Rolando Rodríguez García en la Redacción Digital de Juventud Rebelde. Autor: Roberto Morejón Guerra Publicado: 21/09/2017 | 05:45 pm
Rolando Rodríguez respondió con paciencia las tres hojas llenas de preguntas que habían llegado a nuestra Redacción Digital. Tenía sus recelos, confesaba, pues le habían dicho en varias ocasiones que para los jóvenes la Historia ya no era un tema que despertara grandes pasiones. Pero después de dos horas de teclear incesantemente, seguían apareciendo inquietudes que clamaban por su sapiencia.
Entonces, de su memoria prodigiosa, ejercitada durante más de siete décadas, salieron fechas exactas, nombres y apellidos, lugares, y episodios fabulosos del pasado de nuestra Isla.
A Patricia, quien le agradeció su intensa labor investigativa, le aclaró que el texto Los vientos huracanados de la historia no es un libro íntegro en sí. «Cuenta con una biografía sintética mía y una valoración de mi obra que quiso hacer mi auxiliar y alumno Elier Ramírez y un conjunto de artículos que han salido en Cuba o en el exterior».
Sobre los libros en los que trabaja, le responde Reinaldo Rodríguez que pone piedra sobre piedra para cubrir el vasto terreno historiográfico que comprende desde Colón hasta hoy. «Por eso están Cuba, la forja de una nación, Las máscaras y las sombras, República de corcho, República estrechamente vigilada, Rebelión en la República y La Revolución que no se fue a bolina. Ahora escribo El gobierno Caffery-Batista y La mula dócil de Columbia (Mendieta). Repito que lo mejor para el lector debe ser seguir el orden de la historia como tuvo lugar».
Su pasión por la investigación sorprende a Carlos, quien deseó conocer cuál fue el origen de esta inclinación. Con sentido del humor Rolando le explica que él nació en 1940 y que su amor por la Historia se inició en 1941. «Desde muy pequeño me apasionaron las películas históricas, los libros de Historia, y todo cuanto se relacionara con las letras, incluyendo Literatura y Filosofía. Cuando tenía 16 años me leí las Lecciones Preliminares de García Morente e incluso los ensayos de Baruch Spinoza; desde entonces estaba clara mi definición, en primer lugar por las letras, y en segundo lugar por la Historia. La Ilíada y la Odisea fueron una especie de libros de cabecera míos».
Tal vez por ello el historiador y el escritor se funden en Rolando con armonía. «Somos la misma persona, le confirma a Alfredo, no puedo diferenciar a uno del otro. Me encantó escribir una novela histórica y ahora disfruto los ensayos de Historia. Por supuesto, para mí el mejor de los libros por ser el primero es República angelical, me es más cercano a mi corazón y es a la vez el que más me ha complacido. Si alguno no me hubiera satisfecho lo hubiera despedazado».
A Ricardo, interesado en tener noticias sobre el anunciado libro del Gobierno de los 100 días, le informó que se titula La Revolución que no se fue a bolina, un texto en el que precisamente demuestra que duró 127 días en realidad y no una centena como se suele decir.
Este acápite de nuestra historia despertó más de una interrogante en el lector Gustavo Ortega Martínez, curioso por conocer las causas reales por las que la Revolución se fuera a bolina, si existían posibilidades de neutralizar y superar la mediación del embajador estadounidense Benjamín Summer Welles, así como las razones por las cuales el presidente Ramón Grau San Martín perdonó a Batista cuando Antonio Guiteras desenmascaró su alianza con Summer Welles e intentó fusilarlo. Ante el «calibre» de tales preguntas, el profesor Rolando lamentó que el tiempo y el espacio no le alcanzaran para profundizar en temas tan abarcadores. Sí le adelantó a Gustavo que en Santa Clara dará «una conferencia sobre la posibilidad de haber fusilado a Batista en el frontón del Cubanaleco o el Foso de los Laureles en La Cabaña. De todas maneras puede acudir a La Revolución que no se fue a bolina».
María Esther Trujillo, igualmente cautivada por la figura de Guiteras, preguntó por sus errores y aciertos, tanto en su cargo como Secretario de Gobernación, Guerra y Marina, en el Gobierno de los 127 días, como después en la lucha clandestina con Joven Cuba. Rolando prefirió hablar primero de los aciertos, «por ejemplo su apoyo a los trabajadores, conseguir a toda costa hacer la Revolución, la jornada de ocho horas, la intervención de la Compañía Cubana de Electricidad y otras muchas. En los 127 días de gobierno, de hecho obligó a Grau a impedir se coludiera con el embajador yanqui Summer Welles. Su mayor error fue esperar demasiado en el Morrillo al yate Amalia. Si hubiera hecho caso a Carlos Alfara, se hubiera ido antes del amanecer hacia Matanzas o La Habana, y hubiera hecho la Revolución».
Cuando Raulo, siguiendo la premisa de que la Colonia sobrevivió en la República, le preguntó al premio Nacional de Historia cuánto de la República ha sobrevivido en la Revolución, la respuesta saltó ágil de Rolando: «¿Crees realmente que de aquella República ha quedado siquiera un milímetro? Me da la impresión de que la Revolución le pasó por arriba a aquella República como una aplanadora. No puedo encontrar, con toda sinceridad, nada de ella en la Revolución actual. Es más, si lo encontrara, lo denunciaría».
