Cuarteto Pizzicato (de izquierda a derecha Harold, Iván, Maykel y Pedro). Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:21 pm
Harold Ricardo Corella no se sonroja cuando le echan en cara que se convirtió en músico casi por mandato de papá y mamá, dos reconocidísimos artistas de la plástica de la ciudad de los parques: Ramiro Ricardo e Isabel Corella. «Es muy posible», reconoce el destacado violista y director de la Orquesta Sinfónica de Holguín (OSH), de la Orquesta de Cámara y el cuarteto de cuerdas Pizzicato.
«Me crié en un entorno totalmente artístico. Mi padre era director de la Academia de Artes Plásticas, donde mi madre ejercía como profesora. Crecí rodeado de libros para colorear, pinceles, y también de mucha música, porque mi papá es un melómano perdido. Sin embargo, no sé cómo fui a dar un día a la escuela de arte para hacer pruebas de ingreso en música.
«Así comencé a estudiar el violín. No te voy a negar que sufrí muchísimo, como todo niño que quería jugar y le tocó, por suerte, un profesor tan exigente como Héctor Barrientos —maestro y amigo—, enorme pedagogo y gran persona, cuya obra aún no ha sido reconocida en su magnitud. Entonces mi infancia fue de violín, después violín y otra vez violín».
—Milagro no llegaste a «odiarlo»…
—(Sonríe) En lo absoluto; lo disfrutaba de veras. Esos primeros años fueron muy lindos. Todavía guardo en mi memoria el primer concierto y aquel Gran Premio que obtuve en tercer grado, en el Concurso Amadeo Roldán de la región oriental. Luego vinieron tiempos más difíciles, porque estaba muy esperanzado en competir en el certamen nacional. Sin embargo, llevaron a otro porque a mí me quedaban otras oportunidades aún en el nivel elemental. Reconozco que me desanimé, y más cuando Barrientos tuvo que moverse hacia La Habana para culminar sus estudios superiores. Estuve un curso completo sin recibir clases de violín.
—¿Ello explica el cambio de violín a viola?
—Se debió a circunstancias que surgieron al final de mi noveno grado: un accidente en mi mano derecha y la fractura de un dedo me impidieron estar en el pase de nivel. Fueron como dos meses sin poder tocar. Cuando me dieron la posibilidad de examinarme, se abrió la línea de viola en Holguín. Y me arriesgué. Estudié tres años en el Conservatorio de Música José María Ochoa, de Holguín, y luego me trasladé a la ENA.
«Después en el ISA obtuve una de las plazas que había en convocatoria. Desde 1994 hasta 2001 me involucré en todo aquello relacionado con la carrera e ingresé en la orquesta del maestro Guido López Gavilán».
—¿Por qué le concedes tanta importancia al maestro y su orquesta?
—Estamos hablando de tiempos muy difíciles de la década de los 90. Música Eterna, con Guido al frente, constituyó un eslabón fundamental en mi carrera. Al maestro le agradezco que me haya inculcado ese amor por la música desde la perspectiva del profesional. Esa motivación fue tan decisiva, que en el tercer año del ISA, en la clase de Música de cámara con el maestro Radosvet Boyadjiev creé un cuarteto de cuerdas que alcanzó una carrera vertiginosa, pues en apenas un año y meses pudo realizar una gira de conciertos por México, participamos en el Festival de música de cámara en Barbados, en el Festival Centroamericano de Orquestas Jóvenes, en Nicaragua… Esas experiencias me hicieron crecer extraordinariamente, como músico y ser humano.
«En esa misma etapa también intervinimos como parte de Música Eterna en la grabación de su primer disco, Barroco trópico; mientras con ella también hacíamos conciertos todos los meses. Todo ello formó a una persona que sigue viendo la música —que lo es todo para mí— con mucho amor y respeto. De hecho hoy, mientras dirijo la Orquesta Sinfónica de Holguín, me dicen que a veces soy demasiado intransigente... En esa etapa de mi vida aprendí algo muy importante: que la disciplina ante el trabajo es lo que te puede llevar al éxito».
—Es difícil verte regresando a Holguín después de formar parte de Música Eterna, un cuarteto, giras internacionales…
—Cuando me gradué en 2001 estaba en vigor la resolución que planteaba que los graduados debían cumplir su servicio social en su provincia de origen. No te voy a negar que me esforcé por permanecer en La Habana, donde ya tenía una vida hecha.
