La Giselle que interpretó Sadaise Arencibia junto a José Manuel Carreño durante el pasado Festival de Ballet de La Habana, se encuentra entre sus funciones preferidas. Hipnotizado por «la gracia delicada de Sadaise Arencibia» en el fragmento de Giselle durante la presentación de La magia de la danza por el Ballet Nacional de Cuba en Inglaterra, en el año 2005, el reconocido crítico inglés Clement Crisp no encontraba la mejor manera de expresar su admiración por la exquisita interpretación de la bailarina principal, dueña de una línea que roza la perfección y que tanto hace recordar a sus iguales del Viejo Continente. Por ello, al describir cómo «bordaba» en el segundo acto el rol de la joven campesina convertida en una willi, escribió: «Brazos que flotan en la brisa nocturna; y la danza dulcemente expresada». Bella, refinada y sensual, para esta muchacha de 27 años el ballet es el único antídoto contra la tristeza. «Con solo danzar se ilumina el día que amenaza con ser oscuro. No es sencillo para nadie tener que enfrentar una labor si lo atormenta algún problema personal, pero en mi caso el ballet logra alejar hasta la mayor de las angustias».La mirada de los expresivos ojos de Sadaise se pierde en la distancia y sus labios sonríen cuando Juventud Rebelde la convida a buscar en su memoria los orígenes de su apego por este arte. «Creo que el lugar de mi casa que más me gustaba era el portal. Allí montaba mi escenario imaginario colmado de un público entusiasta que aplaudía cada una de las piezas que yo improvisaba. Si alguien me requería no era difícil dar con mi paradero porque se sabía que con toda seguridad estaría en aquel sitio bailando e imitando lo que desde pequeñita veía en la televisión. «Luego mis padres me llevaron a ver una función del BNC durante uno de los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana. Era en el Teatro Nacional de Cuba donde se interpretaba Giselle. Desde donde me encontraba —quizá un segundo balcón— todo se veía muy chiquitico, pero no importó. Salí impresionada. Tan impresionada que decidieron ponerme a recibir clases en el ICRT, a partir de los seis años. Al tiempo, mis maestras le sugirieron a mi familia que cuando llegara a la edad requerida me llevaran a hacer las pruebas para que matriculara en el nivel elemental. Parece que veían en mí ciertas aptitudes, y que no estaban equivocadas, pues a los nueve ingresé en la Escuela Provincial de Ballet Alejo Carpentier». A diferencia de otras niñas que al entrar a la escuela se desilusionan un poco, porque pensaban que todo era cuestión de llegar y bailar, la pequeña Sadaise se sentía en L y 19 como gaviota en el aire. «No fue difícil adaptarme, porque ya tenía una idea muy clara de qué se trataba. Esos cinco años fueron geniales, quizá porque tuve la suerte de bailar mucho. Cuando estaba en segundo año, la profesora Adria Velázquez, montó para mí una coreografía; se llamaba Almendrita, el primer «ballecito» que protagonicé. Han pasado algunos años y todavía recuerdo algunos pasos... Ella misma creó, dos años después, Pipa Medias Largas, obra que estaba integrada por varios personajes de cuentos infantiles famosos, donde también tuve mi papel; y antes de graduarme me convertí en la Blancanieves de Blancanieves y los siete enanitos. «Ahora, con el paso del tiempo, puede parecer algo intrascendente, pero, sin duda, esas obras fueron dándole forma a mi futuro. No olvido que en lo que más me insistían los profesores de aquella etapa era en la proyección artística. Sobre todo la profesora Elena Cala, quien en los últimos dos años de ese nivel estuvo muy cerca de mí, ayudándome a resolver esa deficiencia que me señalaban una y otra vez, porque siempre fui muy tímida». Tal vez por esa razón Sadaise tiene a Esmeralda en un lugar especial. «Constituyó una prueba de fuego después que me convertí en alumna de la Escuela Nacional de Ballet, donde igualmente interpreté no pocos pas de deux, que luego ni siquiera he tenido la posibilidad de defender dentro de la compañía. Pero Esmeralda fue esencial para poder perfilar lo que mis profesores (Adria Velázquez y Mirta Hermida, que estuvieron muy pendientes de mi