Reynerio Tamayo Fonseca fue galardonado con el más reciente Premio Abela de la Bienal Internacional de Humorísmo Gráfico. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:41 pm
«Desde pequeño me gustaron las artes plásticas, muchas veces en vez de bajar a jugar pelota con mis amigos, me ponía a dibujar en páginas en blanco. Imitaba los trazos de Juan Padrón, o de la serie de historietas que protagonizaba el personaje Naoh, en Los conquistadores del fuego, que se publicaba en Pionero».
Quien así habla es Reynerio Tamayo, cuya vocación por las artes plásticas creció en diferentes talleres durante sus estudios primarios. Conoció los principios del cómic, de la caricatura personal, del humor gráfico, todo muy elemental, pero despertaba cada vez más su interés, a tal punto que comenzó a participar en algunos concursos provinciales, y en pequeñas exposiciones locales.
«Se funda entonces la escuela elemental de arte en la Isla de la Juventud y mi madre me lleva a hacer las pruebas de aptitud. En este centro tuve la suerte de tener grandes profesores. Comienzo a conocer las técnicas de la pintura con más rigor: el óleo, el acrílico, la acuarela, la tempera, a dibujar con creyón, grafito… Posteriormente entro en la ENAP y luego al ISA. Es cuando terminó la academia y comienza el trabajo creativo».
—Trabajas un tiempo en el dedeté y en otras publicaciones y reapareces con una propuesta más elaborada, con otros soportes, grandes formatos, otras técnicas… ¿Qué te llevó a ese trabajo?
—Fue una suerte haber pasado por las escuelas de arte. Estuve en el ISA en un momento en que había un gran fervor, un movimiento muy fuerte, y yo, por supuesto, con mis temáticas, mis inquietudes, me permeaba de todo eso. Todos los días había que pintar eso que llamamos pintura seria. Los colegas te alentaban a seguir con el humor, pero incorporando a ese conocimiento todas esas técnicas aprendidas. Entonces me pruebo con formatos grandes, busco la idea en la que siempre haya humor, pero que el resultado sea lo más pictórico posible.
«Nunca me desconecté del humor gráfico, quizá porque fue lo primero que hice. Al final fui descubriendo una manera, una filosofía, de cómo expresarme, de cómo ver el mundo. El humor es un puente de comunicación directo y provocador, para hacer pensar.
«No veo divorciado el humor gráfico y la pintura que hago. Me da igual tener una cartulina con tinta o comenzar a trabajar en un lienzo, para mí es una sola cosa. Es como tu propio baúl, que vas llenando o vas reciclando. Forma parte del hecho creativo».
—¿Será por esto que tu trabajo más cercano al arte pop, está influenciado por la historieta?
—En esto de la creación viajamos en círculo, avanzas con cosas nuevas que vas descubriendo, pero también regresas a cosas que has hecho hace mucho tiempo. Me gusta mirar estos trabajos y quiero rescatar esas cosas desde una mirada actual, desde el conocimiento y la experiencia, desde otra posición intelectual, pero con la misma esencia.
«Si hago las cosas pop, viene del origen, que es la historieta, que es de las primeras cosas que comencé a hacer. Asumo esto sin complejos. Mucha gente me dice que yo he sido muy obstinado con el mundo del humor, con esa temática, y les digo que no, que es lo que sé hacer, es lo que quiero hacer.
«Otra razón es que el pop me fascina, es el resultado de los medios de producción de masa, muchos artistas del pop se inspiraron en el cómic, en la historieta, en los colores, las tramas, en parodiar las tramas al estilo de Andy Warholl, en toda la estética del pop, porque ya en los periódicos comenzaba a salir el cómic en colores. Voy a continuar con eso también, no en todos los cuadros, porque mi obra es muy heterogénea, pero sí aparecerá porque me divierto y la paso muy bien».
—En tu obra intercambias muchas ideas. ¿Te consideras un amante de la cultura en general, o específicamente hay algo que te atrae dentro de todo ese cúmulo de información?
—En el mundo en que vivimos ocurren millones de cosas. Al final ves que los problemas comunes del hombre contemporáneo existen lo mismo en España, en Australia, en Inglaterra, que en Cuba… Son los problemas del mundo moderno. Todo eso lo recibes y de alguna manera quieres contarles a las demás personas sobre estos problemas, y sobre las cosas buenas, las cosas lindas de la vida, que también las hay. Honestamente, cualquier tema me vale. La vida te impone constantemente un leitmotiv para hacer una obra, para la creación. Esto en el humor gráfico se concreta con mayor rapidez, la pintura te exige más tiempo: preparar el lienzo, escoger las técnicas, el formato es mayor…
«Para todos los casos hay que estar informado. Toda esta información la metabolizas, la transformas, la metes en tu interior, la llevas a un proceso creativo y la sacas. Soy sensible a todo. Para mí lo más importante es la vida».
