Ángel Luis Martínez asegura que el desempeño en el cuento Jíbaro requirió de todos sus recursos como actor. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:28 pm
Tantos oídos… no pueden estar equivocados. Como un corredor de largo aliento, el cuento Jíbaro (Radio Progreso) mereció para su protagonista galardones en el oriente, el centro y el occidente de la Isla. Y se acreditó recientemente el Premio Caricato Antonia Valdés a la Mejor Actuación Protagónica Masculina en Radio. Todos, convocados por la Uneac.
Es la tercera vez que Ángel Luis Martínez Rodríguez recibe semejante galardón, mas se lo toma con calma, con discreción. Apenas se sentará a reflexionar, lo conozco. El laberinto de otra de sus pasiones anda robándole las energías. Ahora mismo escribe su segunda novela para la televisión, sobre el tema de la maternidad y la paternidad en Cuba.
En 1996 ingresa en el Teatro Escambray y un lustro después funda el grupo de teatro infantil Alánimo, en Santa Clara. La vida se le desborda en el cuadro dramático de la CMHW, la reina radial del centro; hasta que en 2007, entra a los estudios de Radio Progreso. Su estirpe y su letra, entran con él.
—¿Qué circunstancias lo llevaron al camino de la actuación, tantas veces desafiante, tantas veces desgarrador?
—No sé exactamente como empezó todo. Viviendo en Encrucijada, sin precedentes artísticos en mi familia, ¿qué influencia podría tener? Por aquel tiempo ser artista era para mí algo así como viajar a la Luna… Bueno, tal vez las tandas matinales del cine los fines de semana, o las novelas que transmitía la televisión cubana por aquella época, como La joven de la flecha de oro, Rosas a crédito o la inolvidable Sol de batey. Algo curioso, el nombre de mi madre, Isabel Cristina, se debe a la novela El derecho de nacer, cosas del destino…
«Junto a mis amigos, representaba las escenas de cada capítulo. Mientras otros jugaban a la pelota o las bolas, yo hacía de Jacobo Enamorado, Antonio Fresneda… ¡y hasta del mismísimo Taita Julián! Por supuesto, era un juego, jamás pasó por mi cabeza la idea de ser actor. Después descubrí la radio, ¡el maravilloso cuadro dramático de la CMHW! Y me volví un adicto.
«Un incidente fundamental en mi vida fue haber descubierto la obra Mariana Pineda. Devoré la obra de Lorca. Mientras el aula gritaba: ¡Todos a una!, yo me solidarizaba, sufría y amaba con la heroína granadina. Mi profesora de literatura, me regaló un ejemplar del Teatro Mayor de Lorca. Ha sido uno de los regalos que más he apreciado en mi vida.
«Pasaron los años y me enteré un día de la convocatoria que lanzó el Teatro Escambray buscando actores. No sé de dónde saqué el valor para ir hasta La Macagua. Tal vez de mi deseo de ser artista, que se había convertido en una obsesión. Lo analizo después de tantos años y me parece un acto heroico. Mi vida cambió de un día para otro.
«Luego vino la CMHW, donde pude compartir con esos mismos actores que escuché de niño. Esa ha sido también una de las experiencias más bellas de mi vida. Luego, Radio Progreso, donde tuve la fortuna de encontrar a Carmen Puga, una asesora que se enamoró de mi obra, y luego a Caridad Martínez que me asumió como uno de los actores principales de su espacio Novela cubana, y también a Enrique Domínguez Sosa, que me dio oportunidad de protagonizar el estelar espacio Clave 8:30».
—¿Qué hacer cuando un personaje se encabrita, se resiste? ¿Qué sensación lo invade cuando, en cambio, lo metes en cintura, lo domeñas?
—Me gustan los personajes que se me encabritan, porque así me puedo enfrentar a ellos con más fuerza, tengo que buscar nuevos recursos para asumirlos. La radio es de todos los días, y un seriado te ofrece la posibilidad de irlo domando poco a poco. Es una maravilla vivir totalmente en la piel de otra persona. Claro que ir todos los días al estudio a enfrentarte con un personaje distinto, es un arma de doble filo porque corres el riesgo de enviciarte, cansarte, y hacerlo todo por oficio. Los actores de radio debemos estar alertas y no caer en la rutina que acaba con toda obra artística.
—Dicen que la radio se va, pero siempre he dicho que se queda allí, resguardada en el lugar más íntimo. No sé si coincide con esa idea, pero ¿qué razones lo llevan a persistir en ella, cuando muchos van corriendo hacia la visualidad?