desarrollo) tanto me pedían. Por primera vez en mi vida (y creo que única) fui una persona extrovertida, al menos en el escenario». Para la Arencibia no había en aquellos tres últimos años de formación un momento en que se sintiera más «tensa» que cuando llegaban los certámenes competitivos que entonces tenían frecuencia anual, a pesar de que entre 1996 y 1999 obtuvo Medalla de Oro en cada una de las celebraciones del Encuentro-Concurso Internacional de Academias de Ballet, y en el Internacional Alicia Alonso de 1997, todos celebrados en La Habana. «Yo era consciente de que estaba ante una gran oportunidad, pero no podía evitar que cayera sobre mí una presión que casi me aplastaba. «En el año 1998 participé en el prestigioso Concurso Internacional de Ballet de Jackson, Estados Unidos, donde fui finalista. Asistí con la profesora Adria Velázquez, quien se había encargado de prepararme, junto a Joel Carreño, quien finalmente no me pudo acompañar, pues había culminado sus estudios y ya formaba parte del BNC, y el certamen exigía que fuera estudiante. De modo que no sirvió de mucho que me hubiese preparado con esmero para defender los pas de deux, pues me vi obligada a cambiarlo todo y concursar con variaciones de Esmeralda, Paquita y del segundo acto de El lago de los cisnes... Así y todo, no puedo negar que resultó una experiencia extraordinaria, aunque haya regresado a casa sin medallas». Confiesa también que cuando terminó sus estudios no tenía muchos deseos de abandonar la escuela. «Sabía que cuando entrara a la compañía todo sería completamente diferente y tenía la incertidumbre de cómo iba a ser mi desempeño. Es muy extraño porque quería permanecer en la escuela, y al mismo tiempo emprender una buena carrera». Nueve años después, a Sadaise le hubiese encantado haber bailado mucho más, pero también las lesiones le han jugado una mala pasada. «Han sido varias de rodilla, pero ninguna como la sesamoiditis en el pie izquierdo (los sesamoideos son dos pequeños huesos situados bajo la cabeza del primer metatarsiano, que sirven de apoyo para asumir parte de la carga sobre el antepié), algo verdaderamente terrible, porque pasan los meses y no te recuperas. Ahora las clases de ballet las tengo que dar siempre en punta, porque a media punta me cuesta. Me vi obligada incluso a modificar la forma de pararme en la punta». Sadaise, bailarina principal, sueña con volverse a probar en el protagónico de un clásico como Coppelia. No obstante, está segura de que todavía le queda tiempo para conseguir todo lo que desea, como volver a transformarse en la Swanilda de Coppelia —ballet que ha bailado solo una vez—, o convertirse en Carmen o en la Aurora de La Bella Durmiente. Eso sí, agradece haber tenido la oportunidad envidiable de trabajar con grandes maestras como Loipa Araújo y Josefina Méndez, pero también con otras que han sido esenciales para su vida profesional como Svetlana Ballester y Ana María Leyte. «Cada encuentro con ellas es un deleite, un aprender constante». No niega que la sorpresa fue inmensa cuando le anunciaron que debutaría en un clásico como El lago de los cisnes. «Fue durante una de las temporadas que realiza la compañía durante el año. Es el ballet que más he asumido y confieso que me costó mucho llegar al Cisne Negro, que creo que poco a poco he ido logrando; un pas de deux de resistencia que me tomó con el cuerpo sin el entrenamiento requerido. «Sucede que al salir de la escuela uno está muy entrenado, porque baila constantemente, pero al pasar a la compañía ese training se pierde, y es lógico porque como debes comenzar por el cuerpo de baile, el cambio es algo brusco, y el cuerpo transita de mucho a poco. Después es que te percatas de que eso influye. Así, cuando aparece un papel importante y complejo como ese, te lo sientes. «El lago de los cisnes fue mi primer ballet completo, y para nadie es un secreto de que es muy complejo tanto en lo técnico como en lo artístico. A lo mejor si hubiera empezado por otro, quizá todo hubiera sido más factible. Por supuesto, ahora al interpretarlo no lo veo ni remotamente como lo veía entonces». Otro momento impactante en su carrera tuvo