—El armamentismo, el humor político, forman un segmento considerable en tu obra. ¿Es parte de la vida como un todo, o te lo propones particularmente?
—A veces soy consciente, a veces no. Todo no es tan racional en la creación artística. Hay respuestas instintivas a cosas que están sucediendo en la realidad. A veces te llegan por asociaciones, se multiplican en la dinámica creativa. Todo este tema bélico lo he tratado más desde hace dos o tres años, porque ahora soy padre de un niño pequeño. Soy más consciente del peligro que significa una guerra, donde nadie gana, o donde casi siempre los que pierden son los mismos: la gente inocente. Soy pacifista. Soy un tipo que fundiría un tanque de guerra para hacer cucharas para comer, o picos, palas, herramientas para construir. La guerra es el acto supremo de la perversión humana.
—Tu entorno no siempre ha sido el mismo. Viviste algunos años en España. ¿Cómo influye y reflejas ese período en tu obra?
—Fue una etapa de mi vida muy buena en el sentido de que choqué con otra realidad, con otras personas, interactuando con otra cultura. Una cultura cercana, porque somos producto ancestral de España, pero al final somos bastante diferentes. Fue una época en que me interesaba mayormente por la influencia del arte barroco, de los grandes pintores españoles como Velázquez, Goya. Mi trabajo fue dirigido más bien a la historia del arte. Visité muchos museos, tenía posibilidades de viajar por todo ese país y el resto de Europa. Fue una época de retroalimentación, de búsqueda, de aprendizaje individual. No aquello que aprendí en la escuela, sino ver personalmente los clásicos, disfrutar sus técnicas, su obra de manera directa.
—¿Entonces puedo considerar que hubo un punto de giro en tu vida artística al regresar a Cuba con esa carga profesional y encontrarte con una realidad diferente a la que dejaste años atrás?
—En los últimos años fue más evidente este cambio, pues vivía algunos meses en Cuba, otros en España, pero comenzaba a sentir que la realidad cubana me seducía, o sea, que nunca perdí esa vivencia…
—¿Y cómo lo expresaste? ¿No recuerdas las temáticas recurrentes de aquel momento?
—No recuerdo concretamente, pero por esa fecha me invitaron a la 9na. Bienal de La Habana, creo que en el 2006, donde presenté la obra El taxi tiburón, que reflejaba la problemática del transporte. Muchos años antes había explorado en ese tópico con la obra La guagua de Guernica. Ya lo dije: uno regresa a las obras anteriores, reciclas tu propio trabajo. Lo cierto es que en ese momento todo cuanto me estaba pasando desembocaba en mi obra. Aunque utilices símbolos universales, se resume en vivencias cotidianas, del intercambio criollo del cubano, lo que se vive en la calle.
«Venía de un lugar donde todo estaba aparentemente perfecto, la nieve, el invierno, muy chévere para pintar, pero te “dormías” con eso. En Cuba no hay tiempo para suicidarse, el aburrimiento no existe, siempre hay mucho que hacer, aparte del tema de la familia. Siempre hay una exposición, algún suceso cultural, los amigos que van y vienen».
—Luego de alcanzar un estatus, marcado por diferentes exposiciones personales y colectivas, compartidas con nombres de reconocido nivel, regresas a la Bienal de San Antonio con obras de humor gráfico, ¿por qué?
—Es un privilegio participar con mis colegas y amigos pintores: Los carpinteros, Alexander Arrechea, entre otros. Realmente no sé qué podría marcar un estatus. Quizá desde el punto de vista artístico de mercado. Son artistas que están conectados con las grandes ligas, que trabajan con importantes galerías, con buenos proyectos, como Garaicoa. Yo no trabajo con ninguna galería, soy un free lance, mi obra hasta ahora no está introducida en el mercado. He tenido la suerte de que hay personas a las que sí les gusta coleccionar mi trabajo, incluso fundaciones que se interesan por este tipo de propuestas, que quizá les parezca raro. Precisamente tiene que ver mucho el humor con eso, por lo palpable que resulta en mi obra.