—La radio es mi espacio, el aire que respiro. Cuando entré a la CMHW, me di unos cuantos trastazos al principio; pero después entendí que aquel era mi lugar. Hay veces en que uno no tiene idea exacta de quién lo escucha, te parece que trabajas para nadie; pero no es así. Lo sé por las cartas que recibo, por las personas que te llaman, que te paran en la calle, que te reconocen cuando hablas en algún lugar. Si la radio de alguna forma cambió mi vida, ¿por qué no puede cambiar la vida de los demás?»
—El camino de la dramaturgia radial en Cuba tiene un largo magisterio. Algunos nombres enseguida afloran, otros parecerían olvidados. ¿Cuánto debe a esos sueños lanzados con generosidad al aire durante años?
—Te cuento cómo llegué a la W. Me recomendaron que fuera a ver a Fernando González Castro, que era el encargado de captar a todos aquellos que llegaban nuevos. Fui a su casa. Por aquel entonces él escribía su novela Al sur del campo santo. Me habló de la obra, de los personajes, de las tramas. Salí de allí emocionado, casi sin aire, convencido de que yo quería estar en ese mundo. Así fue. Pude aprender de muchos directores valiosos, entre ellos Luis Agesta Hernández, Airán Negrín y Rogelio Castillo, que me dieron infinitas oportunidades y vieron en mí algo que yo aún no tenía muy claro.
«También hubo actores que me enseñaron mucho, como Margarita Carvajal, que ensayaba conmigo enésimas veces. Tuvimos la suerte de hacer muchas novelas de ese genio de la radio que es Joaquín Cuartas. Con sus libretos aprendí lo que era escribir con excelencia y además aprendí a actuar».
—Escribir para radio o televisión tiene exigencias específicas. Aquello que se plasma en el papel ha de saltar a voces, planos, intenciones, efectos… ¿Cómo maneja ese universo? ¿Hasta dónde aquello que imagina es transformado por actores, directores y técnicos?
—Escribir una novela es vivir otra vida paralela. Estás sentado en un parque, montando en una guagua, acostado, y todos esos personajes que has creado van contigo. Parece de locos, pero no lo es. Como actor me enfrento a una vida, como escritor creo muchas vidas.
«Es duro llegar a un estudio y ver que un actor está destruyendo lo que escribiste, lo sufro en el alma. Otras veces, el actor está llevando al personaje por un camino que no imaginaste, pero que es válido. He tenido la suerte de que mi obra haya conseguido el respeto de directores, actores y del equipo técnico. Estoy muy satisfecho con la realización de la mayoría de mis novelas radiales: la inolvidable Aires de ingenio, y también Fragancias ajenas, y Brisa y terral, bajo la tutela de la gran Carmen Solar.
«La televisión es harina de otro costal. Escribes y muchas veces ni se acuerdan de que quien primero vio la novela fuiste tú, que ese mundo fue tuyo antes que de nadie. La obra prácticamente deja de ser tuya. Aclaro que mi experiencia es muy corta, no tiene que repetirse lo mismo en otros casos».
—¿Y Jíbaro? ¿Qué tiene ese cuento para que tantos jurados diferentes se hayan rendido ante él?
—En ese cuento, escrito por Yolexis Martínez, tuve que asumir cinco personajes. Estuve una semana sin dormir antes de hacerlo. Habla sobre la venganza. Nemesio, el protagonista, supuestamente comete un asesinato. En un momento, se le aparecen todos los fantasmas de su pasado para reclamarle por sus pecados. Requirió de todo mi esfuerzo, pues los personajes interactuaban al unísono, se hablaban y se respondían, en situaciones límites. Con Jíbaro agoté mis recursos como actor. He tenido que tomarme un tiempo para oxigenarme.
«Te voy a confesar lo que más me gusta hacer: crear una trama un tanto folletinesca, no sé, un padre que no sabe de su hijo, un amor imposible, una carta que tal vez nunca se entregó en el pasado… pero todo eso creado con verdad, con toques de nuestra realidad, y tratando de decir lo que realmente quiero y me preocupa, aunque sea entre bambalinas. Tiro el anzuelo, el tradicional, el que yo sé que atrapa, el ABC del melodrama, y después cuando tengo a todo el mundo enganchado con la trama…. comienzo a enfocarlo desde mi punto de vista, poniendo el dedo en la llaga, denunciando lo que me parece que debe cambiar y motivando a la reflexión. En eso me he pasado la vida»