Otelo, inspirada en la tragedia de Shakespeare, es de esas coreografías que soportan el paso del tiempo. Foto: Pepe Murrieta La coreógrafa e investigadora argentina, Susana Tambutti, escribió en una ocasión, a propósito de la artificialidad que supuso la separación en las artes introducida por el enciclopedismo del siglo XVIII y tomando de ejemplo a la antigua Grecia: «El papel que más tarde correspondería al teatro y a la música, lo desempeñaba originariamente la danza; era el arte más importante, de impacto más intenso».
Si la historia ha dado la razón a los clásicos —y todo parece indicar que sí—, se debe en buena medida al desarrollo de la danza en el siglo XX, la cual, conjuntamente con otras manifestaciones escénicas, inició un viaje de exploración que nos condujo a desenterrar aquellos preceptos esenciales y eternos. Hoy en día es ingenuo pretender un espectáculo de danza que no mezcle, que no se apropie de códigos otrora exclusivos de una expresión artística específica. Y es que ni el ballet clásico, tal vez el más rígido en ese sentido, ha permanecido mirándose al espejo.
La danza moderna en Cuba surgió como necesidad y así se ha mantenido. Quiso exponer motivos de una cultura excluida, como la afrocubana, y lo hizo. Se entusiasmó con los cambios que percibía, y los reflejó. Por tal razón, más allá de clasificaciones extremas, los artistas que la cultivan, en sus múltiples variantes, han sabido llenarla de conceptos atractivos y proyectarla con interés a un público que ganó en inquietudes de toda naturaleza.
Hace ya 20 años, en la ciudad de Matanzas, un grupo de jóvenes bailarines tuvo por sueño crear un proyecto que fuera capaz de reunir, sin grandes contradicciones, los más disímiles códigos, tomando por base las líneas más novedosas de la danza contemporánea. Fue así como creadores provenientes de mundos aparentemente distintos —unos defendían el folclor, otros la danza académica, por solo citar dos ejemplos— dieron vida a Danza Espiral. Desde entonces no han dejado de trabajar. El teatro Sauto, su sede permanente, los acoge con buen ánimo en cada temporada. La de esta vez, ahora con dos décadas en sus espaldas, no fue la excepción.
Fueron muchas las obras repuestas para este cumpleaños. Su directora general, Liliam Padrón, optó por un recorrido audaz que devolvió a los espectadores aquellas piezas ya un tanto vencidas por el tiempo, pero que mostraron con claridad los tanteos propios y válidos de una compañía que buscaba su espacio.
Nada de lo que hoy disfrutamos por parte de Danza Espiral sería posible sin aquellos primeros pasos. Y repito: nada. Ni el ambiente burlón y cínico de Vida de Flora; ni el telúrico intimismo de ¿Y mi cuerpo?; ni la duda existencial que escupe Si me tocas...; ni el sutil escamoteo de la violencia erótica de Otelo...
Estas tres últimas piezas son una verdadera fiesta para la reconciliación. ¿Y mi cuerpo? resulta, desde todos los ángulos, un discurso sobre la prevalencia de la bondad y la ternura. La incapacidad física se revierte aquí en fortaleza de espíritu, en voluntad de amar, de emprender un camino. Si me tocas... no debió nunca ser tan extensa, pero, en cambio, ambos tiempos revelan con eficacia el miedo más aterrador, aquel que se esconde tras la miseria de la incomunicación, tras la hipocresía que ensalza al hombre como ser autónomo que puede prescindir de los demás.
Otelo, por su parte, viene a ser una concreción exitosa de la labor coreográfica de la Padrón, que no temió jamás a la fusión más elocuente e iconoclasta. Retomando el célebre texto shakesperiano, la Padrón trasladó el fantasma odioso de los celos a un círculo de marginalidad altamente expresivo. El uso austero de las luces y los colores acopla a la perfección con el drama que viven tres hombres alrededor de una mesa de dominó, durante una velada que va descubriendo, soterradamente, los desmanes de la envidia y la tragedia de la posesión. Otelo es, a no dudarlo, una de esas obras que Danza Espiral podrá reponer siempre. Su teatralidad, magnetismo y sobrio lirismo, la ubican entre lo mejor de la escuela cubana de danza contemporánea.
Estos 20 años han significado mucho para la compañía matancera. Como una vez hicieron sus precursores en la capital, en esa ciudad también se soñó y más tarde concretó el movimiento de danza moderna en la Isla. No sin esfuerzo, porque el camino no ha sido fácil. Pero de la discusión, de cierta miopía institucional y de otros obstáculos han hecho pasto sus fundadores para alimentarse mejor y salir más fortalecidos. Solo así han logrado colocar un nombre que los perseguirá siempre. Un nombre en el panorama cubano de la danza, que dada su vastedad, ya merece aplausos continuados. Por conseguir tanto, ahora los aplaudimos. Ya para mañana, el público está asegurado.