«Mi regreso a la Bienal del Humor es culpa de Ares, quien hace varios años me provoca, me anima a que retome el humor gráfico a partir de cosas que ya había hecho en mis orígenes. El planteamiento de Ares es muy sencillo: él me dice que soy un tipo que genero muchas ideas y que el trabajo en grandes formatos no me permite realizarlas todas, sin embargo el humor gráfico sí. No vivo del humor gráfico y es lo mejor que tiene. Después de trabajar en el taller, llego a la casa y a veces tomo mi cartulina y comienzo a hacer bocetos. Me siento cómodo, porque existía esta inquietud, solo que estaba dormida. Lo disfruto mucho, no es algo condicionado. Es un ejercicio que me permite canalizar muchas ideas que no puedo reflejar en la pintura o que no me interesan para los grandes formatos.
«Este trabajo lo veo como un dibujo en el cual cuento cosas, pero no lo divorcio de la pintura sobre lienzo que es a lo que más le dedico tiempo».
—¿Qué opinión te merece la Bienal, tanto tiempo después?
—Hay que ver la Bienal Internacional del Humor de San Antonio de los Baños antes y después del período especial. Fue un suceso en el que coincidieron muchas limitaciones. Algunas de ellas aún persisten. Cerraron muchas publicaciones y espacios donde la gente, particularmente los más jóvenes, podían ver impresos sus trabajos. Para mí, volver a la Bienal ahora resulta muy complejo, porque yo viví bienales muy lindas, espectaculares, donde había una notable participación de autores cubanos y extranjeros, con muchísima calidad. Yo pienso que las de antes eran mejores que las de ahora.
«Lo más significativo que ocurre ahora es que a la Bienal acude una generación de creadores jóvenes que hay que asumirlos, encaminarlos, pulirlos. Muchachos con buenas ideas que todavía no dominan el dibujo, que no tienen un sello propio, pero tienen mucho interés. Las artes plásticas requieren de tiempo, de constancia, de confrontación, y esa es una tarea de nosotros.
«Me gustaría que la Bienal mejorara el tema del montaje. Al Museo le hacen falta medios, apoyo de otras instituciones, y de las autoridades. No es justo que se pierdan grandes colecciones de humor gráfico, obras de un gran valor histórico, sin que sean expuestas nuevamente, recicladas a la vista de las nuevas generaciones.
«Es necesario también que la prensa se haga eco de este suceso, que se implique un poco más, que haya más promoción en todos los medios. Estamos hablando de una de las bienales más antiguas e importantes en la cultura cubana, que forma parte de las simientes del humor en Cuba. El trabajo para rescatar nuestro humor gráfico debe ser más intenso, deben existir más galerías, más espacios relacionados con este arte».
—Entonces, ¿te duele la Bienal, o la disfrutaste?
—Ambas cosas. Pienso que la exposición que hicimos Boligán, Ares y yo fue importante para el humor gráfico. Acudió mucha gente. Fueron muchos artistas que no acostumbran visitar las expo de humor gráfico, que se sorprendieron, pues no imaginaban las posibilidades de expresión que tiene este género. No saben que venimos de ahí, de la historieta, del cómic, que esos son nuestros orígenes como artistas de la plástica.
«En la próxima cita me toca ser presidente del jurado, y queremos hacer algo para elevar el nivel, sobre todo el competitivo, que da lugar al buen arte. La Bienal del Humor debe tener la misma importancia que el Festival de Cine, que la Bienal de las Artes Plásticas. Tenemos que ver cómo se aprovecha todo el recurso humano que hoy mantiene viva la Bienal, con mucha fe y resistencia.
«Participar en esta Bienal me ha dado la gran alegría de ganar el premio (que me hubiera gustado obtener en un mayor nivel competitivo) que me crea un compromiso con el humor gráfico cubano. Llevar el humor a la pintura o viceversa, será un ingrediente más de estímulo, de atracción para los jóvenes. Por otra parte tenemos que crear algún evento intermedio. Que no haya que esperar a que pasen dos años para volvernos a ver.
«No estamos a la altura de lo que se está viviendo en todo el mundo con el humor gráfico a partir de las nuevas tecnologías, de los nuevos lenguajes digitales. El humor gráfico es cada vez más complejo, se fusiona con otras técnicas como la ilustración, el cartel, el mundo audiovisual de los juegos, del animado. Noté que faltaba mucho de esto en nuestra Bienal. Tenemos que aceptar el reto y darle a nuestras propuestas ese sentido de nuevo lenguaje que impera en el mundo contemporáneo del humor gráfico».