tipo de planos no tanto embellecedores como sensuales, y para colmo la hijastra elige para casarse a un muchacho intelectual, apagado y de escasa proyección sexual, de forma que el guion resalta por todos los medios el atractivo salvaje del violador, capaz de declarar en el juicio: «desde que vi a Laura por primera vez quedé absolutamente trastornado, y la edad no me importó». Por más que el guion le suministra al malvado un final aleccionador, en presidio, ciertos textos que dice y su aspecto se construyeron de un modo equívocamente atractivo, sobre todo para el público que más debiera detestarlo: las espectadoras más jóvenes.

La prostitución también está presentada como una opción positiva, y hasta deseable para toda muchacha sin calificación ni recursos, y se eluden una y otra vez los costados más inhumanos y terribles del comercio sexual, como asimismo se toca, a vuelo de pájaro, la explotación de los mineros, que depende de la bondad o ambición del capataz y del dueño. En lugar de convertirse en vehículos para presentar las limitadas opciones de las clases humildes, el prostíbulo y la mina devienen espacios para exagerar el contraste entre lo femenino y lo masculino, y a quién le importa la denuncia social cuando hay posibilidad de exponer tanta concupiscencia carnal entre prostitutas ingenuas y tipos rudos decididos a «perdonar» el pasado turbio de su amada con tendencia a la promiscuidad.

Por idéntico tamiz de superficialidad y sentimentalismo forzado se pasa el tema del enanismo, mientras que la corrupción, el racismo y la homosexualidad suelen ser asumidos en tono humorístico, de caricatura, y los racistas comprenden su error y terminan adorando a la gente de piel oscura, y los homosexuales son hipócritas manipuladores y atractivos (Eriberto Leão) o un hatajo de extravagantes bambolleros que alborotan una peluquería sin aportar una sola gota de interés dramático.

La provocativa superficialidad, el banalizado espectáculo del crimen y la injusticia vencidos por los nobles de corazón, alcanzan ligeros paliativos en el placer de volver a disfrutar de la profesionalidad incuestionable, mitológica de Gloria Pires, Lima Duarte, Zezé Motta, Fernanda Montenegro y Marieta Severo, las dos últimas enfrentadas al imposible reto de humanizar por un lado, a una espiritista que contribuye con el suspenso cuando le llegan mensajes del otro mundo capaces de adelantar los giros más delirantes de la trama, y por otro lado, está la villana, figura gran guiñolesca de una maldad casi inhumana, alguien que se las arregla para asesinar impunemente a ni se sabe cuántos personajes sin que nadie la vea, en un pueblo diminuto, donde todo el mundo se conoce.

Impresionantes también la bellísima Grazi Massafera en el papel de Livia, mientras que su pareja en la ficción, Juliano Cazaré es capaz de mejorar el estereotipo de minero rudo y machista, con algunos semitonos enriquecedores. También impresiona la poderosa Eliane Giardini, cuya gracia y expresividad inclina al espectador a perdonarle el horror que es en el fondo ese personaje de Nadia, una mujer cruel, insaciable y prejuiciosa, salvada a última hora, y sin razón aparente, del redil de los infames.

Así, entre curvas efectistas y personajes sin entidad real, que patalean en situaciones desprovistas de toda credibilidad, disfrutamos todos de una ensarta de peripecias dirigidas a marear al espectador, y a enturbiar sus opiniones respecto a importantes temas cuyo tratamiento evidencia, sobre todo, engañoso compromiso y pertinaz voluntad por distorsionarlos mediante la ligereza, la morbosidad y el poder del espectáculo televisivo.

Marieta Severo, Flávio Tolezani, Bella Piero y Juliana Caldas interpretan a Sophia, Vinicius, Laura y Estela, respectivamente

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