lugar hace dos años, durante el 20 Festival Internacional de Ballet. «Estaba enterada de que el reconocido bailarín cubano José Manuel Carreño estaría con nosotros, pero nunca me pasó por la cabeza que me eligiera para que fuera su pareja en Giselle. Tengo que decir que no me lo esperaba, y claro, fue una alegría inmensa y, por supuesto, un gran honor defender un ballet con una historia tan grande en el mundo de la danza, sobre todo en Cuba, con una figura de renombre internacional como él. «Complicaba el asunto el hecho de que no me había enfrentado a esa importante obra, solo había asumido el fragmento que forma parte de La magia de la danza. Así que te puedes imaginar lo que representó para mí estrenarme en esa creación, y nada más y nada menos que durante un Festival Internacional de Ballet de La Habana... Era una coyuntura que debía aprovechar al máximo, y así traté de hacerlo, a pesar de que me preparé con muy poco tiempo. Eso habría sido un problema sin la magnífica labor de la maître Aurora Bosch, quien, además, me había ayudado en la recuperación de la última lastimadura. «José Manuel Carreño, por su parte, fue todo un caballero, un partenaire atento, dulce, sencillo, dispuesto a ayudarme a cada instante, ofreciendo correcciones para que la presentación saliera lo mejor posible. No solo era mi debut, sino que el segundo acto se representaría muy parecido a la versión que él está acostumbrado a hacer en el American Ballet Theatre, lo cual, sin duda, lo hacía más interesante... Esa ha sido una Giselle inolvidable para mí y una de las funciones que guardo en mi memoria con mayor agrado». El Festival le regaló otra alegría a Sadaise Arencibia: después de verla bailar El lago de los cisnes, la gran Carla Fracci la invitó a interpretar este clásico junto a su compañía. «Ese inmenso honor lo he tenido en dos ocasiones, pero la primera fue en el 2006 en que compartí el escenario con el destacado bailarín italiano Fabio Grossi, en el Teatro de la Ópera de Roma. Acababa de salir precisamente de la lesión que te referí y después de eso no había vuelto a bailar. Es decir que regresé al escenario con El lago..., sin embargo, resultó una bella función, muy bien recibida por el público, quizá porque me sentí mucho más relajada. «Lo mismo sucedió durante mi segunda presentación, esta vez en la Terma de Caracalla, junto a Tamas Nagy, primer bailarín del Ballet Nacional de Holanda. Son dos presentaciones que han sido muy bien acogidas, como también sucedió con esa pieza durante la reciente gira por España y con Don Quijote, en Egipto. Y es que hay una cosa cierta: no es lo mismo presentarse en el extranjero que en nuestra tierra, donde el auditorio espera que seas casi perfecta». —Sadaise, ¿el público es muy difícil aquí contigo? —No se trata de que sea difícil conmigo, creo que, al contrario, siempre me ha recibido con mucho entusiasmo. He notado que sigue mi carrera y siento el calor que me brindan por sus aplausos. Por sus reacciones es evidente que soy una bailarina que le gusto, pero al mismo tiempo es superexigente. Es un público que quiere que en cada salida hagas más, y es ahí donde las cosas salen mal, porque deseas complacerlos y como estás tan preocupada, a veces casi no puedes disfrutar al máximo el baile, como me sucedió, por ejemplo, con el propio José Manuel Carreño y Giselle; y con El lago de los cisnes en que compartí la escena con el checo Zdenek Konvalina, del Houston Ballet, durante el Festival de Ballet de 2004. —¿Existe algo de tu carrera que no soportes? —Pues sí, para qué negarlo. Es muy triste estarse preparando con mucho ahínco y seriedad para entregarle a tu público la actuación que esperan y que hasta el último ensayo estaba quedando perfecta, y sin embargo, cuando llega el día, el resultado en la escena no se corresponde con la entrega y la pasión que le has puesto. Sé que es parte de mi profesión, pero no puedo evitar sentirme mal cuando no logro ofrecer un espectáculo de altura. Son esos los momentos en que me pregunto por qué preferí una carrera tan difícil y dura; pero son crisis pasajeras. Cuando llega la calma compruebo que no existe para mí una mejor elección.