La pesca de plataforma y la agricultura constituyen las actividades económicas fundamentales de Puerto Esperanza. Autor: Dorelys Canivell Canal Publicado: 15/10/2022 | 10:31 pm
PUERTO ESPERANZA, Viñales.— Cuando uno entra al pueblo, la calle principal te lleva justo hasta la playa, que baña ahora suavemente el litoral, como si le hiciera una caricia.
Ese mismo mar vino con furia en las primeras horas de la mañana del 27 de septiembre, cuando Ian «sorprendió» a los lugareños, a muchos, durmiendo aún.
«Es que no pasó la comisión de evacuación», apunta Juana Rodríguez Camejo, a quien su hijo, salvavidas del hotel Los Jazmines, amarró por la cintura con una soga y la sacó de la casa cuando ya el agua daba casi al pecho.
«El mar empezó a subir y cuando llegó el ojo se retiró más o menos hasta donde usted ve allá aquella marca —recuerda mientras señala al final de la calle—. Les dije, prepárense que cuando diga voy, se va a llevar todo esto aquí», cuenta Jorge Álvarez Martínez.
«Y ahora cada vez que en el televisor digan que viene un ciclón, hay que irse de aquí, porque ya el mar abrió una brecha y por donde se fue este, se van todos», expresa con total certeza.
«Si uno ve la comisión de evacuación, uno recoge porque ya sabe que la cosa va en serio, aunque sea sale a tiempo para la casa de un vecino que tenga mejores condiciones. Menos mal que esto fue de día, si nos coge de noche, solo Dios sabe lo que hubiese pasado», refiere Ana María Sánchez, vecina del barrio La Camorra, en Puerto Esperanza.
A Mirella Gallardo Luque no la sorprendió; cuando Ian amenazaba con atravesar Pinar del Río, su hijo, que trabaja en una estación meteorológica en Isla de la Juventud, la llamó: «Me dijo: “no esperes nada bueno, váyanse de ahí”, tapé algunas cosas y nos fuimos para El Rosario, allí también se acabó el mundo.
Los pescadores intentan rescatar, al menos, las sogas, para volver al mar lo antes posible. Fotos: Dorelys Canivell Canal
«Mira, se me mojó todo, porque me llevó las tejas y se abrió una ventana, pero a mis santos no los tocó, es que yo se lo digo a todo el mundo porque no se cree», y con rapidez levanta un zinc que tiene sobre el escaparate y muestra a una negrita, una Caridad del Cobre, la Virgen de Regla y a la Santa Bárbara.
Este pueblo guarda gente increíble. Gente buena, brava, como el abuelo de un amigo que, según cuenta, fue miembro del Ejército Rebelde y tiene una memoria prodigiosa, gente que defiende lo suyo «a capa y espada» y le hablan de frente al Presidente porque confían en que esta patria les devolverá lo que Ian se llevó y también aquello que ya faltaba y no se cansan de reclamar, como el estado de los viales, por ejemplo.
Si de recursos se trata...
Felicia Hernández duerme desde entonces en una colchoneta que le prestó un vecino, y su esposo, Arcadio Martínez Basabe, pícher derecho que jugó en siete series nacionales, a partir de la octava, ganó 25 juegos y terminó con 2.89 de promedio de carreras limpias, pasa las noches en un sillón.
«Era la etapa de Emilio Salgado y Pedro Pérez. Me retiré a los 25, cuando tenía que empezar. Cobraba muy poco, no tenía casa, pero sí tres hijos. Había que trabajar».
Arcadio y Felicia viven al fondo del pueblo en una facilidad temporal; cuatro años lleva su casa con apenas unas hileras de bloques y el mangle prácticamente en el patio.
«Aquí es por donde primero entra y por donde último se retira el mar. Trae todo lo que está en las calles, somos la parte más afectada y es la tercera vez que nos pasa. ¿Entonces, cómo se entiende que empiecen a repartir los colchones por los edificios?», se cuestiona Arcadio.
«Es cierto que todos tenemos necesidades, pero la prioridad deben ser los damnificados, y si se va a tener en cuenta a casos vulnerables, que sean los que sufrieron daños, de lo contrario seguimos en las mismas», razona, a la vez que nos da a oler la guata que después de unas tres semanas al sol, parece podrida.
