Momento de La vuelta al musical en 70 minutos Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
Todos los fines de semana, el Anfiteatro de La Habana ofrece un espectáculo único. En la más llana literalidad, esta afirmación pudiera restringirse a lo que ocurre en su amplio escenario bajo las estrellas; de ello, sin embargo, escribiré después, porque en primera instancia me refiero a lo que acontece precisamente debajo, o mejor, frente a ese vasto espacio donde actores, cantantes y bailarines hacen lo suyo.
Ahora con La vuelta al musical en 70 minutos, antes con La Bella y la Bestia, El fantasma de la Ópera, El Jorobado de Notre Dame y otros tantos musicales famosos, que esta vez se antologan en apretado pero significativo resumen, lo mejor es el fenómeno social que significan los llenos, mejor, repletos absolutos que cada viernes, sábado y domingo, a partir de las 9:00 p.m. (en realidad, mucho antes, pues las colas frente la taquilla surgen antes de que caiga la noche) tienen lugar en el coliseo capitalino.
Y si alguno piensa que exagero, a la prueba me remito. Pero, si ya tal exuberancia en la recepción implica un caso excepcional e interesantísimo, la variopinta constitución de ese público lo es mucho más: jóvenes en primerísimo término, profesionales, amas de casa, personas de la tercera (y hasta la cuarta) edad, y muchísimos niños, solos o acompañados de adultos, conforman el respetable.
Aunque de cualquier manera sería muy atendible, tampoco tal entusiasta y masiva asistencia se circunscribe al «barrio», los alrededores, el poblado contexto del lugar; es cierto que hay un elevado por ciento de estos vecinos, sobre todo en los no pocos que repiten, mas no lo es menos que de todas partes de la capital y el resto del país (sin descontar los visitantes que allende los mares van entusiasmados por nuestras ofertas culturales) participan en tal epifanía del teatro musical.
El proyecto, inserto en el Centro Histórico de la ciudad, viene a reactivar el moribundo género que, bien se sabe, constituye una ilustre tradición en nuestras tablas desde antes del triunfo de la Revolución y que, inexplicablemente, ha caído en un estado agónico, del que los esfuerzos de dramaturgos como Tony Díaz, José Milián, Nelson Dorr y el propio Alfonso Menéndez (director general de la compañía con sede en el Anfiteatro habanero) han logrado resucitarlo, aunque aún de manera insuficiente, desde que el Teatro Musical, reabierto en los años 80 del pasado siglo bajo la dirección de Héctor Quintero, y también inexplicablemente clausurado a finales de esa década, perdiera su protagonismo.
Dentro de tal panorama, La vuelta al musical en 70 minutos, la más reciente propuesta de la compañía liderada por Menéndez, constituye otra bocanada de aire fresco, y parafraseando su título, otra saludable vuelta de tuerca en la inminente continuidad de una tendencia que nos representa en tanto identidad cultural, aun cuando en esta ocasión el recorrido se enmarque en sonados éxitos con sello de la Meca en el género: Broadway.
Amén de los títulos arriba mencionados, cuyas autorías merecen la más admirada reverencia (Andrew Lloyd Webber, Byron Janis/Pepe Cibrián/Riccardo Cocciante, Alan Menken...), el apretado panorama incluye momentos de Cenicienta (Marc Davis), El rey León (Elton John), e incluso Anastasia (David Newman) y Hércules (de nuevo Menken, representado también por Aladino), los cuales nunca se habían versionado para teatro y solo existían en el lenguaje de los animados.
Admira en el espectáculo, ante todo, la ligereza en la dinámica de los cambios y sucesiones de cuadros; incluso cuando no pocos actores participan en unos y otros, no hay «baches» ni fisuras: aún no ha terminado el que se desarrolla en escena y ya viene el siguiente pisándole los talones, sin que las mutaciones escenográficas, generalmente bien complejas, alteren el ritmo, lo cual no impide que ciertos episodios puedan agilizarse o hasta suprimirse, por cuanto no aportan demasiado al tempo e incluso lo entorpecen un tanto (como algunos momentos del inicial El fantasma..., que en tal posición dramática debe fijar mucho mejor la atención).
Luego hay que aplaudir ininterrumpidamente (como tiene a bien hacer el público) las virtudes que anteriores representaciones nos han hecho admirar en el colectivo y que esta antología solo confirma: excelentes cantantes, notables bailarines, actores que se desdoblan en ambas especialidades y viceversa, contribuyen a que la almendra de la puesta exhiba su enjundia y sustancia.
En esto debe encomiarse también el que junto a los veteranos (Olivia Méndez, Yoe Rodríguez, Christyan Arencibia, Carlos Rodríguez, Yosmel Borroto, José Silberio Montero...) debute una considerable hornada de solistas (Yusán Mulet, Elaine Vilar Madruga...) y, sobre todo, coreutas, quienes exhiben generalmente limpieza y extensión en sus respectivos registros y cuerdas, todas muy bien seleccionadas según los diversos roles desempeñados. Aquí también vale destacar la superlativa labor de los coros del Teatro Lírico Nacional e ICRT, bajo la batuta de Catalina Ayón y Liagne Reina, respectivamente.
Bien se sabe la dificultad de adaptar no solo los textos de esas canciones al español, sino adecuar orquestaciones a los requerimientos vocales y hasta escénicos. Marcos Badía y Halio Ávila han (de)mostrado sabiduría en tan decisivo rubro, diseñando bandas sonoras donde se combina la modernidad tímbrica con la funcionalidad espacial, en lo cual juega un rol no menos esencial la creatividad y limpieza coreográficas de Caridad Rodríguez y el propio Menéndez, atentos a las posibilidades de los danzantes (nada escasas, dicho sea de paso) y a la amplia pero difícil espacialidad que presenta el escenario.
Un aspecto también a destacar es el vestuario concebido por Eduardo Arrocha y Manolo Barreiro, verdadera fiesta cromática y de diseño, que llega al sumum en las festivas escenas de la vajilla en La Bella y la Bestia, donde sobresale el «can can» aportado por el Ballet de Bertha Casaña, y alcanza los más cerrados aplausos en La sirenita (sobre todo en el popularísimo crustáceo Sebastián).
Con las luces aún es posible perfeccionar y estilizar más: si bien la concepción general resulta decorosa, puede con el correr de las funciones (que se extenderán hasta septiembre) perfilarse varios detalles donde el claroscuro, la franca claridad o la penumbra sean las gamas reinantes según los requerimientos expresivos del título representado, particularmente en El jorobado... y Hércules.
Pero La vuelta al musical en 70 minutos es, sin dudas, otra muestra fehaciente del potencial histriónico con que contamos, aún en esos diamantes en bruto que se encuentran dentro del movimiento de artistas aficionados, algo que Alfonso Menéndez y sus competentes colaboradores están realizando con paciencia y rigor de orfebres.
Significa, asimismo, y aún inmersos en nuestras conocidas dificultades materiales, la posibilidad real de conferirle vida a un género como el musical: ave fénix, rara y vistosa que en compañías como esta alza vuelo para continuar con una tradición de ilustre estirpe y raigambre popular.