Piedras calizas fueron acomodadas en el siglo XIX, para levantar esta obra ingeniera. Autor: Nelson Rodríguez Roque Publicado: 10/10/2023 | 09:57 pm
BANES, Holguín.— La extensa línea costera cubana, en su parte más saliente de la región nororiental, punta Lucrecia, tenía una de las zonas de peor reputación para la navegación: poca profundidad del mar, corrientes traicioneras y arrecifes averiaban navíos y ocasionaban naufragios que, a mediados del siglo XIX, incomodaban a las autoridades coloniales.
Piedras jaimanitas de una cantera, extraídas por reos y trasladadas a través de planos inclinados, se unieron con cal tratada y elementos del propio litoral para erigir un centinela que no dejara más a la deriva el viaje por las proximidades.
Dilatada su construcción, dada la aislada localización y escasez de fondos, la obra ingeniera alumbró, por coincidencia histórica, el mismo día que el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, levantaba armas junto a su tropa mambisa en el ingenio La Demajagua.
Los 232 escalones los asciende siempre descalzo el joven Milvio Delgado, para cuidar su brillosa pintura. «No hice pruebas de ingreso al terminar el preuniversitario, así que comencé a estudiar para trabajar en meteorología. Aprendí sobre nubes, temperaturas y otros temas, en los cuales mi papá, miembro de ese departamento del faro, me ayudó bastante.
«Por tres años, tuve oportunidad de pertenecer al área meteorológica. Al jubilarse el Chino, como le decimos acá, quedó vacante la plaza de torrero y pude ocuparla».
A las 6:00 a.m. apaga la luz, al aclarar el día. Luego vienen otras tareas, como limpieza general, chequeo de los paneles solares y del acumulado de agua del aljibe y mantenimiento de la torre, a la cual acude a las 7:00 p.m. a fin de completar la cuerda del sistema de engranaje, en la cúpula (donde está el sistema de rotación), y volver a ejecutar el encendido de la óptica de cuatro caras, que cada cinco segundos exactos desprende destellos de una a otra.
Afincado en la cámara de guardia ha visto delfines saltar después del rompiente, y bandadas apresuradas de pelícanos. Cada día, como mínimo, observa cinco barcos, aunque surcan hasta 15 a veces, entre ellos buques tanqueros de petróleo, cargadores de contenedores y remolcadores.
Hace algunos años, se divisaron ballenas jorobadas, así que espera que retornen en su recorrido hacia aguas cálidas.
«Es relajante este oficio —asevera Delgado—, pero solitario. La gente opina que no es de jóvenes, mas, los fines de semana me visitan amistades y compartimos un rato, grabo series y películas para entretenerme y miro el fútbol por televisión. Durante dos o tres días de mi rotación me acompaña mi papá. También quisiera cursar alguna superación, centrada en la ayuda a la navegación».
El enclave marítimo, de un alcance lumínico de 32 millas (unos 50 kilómetros radialmente), orienta a barcos y aviones. Su óptica opera de manera horizontal y vertical, y cuenta con una máquina de rotación francesa, depositada sobre una fuente de mercurio, que funciona por un pedestal y un contrapeso. Desde el punto de vista estructural, posee 41 metros de altura.
En las cercanías se ubica un edificio administrativo en el que hay cuatro viviendas. Allí también radica una estación meteorológica, que sirve para cálculos y reportes de variables.
A la mar por tres canales
Andrés del Toro, director de la agencia Ayuda a la Navegación en Banes, del grupo empresarial Geocuba, apunta que, además de lo complicado del tránsito, «la importancia geográfica estriba en que convergen en el área tres canales de navegación obligatorios, que involucran a barcos que vienen del Caribe o van para este, buscando el Paso de los Vientos.
«Los que arriban al Golfo de México, dirigiéndose al Canal Viejo de las Bahamas, que comienza después de que se deja el faro nuestro y empieza a verse el de Maternillos, en Cayo Sabinal (en la provincia de Camagüey). Y un canal por el cual se llega al Viejo de las Bahamas, o vienen embarcaciones por el Paso de los Vientos, para ir a Nassau o la costa norte de América».
Desde su fundación en 1868, hasta hace poco, los torreros vivían con sus familias aquí, revela el Director. «Eso daba mayor vitalidad, porque las mujeres y los hijos participaban tanto en la limpieza, como en la organización y embellecimiento. Hoy, por lo general, viven solos, dado que las escuelas están muy lejos, las esposas trabajan y las dinámicas son distintas.
«En este momento hay dos; trabajan 15 días alternos. Un vehículo los trae y les entregan víveres y materiales de labor para el período. Se emplazó un parque fotovoltaico, con un banco de baterías, que genera corriente las 24 horas».
Si le preguntan al Doctor en Ciencias José Rueda dónde están las mayores grietas del veterano guía, las identificaría en ventanillas y claraboyas. Aunque dicha debilidad quedará confirmada cuando obtengan imágenes del fotoescáner, y otros especialistas verifiquen daños estructurales en la torre y el edificio administrativo, donde varias columnas, muros y vigas se conservan de aquella época de náufragos, noticias desagradables y cargamentos extraviados.
«Acá hay autonomía hídrica, pues, como construcción antigua, distanciada de poblados, se le dio una solución ingeniera en el edificio administrativo. En la parte superior, mediante cuatro columnas, baja el agua acopiada por un sistema de espiral, y se almacena», comenta Rueda, especialista en Geocuba por más de cuatro décadas.
Con 15 años estuvo por primera vez en el faro Milvio Delgado, aun viviendo siempre en la comunidad de Río Seco, que se encuentra cerca. «Desde que lo visité me gustó su entorno, sus instalaciones. Sé que precisa de una restauración, a partir del diagnóstico que ahora realiza Geocuba. Me he acostumbrado a la rutina y me entiendo bien con la soledad… Así que aquí me van a encontrar cuando regresen», concluyó.
Aquí se emplazó un parque fotovoltaico, con un banco de baterías, que genera corriente las 24 horas.Foto: Nelson Rodríguez Roque.
Milvio Delgado limpia los componentes interiores de la torre cada día.Foto: Nelson Rodríguez Roque.