«No es lo mismo un colchón que se moje con agua de lluvia a uno que se moje con agua de mar. Aquí la inundación trae desechos, suciedad, pescado, petróleo, de todo lo que aparezca», acota otro vecino.
Al respecto, Oslirio Rodríguez González, presidente de la zona de defensa, precisa que, hasta el momento de nuestra visita solo habían recibido 250 colchones y todos habían sido distribuidos, al igual que las lonas, las fibras de asbesto cemento y los tanques.
Rodríguez González asegura que solo restaba por entregar el cemento, pues esperaban la entrada de elementos de pared y otros materiales.
En el levantamiento de los daños y la confección de las planillas también se avanzaba, aunque en los inicios apenas contaron con dos técnicos. «Esta semana se capacitaron alrededor de 25 personas que han trabajado en el diagnóstico de los daños. Lo que se necesita es más materiales, que deben entrar».
Más de 1 400 viviendas hay afectadas en Puerto Esperanza, 94 de ellas son derrumbes totales, 130 derrumbes parciales, 252 pérdidas totales de techo y 968 parciales. No obstante, hasta este jueves solo habían tenido solución con recursos, 59 inmuebles con daños parciales en sus cubiertas.
Se suman a las afectaciones, además, cinco centros educacionales ya reparados, 89 casas de tabaco, entre ellas 13 depósitos con 193 toneladas de la hoja que se tratan de recuperar, y tres escogidas, en las que trabajan unas 200 personas, quedaron destruidas.
Sufrieron estragos también los cultivos de yuca, plátano, calabaza, maíz, pepino, aguacate, frijol, tabaco y hortalizas.
Los residentes de Puerto Esperanza afirman que se elabora y expende comida a precios módicos, y han recibido, tanto por las bodegas como por las cadenas de tiendas, alimentos suficientes para esta etapa.
La preocupación mayor sigue siendo la entrega de materiales y luego el proceso constructivo, que, al decir del Presidente de la Zona de Defensa, debe priorizar a los casos vulnerables.
Arcadio todavía tiene al sol la guata de los colchones de su casa. Fotos: Dorelys Canivell Canal
La Camorra y El Peje, son quizá de los barrios de la zona que más sufrieron los embates de Ian. Quizá sean también hasta ahora de los menos beneficiados, aunque su gente, adaptada a trabajar de sol a sol en los 64 kilómetros cuadrados de esta región, no se quede de manos cruzadas.
Frente al mar
Ramiro Bosmenier, Jorge Elpidio Sentí y Manuel Calvo intentan desenredar una madeja que alguna vez fue una red para pescar. La mayoría perdió sus artes y alguno que otro tendrá que reparar su bote antes de dejar la orilla.
La flotilla de embarcaciones deportivas da vida al lugar, aunque las casetas en las que los pescadores resguardan sus pertenencias estén completamente destruidas o fuera de su sitio. Es una especie de contraste entre mar y tierra, que tras el paso del ciclón es en exceso evidente.
«Menos mal que el “rompiente” está ahí mismo, si no aquí no queda nada», explica Yiromis Piloto Serrano, sentado sobre la barra de lo que era el ranchón de Artex en la misma playa.
—¿El rompiente?, pregunto. «Sí, ¿ves ese cayo de ahí? ¿te parece cerca? Pues está a varios kilómetros, después está el rompiente, es como una pared de piedra; la ola choca ahí, de ahí para allá es océano», explica en unos términos imagino muy coloquiales para que pueda entender.
«Todo el que vive aquí sabe lo que es al menos meter los pies en la playa, y sabe lo furioso que puede ponerse el mar cuando hay un frente del norte. Por eso pensamos que el ciclón no iba a ser nada del otro mundo, porque creímos que con categoría dos sería, cuando más, como un frente de esos; pero se plantó aquí arriba y dijo a batir y el mar a entrar, y yo creo que esto se puso más feo que cuando el Gustav».
Varios carros de las empresas eléctricas y unos camiones repletos de jóvenes del servicio militar trabajan sin cesar en Puerto Esperanza.
Devolverles la risa a sus pobladores es la única meta, así como dejar bien atrás los recuerdos de esa mañana en la que el mar, el viento y la desesperanza amenazaron sus calles y sus vidas.