«Lo cierto es que solo recibí negativas, porque me decían que en Holguín ya estaban las condiciones creadas para formar la OSH, solo faltaba el material humano para comenzar. De ese modo, en noviembre de 2001, luego de terminar una gira por Estados Unidos con Música Eterna, regresé a mi tierra, para encontrarme con que la mencionada orquesta era solo un grupo de siete u ocho músicos que se reunían los martes en el parque Calixto García, para encontrarse con el administrador y escuchar la misma noticia: la próxima semana nos vemos. Existía la plantilla, la voluntad, el informe, pero no la orquesta. ¿Te imaginas? Solo me hacía feliz estar con mi familia».
—¿Cómo pudiste resistir entonces?
—En diciembre ya estaba en el Conservatorio pidiendo a gritos que me dejaran hacer algo allí, al menos trabajar en la orquesta de cámara que dirigía el profesor Barrientos. Me moría de aburrimiento; no entendía lo que me había pasado. Y sin embargo, después de 11 años debo decir que todo lo que me ha sucedido en Holguín hubiera sido imposible de lograr en La Habana o en otro lugar.
—¿En qué momento esa orquesta se convierte en una realidad, con Harold a la cabeza?
—A principios de 2002 se nombró un director musical —el general siempre fue el maestro Cecilio Gómez— para que se hiciera cargo de los ensayos. Así comenzó a organizarse aquello que carecía de todo: atriles, instrumentos… Una noche de 2003 se me aparecieron en la escuela las autoridades del Centro Provincial de la Música (CPM), para que asumiera la dirección musical de la OSH, propuesta que rechacé de plano, pues no me sentía con las condiciones óptimas para dirigir un concierto con todas las exigencias. Y porque ante todo soy violista y no quería dejar mi instrumento. Luego de mucho conversar, se nos ocurrió proponer para ello a Orestes Saavedra, recién graduado en Teórica del Conservatorio. A partir de ese momento, en que se crea un Consejo Técnico, todo se comenzó a articular. Acepté estar en el mismo con la condición de que Barrientos fuera nuestro asesor, y lo primero que se organizó fue la disciplina.
«Cuando el maestro Cecilio Gómez decidió ocuparse más de su carrera como pianista, volvieron a la “emboscada”: en un acto de cierre de fin de curso, donde me reconocieron como el profesor joven más destacado, el director del CPM anunció que “se enorgullecía de entregar la distinción al futuro director general de la OSH”. Me comprometió públicamente».
—De entonces a la fecha, la OSH ha tenido no pocos momentos relevantes…
—Así es. Recordamos con orgullo el concierto por el cumpleaños 80 de Fidel, donde nos convertimos en la orquesta anfitriona; la sana locura de Alexis Triana, director de Cultura, de que hiciéramos, con la colaboración inestimable del maestro Frank Fernández, la Obertura 1812, de Tchaikovski, en la Plaza de la Revolución Calixto García; y después, otra locura no menor, la Novena Sinfonía de Beethoven… Momentos que han marcado la orquesta…
—¿Qué te llevó a fundar un cuarteto como Pizzicato?
—Mi sueño como músico fue formar parte de un cuarteto de cuerdas, para mí la máxima expresión de la interpretación en la música. Desde el principio me resultó claro que no quería ser solista, y luego, al estudiar la viola, con más razón, pues no es un instrumento fundamentalmente solista, a pesar de que su función como ente armónico dentro de una orquesta o cuarteto es importantísima. Ya en Holguín quise repetir la experiencia. Poco después se graduaron en el ISA Iván González, en el violín, y Maikel Rodríguez, en el contrabajo. Y los esperé. «Vamos a tocar lo que podamos —los estimulé—, porque nos moriremos de tristeza». Entonces convocamos a Aiyán González, concertino de la OSH. A principio de 2003 comenzamos a ensayar y a buscar un repertorio que pudiéramos asumir con ese formato, donde un contrabajo sustituía al cello. En noviembre nos iniciamos oficialmente.
«En estos años hemos tenido privilegios, como recibir clases magistrales del maestro Frank Fernández, quien se empeña en hacernos crecer. Con él hemos podido sumarnos a conciertos de la OSN; también nos invitó a participar, con instrumentistas de la talla de Yasek Manzano, Niurka González, Yaroldy Abreu, Danny Rivera…, en Luces, producción musical que concibiera para Elaine de Valero… Su cercanía, enseñanzas y consejos han sido una bendición.
«Ya no nos acompaña nuestro amigo Aiyán González, sino Pedro Zayas Alemán, recién graduado del ISA, con quien ha comenzado una nueva etapa en Pizzicato; un cuarteto donde ofrecemos lo mejor de nosotros».