Los actores de Teatro del Silencio en ensayo: de izquierda a derecha, Mirtha Lilia Pedro, Roger Rodríguez y Yenly Veliz. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:36 pm
Tres personajes: El Estudiante, Lina y el Hombre de arena. Un basurero. Relaciones antagónicas: oprimidos-opresores, violencia-ternura. Espacio que se arma y recompone. Ruptura poética con respecto a códigos anteriores. Exploración existencial a través de la responsabilidad individual. Son algunos de los elementos que distinguen la obra El cerco, el nuevo proyecto que prepara el grupo Teatro del Silencio, bajo la tutela del dramaturgo Rubén Sicilia.
«Esta es una pieza muy intensa que se mueve en las claves de lo que se conoce como teatro de crueldad, realismo sucio, teatro pánico... Se centra en todas esas corrientes y dimensiones. Es un texto que escribí entre 1989 y 1991, y que tiene una vigencia y actualidad que me sorprende», asegura el director del grupo.
En efecto, si algo transmite El cerco es la sensación de asfixia y desesperación en un ambiente de desorden, donde las acciones se desarrollan en medio de un basurero. Es ahí que los personajes se quebrantan o profanan mutuamente y muestran en diversos matices las relaciones dominador-dominado, opresor-oprimido.
Si bien es potente la presencia de la crueldad, desde los primeros momentos también se percibe el otro extremo. «Al mismo tiempo que el texto tiene dureza y una direccionalidad con eso que llamamos crisis contemporánea, hay mucha ternura en la obra. Se manifiestan los dos planos de intensidad. Los personajes, por su parte, son muy humanos, son arquetipos, y pienso que esto es lo que le puede dar una ganancia secundaria a la pieza, pues el espectador va a entrar, a visitar, a viajar a través de personajes con los cuales se puede identificar», explica el escritor.
Para Rubén Sicilia, la pieza marca un punto de viraje con respecto al desempeño anterior del conjunto. «Hay una diferencia abismal, sobre todo a nivel dramatúrgico. Estamos renovando códigos y viajando a una zona desconocida. Vicente Revuelta, que fue mi maestro, nos enseñaba a crear una ruptura poética con respeto al código anterior que se había explorado. Y aquí se manifiesta tanto en el texto como en la puesta en escena.
«En el primero más que en la segunda, porque hay personajes que no tienen nada que ver con aquellos históricos que había abordado anteriormente en montajes como La pasión de Juana de Arco o Juicio y condena.
«También hay una exploración en las claves de las relaciones interpersonales como la violencia, la ternura, el desgarramiento existencial del hombre actual. Eso tratamos de realizarlo de un modo anatómico y fisiológico, para poder, efectivamente, penetrar tanto en nuestros ángeles como en nuestros demonios.
«Desde el punto de vista de la puesta en escena se incluyen parles como escenografía básica, lo cual fue propuesto por una actriz, para armar, reordenar y recomponer el espacio. Esto nos llevó a una propuesta gestual, corporal y poética, que aunque continúa nuestra línea de lo no verbal, de lo gestual y corporal, establece un nuevo idioma o lenguaje».
El elenco está conformado por Mirtha Lilia Pedro, Yenly Veliz y Roger Rodríguez. Mirtha interpreta a El Estudiante, un personaje masculino que está enamorado de Lina y la sigue a todas partes.
«Es un romántico que ve siempre solución a los problemas de la vida y cree que él puede ser parte de ella». Aunque con anterioridad la actriz había dado vida a un personaje masculino, particularmente este le ha resultado muy complicado. «Mi personaje es defensor de que la salvación siempre es posible. Es el soñador, el utopista. Dar la masculinidad orgánicamente, desde la ternura que lo caracteriza, puede crearte muchas dificultades. El Estudiante es muy suave, por eso debo cuidar el equilibrio entre lo masculino y lo tierno, no puedo pasar esa frontera porque perdería credibilidad».
Por su parte, Rogel Rodríguez encarna lo más negativo y cruel. «El Hombre de arena representa al tipo explotador, cizañero, dañino, el que manipula de la forma más cruda e hiriente posible.
«Al principio me sentí muy raro, porque no soy así para nada, y a veces resulta difícil incorporar esos sentimientos y actitudes. He tenido que buscar mucho en mi yo interior, para asumir y explotar esta personalidad».
El cerco desnuda la eterna lucha de poderes desde ángulos diversos. Los personajes, que están en una situación de encierro sobre sí mismos, tejen un eje particular donde intentan «mostrar la responsabilidad individual con respecto al desarrollo o no de las cosas», precisa el autor.
—¿Por qué esperar tanto tiempo para montar El cerco?
—En algún momento reflexioné sobre si la obra era necesaria o no. Como todo director traté de buscar paralelos con la realidad del momento. Pienso que ahora significa una indagación existencial, y que da continuidad a ese periplo que veníamos haciendo de entrar en la realidad vivencial del hombre contemporáneo.
«Tampoco podemos perder de vista que justo ahora en el mundo hay un avance notable de las corrientes literarias o escénicas de teatro de la crueldad y realismo sucio, lo cual refleja que el termómetro de la vida se ha localizado precisamente de esa manera».