No era extraño entonces, por allá por los años 80 del pasado siglo, encontrar dentro de un set de edición a incansables jóvenes con vocación por el cine, soñadores empedernidos y empecinados en dar cuerpo a obras que luego, quizá sin proponérselo, cambiarían para siempre la estética, el lenguaje, la hechura del videoclip del patio. Por ese mismo tiempo también era muy común tropezarse en una improvisada tarima con un ejército de melenudos con brazos y pechos tatuados, que pujaban porque su música —el rock que hacían—, fuera aceptada como parte de las sonoridades nacionales. Era la época en que noveles artistas plásticos, no sin cierta dosis de irreverencia, protagonizaban intervenciones en espacios públicos, que después se bautizaron con el nombre de Arte Calle.
Fueron los años en que Alamar, barrio periférico de la populosa capital, comenzó a sonar de boca en boca, y atraía tanto a curiosos como a defensores de la cultura hip hop, movidos por la novedad de las paredes llenas de graffitis y deseosos por «contaminarse» con el sonido ambiente, por escuchar el rapeo de los chicos con drelos y pulóveres de talla XL. Eso, si antes de atravesar el Túnel de la Bahía no eran atrapados por los acordes de guitarras rasgadas y voces dispares que se empeñaban en hacer de la Casa del Joven Creador Nacional la guarida de la trova de estos tiempos, sin siquiera imaginar que a la vuelta de los años las muy sonadas Guillermo Tell, Para Bárbara o Quisiera, dejarían de escucharse en un sitio que, para aguda tristeza de los bardos, se convertiría en un espacio para el ron museable.
Pensar en la Asociación Hermanos Saíz es, a veces, alimentar la nostalgia cuando estas imágenes desfilan insistentes por nuestra memoria. Eran años de gloria, dirían los creadores que se propusieron, desde el momento en que la organización naciera al calor del I Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores, Artistas y Técnicos de la Cultura, en octubre de 1986, encontrar su voz y expandirla vigorosa por los cuatro vientos; los mismos que, en un principio, llegaron provenientes de la Brigada Raúl Gómez García, del Movimiento de la Nueva Trova y de la Brigada Hermanos Saíz.
Veintidós años después las imágenes han cambiado un poco y la capital no es el centro exclusivo de un arte joven y revolucionario, experimental y auténtico. Y es que en estas más de dos décadas un furor artístico y creativo se ha diseminado por toda la Isla. Holguín apenas da abasto para acoger a los cientos de creadores que en plena primavera hacen de las Romerías de Mayo un espacio plural en el que se pasea oronda la cultura y donde se buscan con insistencia las sólidas raíces que sustentan un árbol tan frondoso. Guantánamo, cuna de Joseíto Fernández, aplaude con entusiasmo, no faltaba más, los temas que le cantan al amor y al desamor, pero también a la Patria, mientras Camagüey no deja empolvar los cortos, documentales, videoclips, animados, promocionales..., que almacena año tras año para tomarle el pulso al audiovisual de estos días, en tanto en la vecina Santiago o en el espirituano Yaguajay el dial se mueve intranquilo detrás de la onda más convincente.
El Parque Vidal se convierte, durante el mes de noviembre, en el hogar a cielo abierto más grande de Santa Clara para amantes de virtuosos solos de guitarras eléctricas y sonidos guturales, mientras en marzo sus bancos se transforman en atriles después de soportar estoicos, siempre en enero, que se cante una y otra vez la Longina, de Manuel Corona; Lágrima china, de Roly Berrío, y La Luna de Valencia, de Diego Gutiérrez.
Compartiendo estantes y presentaciones, junto a títulos de consagrados, aparecen las ediciones de Reina del Mar, Sed de Belleza, Áncora, Aldabón y La Luz, además de aquellos que gozan del prestigio de haber sido reconocidos con el Premio Calendario, sin duda entre los más importantes concursos que se convocan para jóvenes escritores.
Sí, son otros tiempos y otras imágenes, sin embargo, entre los asociados de antaño y los de ahora, algo ha permanecido intacto: el espíritu polémico, la necesidad de debatir, de reflexionar en torno a temas de la cultura, el arte y la sociedad; las ansias de entregar una obra que se sabe imperfecta pero en la que se cree con toda la pasión del mundo.
La Asociación podría vanagloriarse de haber creado el más amplio y diverso catálogo de becas y premios en todas las manifestaciones para jóvenes artistas y escritores menores de 35 años, formen parte o no de su membresía; o por haber conseguido registrar los conciertos que mes tras mes, con complicidad absoluta, han protagonizado trovadores de todo el país. Pero no está conforme. Ni siquiera con haber auspiciado la grabación con disqueras nacionales de tres compilaciones de lo mejor de la trova cubana contemporánea —la más reciente, Raspadura con ajonjolí, cuya presentación se integra a las celebraciones por el cumpleaños 22.
Y es que sigue siendo «enfermiza» su obsesión por promocionar y difundir a toda costa lo más sobresaliente realizado por sus miembros, apoyándose en lo que esté a su alcance: la televisión a través de Paréntesis y los nuevos espacios surgidos en los diferentes canales territoriales; por medio de la radio o de su revista Dédalo; también de Internet, después que acaba de inaugurar la primera página web del arte joven cubano. Y hasta mira con luz larga ahora que cuenta con una productora audiovisual que permitirá apoyar proyectos de diversos tipos.
Han transcurrido los años, pero hoy como ayer la Asociación, acompañada siempre por la Unión de Jóvenes Comunistas, continúa comprometida con su tiempo, atenta a las urgencias del momento. Es por eso que la tropa que ella guía participa, junto al pueblo, en las labores de recuperación de las zonas afectadas por el paso de los huracanes, no solo brindando su arte, sino también ayudando en la reconstrucción de las comunidades o en la producción de alimentos.
No obstante, la AHS está consciente de no estar todavía representada en todos aquellos sitios donde existe talento joven, y de que aunque integran sus filas más de 2 500 creadores, su funcionamiento en los territorios puede ser aún más activo. Pero confía en el futuro, segura de que siempre podrá ser mejor. La Asociación, como los artistas e intelectuales que la conforman, no termina de soñar.