Asombra la ductilidad con que el actor Eugenio Deoseffe maneja sus títeres. Autor: Frank Padrón Publicado: 23/10/2017 | 10:41 pm
Para la familia, y dentro de ella para niños y/o adultos, para ser visto en la tradicional sala pero también para apreciarse en calles y plazas, y además, con su pariente cercana, la danza, el Festival Internacional de Teatro que desde el pasado 19 corre en la capital, trae realmente mucho, y en más de un caso, de no poca valía.
Repasemos primeramente algo de lo que, en el primer fin de semana, nos llegó por parte de los invitados foráneos.
La Compañía Paulicea de Teatro (Brasil) trajo su versión de un conocido texto del argentino Arístides Vargas, La razón blindada, incluso presentado por otros grupos en anteriores festivales. En una cárcel latinoamericana, dos reclusos políticos montan en las tardes de domingo escenas de Don Quijote de La Mancha, a las cuales adicionan aportes que responden a la realidad, y dentro de esta a las suyas, victimizados y adoloridos.
El socorrido método del «teatro dentro del teatro» (pues aquí la literatura deviene texto escénico) se pone en función de la irrenunciable lucha por la utopía, cuando las posturas izquierdistas no gozan, como se sabe, de sus mejores momentos. Los actores Cassio Castelan y Dudú Oliveira, que responden plenamente en cuanto a lo físico a los célebres personajes cervantescos, ofrecen desempeños convincentes y sólidos, en una obra en la cual el diálogo continuo —todo un fuego cruzado— resulta esencial.
Lupa, companía de muñecos argentina, ofreció su espectáculo para adultos Mundos para mirar de cerca. Dirigido por Javier Lester Abalsamo, entusiasma la ductilidad con que el actor Eugenio Deoseffe maneja sus títeres, y sobre todo, su alter ego: un muñeco de su tamaño que lamentablemente no tiene mayor participación dentro del programa en su conversación con el público, y con momentos tan ingeniosos como la exhibición del cerebro.
Sin embargo, de la actuación de los muñequitos budistas, por el contrario, se abusa un poco; de modo que, aunque un tanto desbalanceada, la propuesta es aplaudible por su ingenio y creatividad.
Los noruegos de Jo Strømgren Kompani acercaron su polémico There, cruce de teatro y danza donde cuatro actores, mediante un inventado léxico, que suena eslavo, discursan sobre el sinsentido de la política, la vida toda y sus valores más establecidos; aunque a veces críptico y demasiado ambiguo, se trata de una puesta que descuella por el empleo original del espacio escénico, su despliegue coreográfico y el talento indiscutible de los histriones, quienes arrancaron aplausos entusiastas del auditorio, por mucho que quedara un tanto desconcertado ante lo que pasaba ante sus ojos.
El uruguayo Iván Solarich, conducido por Mariano Solarich, propuso el unipersonal No hay flores en Estambul, en el cual sostiene un diálogo escénico, que actúa también como desmontaje del filme Expreso de Medianoche (1978), de Oliver Stone, y el libro que después publicara su actor protagónico, Brad Davis, sobre su experiencia.
El metatexto pretende dar otra versión del hecho fílmico, incluso de coordenadas externas al mismo mas muy relacionadas con él (como las declaraciones del realizador a raíz del estreno), pero sobre todo recrear circunstancias históricas desde entonces acuciantes.
Ejercicio autofictivo, el procedimiento intertextual padece en ocasiones de ciertas redundancias, si bien incorpora de manera muy eficaz las imágenes fílmicas, y nos enfrenta —principalísima virtud— al desempeño del actor y autor, quien asume la diversidad de personajes con fuerza y vitalidad, además de aprovechar sabiamente el espacio.
El Festival continúa, y nosotros también visitando las salas y comentando. Pronto también sobre la representación del patio.