El escritor Senel Paz. Cuando a finales de 1990, luego de haber obtenido el importante premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional, tuvimos el primer contacto con el relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo, su autor, el escritor cubano Senel Paz, cumplió una promesa y a la vez lanzó otra que se convertiría en una especie de estigma que lo perseguiría durante 17 años.
La promesa cumplida tenía que ver con el propio texto del cuento galardonado, en el que se manifestaba, de modo retumbante, la esperada madurez artística de un todavía entonces joven escritor (a pesar de sus 40 años) que en sus primeras piezas (el libro de cuentos El niño aquel, la novela Un rey en el jardín, y varios relatos publicados en revistas), se había anunciado como una de las voces más agudas y líricas, más aptas para lo dramático y la creación de mundos donde se revelaba todo el dolor de la inocencia junto a la intensidad de un cambio social, y que habían hecho de él uno de los miembros más representativos y dotados de la llamada generación de los 80 de la narrativa cubana. La promesa lanzada hacia el futuro, mientras tanto, tenía que ver con las expectativas artísticas que creaba su cuento premiado y, por supuesto, enrolaba al autor pero también a sus editores y lectores, quienes, desde aquel mismo instante, comenzamos a esperar los nuevos textos de Senel Paz, casi a exigírselos, pues Senel había «prometido» ser el creador de una obra capaz de establecer cotas, de marcar incluso a la literatura cubana de los años finales del pasado siglo.
La promesa (hecha, en realidad, por la literatura del escritor y no por el escritor), se multiplicó muy poco después cuando el relato premiado sirvió de base para el guión de la película cubana de más éxito internacional, Fresa y chocolate, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, capaz, incluso, de aspirar al Oscar como mejor película extranjera de su año. Al mismo tiempo, en versiones diversas, El lobo, el bosque y el hombre nuevo dio origen a numerosas versiones teatrales que, bajo diferentes títulos, subían a escenarios cubanos y foráneos.
Lo que en verdad complicaba una promesa que muchos asumimos, se debió al hecho de que Senel Paz había tenido la suspicacia y, sobre todo, el talento, de concebir la historia de Diego y David, los personajes alrededor de los cuales se teje el conflicto del relato, en un instante en que personajes, conflicto y argumento, se imbricaban como una necesidad que reclamaba a gritos la sociedad y la literatura cubanas en un período decisivo y difícil no ya de la literatura, sino de la historia misma del país. El escritor, como los verdaderos artistas, había sabido tomar el pulso de su tiempo y tal vez por eso su obra narrativa y, casi de inmediato, sus desprendimientos cinematográfico y teatrales se convirtieron más en un hecho social que en el acontecimiento artístico que, en esencia, también fue y quizá solo debió de haber sido.
Con los años, la promesa lanzada hacia el futuro, más que un aliciente pareció transformarse en una carga para un escritor del que incluso se llegó a esperar la obra «definitiva» que, era evidente, podía haber prometido su trabajo pero no su autor (al menos, faltaría más, en voz alta y públicamente). El reconocimiento internacional, el éxito del relato y el filme, el ascenso visible en la creación de Senel Paz, generó una expectación que desbordaba la creación artística en sí misma, tan llena, como se sabe (o no se sabe) de angustias y dudas, luchas diarias con las palabras y las ideas, tan proclive a las más diversas intromisiones y desviaciones provenientes de la realidad y de la propia vida del artista.
Pero los años pasaban y Senel Paz, fuera de sus trabajos como guionista de cine, y el anuncio, cada vez menos sostenido, de que trabajaba en una nueva novela, no concretaba su retorno literario. Algunos apostaron, en ese tiempo, por el seguro regreso del escritor y otros, incluso, hablaron de la afasia irreversible que puede producir el éxito retumbante. El autor, sin embargo, trabajaba, y las apuestas y suposiciones, de una u otra forma, debieron de afectar una creación ya signada por tantas promesas y responsabilidades que desbordaban el hecho literario, pero que también lo atañían.
Cuando hace un par de meses se anunció que la editorial española Bruguera daría fin al silencio de 17 años con la publicación de una nueva novela de Senel Paz, la noticia sorprendió a los lectores y la atención creció, pues al fin íbamos a poder constatar, en blanco y negro, si el autor de El lobo, el bosque y el hombre nuevo había sido capaz de sobreponerse a todas las presiones externas e internas y, sobre todo, si la labor silenciosa había sido recompensada con la calidad literaria que cabía esperar de un escritor como Senel Paz.
David, encarnado en la película Fresa y Chocolate por el actor Vladimir Cruz, es también el centro de En el cielo con diamantes En el cielo con diamantes, espero, pronto será publicada en Cuba y para entonces seguramente me detendré con más insistencia en las cualidades literarias de un texto que, por ahora, muy pocos en la isla hemos tenido el privilegio de leer. No obstante, y sin pretender crear más expectativas de las existentes, puedo asegurar que la mayoría de los lectores que tengan la ocasión de acceder a la edición española de la novela y los muchos que tendrá la presunta edición cubana, sentirán, al introducirse en esta obra, que su autor no faltó a sus promesas y nos ha entregado una de las novelas más delirantes y sardónicas (más lépera, como dirían sus personajes) de una literatura cubana que suele tomarse todo demasiado en serio y en todos los sentidos.