Yusuan Gutiérrez también se interesa por la profundización en el estudio de la historia de la Revolución Cubana, mientras que Ana María deseó conocer detalles de su primer encuentro con Fidel. Le precisa el profesor a Yusuan que para los investigadores «la historia es lo que ocurrió hasta hace 25 o 30 años, aunque a la vez se habla de la historia actual. Fidel me preguntó una vez que cuándo llegaría al 2000. No creo que llegue. Para eso lo que he hecho es preparar alumnos que se encargarán de continuar donde yo deje la tarea».
Despliega para la muchacha pormenores de «aquella noche de 1965, cuando supe que Fidel estaba en la Plaza Cadenas, hoy Agramonte. Fidel se volvió hacia mí y me preguntó qué estudiaba, le respondí que no estudiaba sino que era profesor. Me preguntó “de qué”, pensé “ahora viene la catástrofe” y le respondí que de Filosofía, que era el subdirector de esa materia (luego pasé a director). Me dijo, “Ah, ustedes son los jovencitos esos de la calle K, que se creen que tienen a Marx agarrado de la barba”. Le respondí que no, que no lo creía. Me dijo “sí, ustedes son los que dan el Manual de Filosofía de Konstantinov”. Le dije que no, que nosotros dábamos los clásicos del marxismo. Lo vi sorprenderse. Entonces me preguntó qué día podía reunirse con nosotros. Mi respuesta fue clara: El día que usted quiera».
Karel Leyva quiso saber cómo se enfoca el trabajo de los historiadores en esta época marcada por el posmodernismo y la pseudocultura. Rolando le comentó que su preocupación mayor es «el dogmatismo y el esquematismo de muchos profesores. La Historia está llena de contradicciones, así hay que revelarla y sobre todo seguir lo que dijo John Reed, “no soy imparcial pero busco siempre la verdad”. Si hay traidores hay que decirlo, hay que revelarlos, no pueden quedar en la oscuridad.
Para Carmen, quien lo alentó a seguir escribiendo libros tan valiosos, era necesario conocer qué cosas pudieran deprimir al gran investigador y por el contrario, cuáles le harían feliz. El minucioso historiador reveló su temor a equivocarse, «afirmar lo que no sea justo sobre algún personaje, y no me toleraría inventar lo que no puedo probar. Me hace feliz encontrar, por ejemplo, como me sucedió en España, el informe de Ximénez de Sandoval sobre el combate de Dos Ríos, con todos sus diagramas y los documentos que Martí llevaba encima cuando lo mataron. Cuando me di cuenta de lo que había encontrado, se me salieron las lágrimas, pero pude pensar que llegaría a Cuba, dejaría de hacer todo lo que estaba haciendo y escribiría A caballo y con el sol en la frente».
Entonces nos cuenta bajito, como si no lo hubiera escrito ya en su libro y quisiera hacernos cómplices de un secreto histórico, de la carta que llevaba Martí de Carmen Miyares, la madre de María Mantilla, en el día fatal, junto con otra firmada por la hija de Máximo Gómez, y de las monedas de oro, atadas en la cintura, todo el tesoro de la Revolución, que también le incautaron los españoles.
Entre preguntas y respuestas su diálogo ameno parecía revolver documentos alrededor de nuestra Redacción Digital y abrir archivos inolvidables de su vida. La edición del Diario del Che en Bolivia, clasifica sin duda como una de ellas. Al recordar aquella aventura revivía el momento en que abrió una caja de cartón y contempló, allí resguardadas, las fotocopias de las páginas del Diario. Esa noche, nos cuenta, después de estar horas leyendo, cayó rendido en su cama con el maletín en que estaba el Diario, abrazado entre sus brazos.
Lluvia de inquietudes digitales
Enrique: ¿Cuáles eran sus aspiraciones cuando joven y con qué sueña ahora?
Rolando: Mi aspiración de mayorcito era ser profesor en la Universidad. Ahora es seguir escribiendo, hasta que pueda.
Orestes: ¿Qué personas o hechos son los que más han contribuido a su formación?
Rolando: Mi madre quien fue una doctora en Pedagogía muy inteligente, Fidel Castro, Raúl Roa, Manuel Piñeiro y los héroes de la Revolución como Martí, Maceo, Mella y Guiteras.
Gerardo: ¿Qué lugar ocupa Cuba en su vida?
Rolando: Cuba es mi pasión. El otro día dije que amaba a Cuba como amaba a mi madre. Son mis dos madres. A ninguna la quitaré nunca de mi pensamiento aunque sobre mi cabeza penda una bomba de hidrógeno, y que conste que ya en octubre de 1962 tuve una arriba en la defensa de la base de cohetes de Guanajay.
Roberto: ¿Cuáles son sus virtudes, temores, obsesiones y defectos, cómo le gustaría que lo recuerden?
Rolando: Honradamente no creo que sean muchas las virtudes. Mi mayor temor es que se pierda la Revolución. Me obsesiona saber cada vez más. Mi defecto, ser muy tozudo. Y me gustaría que me recuerden como un hombre bueno.
Javier: ¿Tiene algún consejo para los jóvenes docentes?
Rolando: Trabajar, trabajar y trabajar, es mi mejor consejo.
Gladys: ¿Qué es para Rolando la amistad y el amor?
Rolando: Han sido dos motores de mi vida.