Escrito y dirigido por Juan Carlos Valdivia Flores, el filme Zona Sur parte de una peculiaridad local: en La Paz, los ricos viven abajo Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 04:53 pm
Rabia, coproducción hispano-colombiana, es una de las cintas en competencia que desde sus pases inciales ha sembrado la polémica, de esas que parten en dos al público e incluso acarrean reservas y matices, pero a nadie dejan indiferente.
La dirigió el ecuatoriano Sebastián Cordero, joven cineasta que atrapó desde su ópera prima en 1999 (Ratas, ratones, rateros) pese a los perdonables balbuceos de quien debuta, y que en su siguiente disparo (Crónicas) afinó la puntería y dio en el blanco.
Su nuevo filme insiste en lo que desde su credencial había sentado: su gusto por historias y ambientes sórdidos, por seres retorcidos y contradictorios y por el suspense como cauce expresivo.
Si el protagonista de su segundo filme era una suerte de Jekyll/Mr. Hyde que nos obligaba a cuestionarnos casi hasta el final su verdadera identidad (aunque todavía dudamos si lográbamos enterarnos), el José María de esta nueva Rabia (que también produjo Guillermo del Toro) es un latino en España que adora a su novia Rosa, una colombiana que trabaja como doméstica en una fastuosa residencia madrileña; pero tanto la quiere que lastima, casi siempre hasta la muerte, a quien, en su mente o en la realidad, ose desearla u ofenderla de algún modo.
Justamente por esas «malas pulgas» del sudaca debe huir de la policía y refugiarse... en el ático de la casa donde trabaja la amada, a la que llama por teléfono sin que ella —ni nadie de la familia— sospeche donde se halla.
Cualquier cinéfilo conectará, ante esta referencia, con otros thrillers, en los cuales una situación análoga es la que precisamente alimenta la intriga y la zozobra: el asesino está puertas adentro. Mas no es por ahí, entonces, por donde deben rastrearse los valores de la película, que de cualquier manera se inserta con dignidad dentro del canon, manteniendo al espectador debidamente angustiado e interesado mediante una atmósfera delineada de manera perfecta que, en consonancia con la poética de Cordero, gusta de detallar con su lente los espacios, particularmente los nada gratos.
Pero mucho mejor, en verdad, resultan los contrastes, para nada maniqueos que se establecen entre latinos y europeos (o francamente despectivos o paternalistas), la indagación psicosocial que emprende Cordero en torno a las relaciones familiares dentro de esos propios grupos: el disfuncional núcleo clase alta que se desintegra pese a la aparente unidad, frente a la que se inicia con los inmigrantes cuando ya es demasiado tarde, por mucho que en el guión del propio director este no pueda sustraerse de estereotipos como el hijo rico violador de la criada, la madre alcohólica o el padre indiferente y conciliador.
Otra familia también de la burguesía, pero esta vez de Bolivia, protagoniza Zona Sur, escrita y dirigida por Juan Carlos Valdivia Flores (Jonás y la ballena rosada, American visa...), que parte de una peculiaridad local: en La Paz, los ricos viven abajo, y en el minuto actual donde el país emprende grandes cambios sociales dentro del Gobierno de Evo Morales, ellos habitan dentro de una burbuja que pretende mantenerse ajena a todo.
Claro que enseguida evocaremos a Los sobrevivientes, de nuestro Titón, sin embargo, el destino de estos autoalienados no parece ser la aniquilación sino el desdibujo, la neutralización, según sugiere el desenlace.
No solo están llenos de deudas y de dudas sino que encuentran grandes cismas dentro de sí mismos y los otros (en este caso, par de sirvientes aymarás que, incluso, conservan su idioma original) protagonizando una curiosa relación dependiente, de atracción/rechazo.
Valdivia Flores supera anteriores escollos narrativos y dramáticos para entregarnos un relato pormenorizado y sutil que desnuda esos curiosos y bien delineados seres (por demás, tan notablemente actuados) y los no menos interesantes nexos que establecen entre sí; lo hace mediante una cámara circular y nada convencional que incorpora la despampanante mansión como el importantísimo personaje que es; puede uno pensar al principio que abusa, que es gratuito el habitual encuadre heterodoxo, el plano «fuera de plano», mas a medida que avanza la diégesis nos convencemos de que todo está en su sitio, de que Valdivia lo tiene todo perfectamente pensado y que su tratamiento fílmico es tan elegante como funcional y preci(o)so.
No dudo que en esa operación dominó, que tiende a ocurrir en los festivales, el jurado se incline por la sobrestimada La teta asustada, de Claudia Llosa, pero al menos para mí, hasta ahora, no hay otro Primer Coral que Zona Sur.