Senel Paz ha corrido un riesgo estético con este libro: el de mantenerse dentro del universo de personajes, contextos y búsquedas en la realidad que ha utilizado en sus obras precedentes. David, el joven provinciano, protagonista de varias obras de Senel y en especial de El lobo... vuelve a ser la figura central de este relato que, en lo aparente temporal (y enseguida explicaré esa apariencia) transcurre inmediatamente antes de su revelador encuentro con Diego, el memorable homosexual de su obra anterior. Su compañero de aventuras en la novela es el personaje de Arnaldo, el opuesto de David, una especie de ying y yang caracterológico, y entre los dos encarnan el protagonismo y la responsabilidad de narrar la historia desde sus peculiares puntos de vista de la realidad y, sobre todo, del sexo y el amor.
De alguna manera En el cielo con diamantes es una novela de la iniciación sexual, pero no de un o unos personajes, sino de toda una generación. Pero es, también, una novela de iniciación ideológica de un grupo humano, una mirada a un mundo lleno de cambios e ilusiones que, lo advierte la propia novela, no siempre fueron fáciles o justos, no siempre derivaron hacia un futuro mejor. Imbuidos por la dinámica de los cambios sociales, económicos y políticos que transformaron la vida de la nación, estos personajes (unos niños campesinos al triunfar la Revolución en 1959) vienen a La Habana para encontrarse con su destino, con la ciudad y con una realidad contradictoria que unas veces los eleva como seres humanos y otras los desgarra como individuos. Su crecimiento personal, en un tiempo en el que la felicidad parecía posible, recibe desde entonces las primeras estocadas de la intransigencia y la incomprensión, y los coloca ante una realidad diversa y compleja.
Por eso, junto a la gloria por el descubrimiento del sexo, la igualdad de posibilidades, la capital deslumbrante, aparecen también los sórdidos orígenes de los dobleces morales e ideológicos, los comentarios en voz baja y hasta los silencios totales que las presiones históricas, las ortodoxias y los extremismos entronizaron en diversos momentos de la vida del país y quebraron tantas felicidades individuales.
Para lograr esa mirada compleja y diversa, uno de los elementos con que trabaja el autor (y que es uno de los mayores aciertos de la novela) es el peculiar tratamiento de un tiempo que solo en apariencia (ya me estoy explicando) respeta las cronologías históricas que nos remiten en el mundo romántico de un grupo de becados que estudian en La Habana. Senel Paz ahora rompe constantemente ese marco epocal con acontecimientos, realidades y disquisiciones que abarcan un período de unos 40 años. Este recurso, a la vez abarcador y violador de exactitudes, le sirve, sobre todo, para realizar una compactación histórica y ganar en perspectiva, para pasar sobre lo fenoménico y apuntar a lo esencial, pues le permite colocar a los jóvenes románticos e inocentes, de los vigorosos y violentos años 60, ante un contexto más amplio en el que romanticismo, inocencia, vigor y violencia se ven mellados o exaltados, con las consecuentes secuelas en la vida de las personas y la realidad del país.
Senel Paz se vale, para su representación y enjuiciamiento del tiempo histórico concreto, y para la misma concepción de los personajes o del tiempo panorámico de la novela, de un recurso literario que maneja con verdadera maestría, al punto de darle, a mi juicio, su verdadero carácter al texto: su visión irónica de la realidad. Aunque el autor juegue en muchas ocasiones con el humor, delirante por momentos, es la ironía más afilada, inquietante, reveladora, la que sirve para aquilatar la realidad y ofrecer juicios sobre sucesos, personajes y momentos vividos por el país, como si se tratara de un juego, una broma, cuando en realidad está tocando esencias dolorosas con el escalpelo afilado de esa ironía que le resta grandilocuencia o tragicidad al discurso, pero que graba las muescas imborrables exhibidas por la piel de una época.
En lo personal creo que la gran satisfacción con que salí de esta novela, el que me permite considerar que ha servido para cumplir todas las promesas que la rodearon, está en el hecho de que nos coloca ante un Senel Paz igual de hábil y literariamente capaz, pero a la vez diferente al que ya conocíamos. La también aparente inocencia de su mundo está ahora desgarrada por la presencia de más demonio, gracias a esa mirada lépera e irónica, sardónica y por momentos trágica con que ha bañado la realidad de sus personajes. La realidad suya y la nuestra.
Y de más está decir, a estas alturas, lo fácil que resulta augurar el éxito que entre los lectores tendrá En el cielo con diamantes, el esperado retorno literario de Senel Paz. (Servicio Especial de IPS)