Para el doctor Chang Monteagudo no hay diferencia entre ser médico e investigador. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 05/04/2021 | 07:14 pm
«Siento la urgencia de trabajar sin descanso para, por pequeño que sea, dar mi aporte a la ciencia mundial y al desarrollo de la humanidad», deja escapar entre los tantos impulsos que le hacen sumergirse en lo desconocido.
El doctor Arturo Chang Monteagudo, especialista en el Instituto de Hematología e Inmunología, espirituano radicado en La Habana, es uno de los protagonistas de un duelo con base en la constancia, sacrificio y humanismo contra la COVID-19.
«Con permiso de Carpentier, diría que la ciencia cubana es parte de lo real maravilloso. Tiene al SARS-CoV-2 en su mira desde el mismo momento en que se hizo el primer reporte sobre el descubrimiento de un nuevo coronavirus», alega con sinceridad, después de haber visto otros mundos.
Mas no imagina que cada palabra suya estremece a su terruño. Bastó que un reportaje televisivo permitiera verle sus ojos rasgados para que Sancti Spíritus saboreara la noticia: uno de sus hijos funge como investigador principal del ensayo clínico de Soberana 01, único candidato vacunal del mundo para inmunizar a pacientes que ya le han visto la cara a la COVID-19.
«Todos los seres humanos cuentan. En Cuba existían las condiciones que hicieron factible el desarrollo de este ensayo», responde con naturalidad ante la interrogante que escudriña la noticia de un hecho sin precedentes.
Sin embargo, la tesitura de su voz se mantiene invariable. No alardea tan siquiera cuando remuevo entre las causas de cómo el niño tranquilo y de mirada inquieta —según el recuerdo popular de quienes lo conocen— conduce las riendas de un proceso de trascendencia incluso fuera de las fronteras nacionales.
«Sigo siendo la misma persona, sólo que con algunas capas extrad de madurez y experiencia. Estoy aquí tras dedicar varios años a la carrera de Medicina, al estudio de las especialidades de Medicina General Integral e Inmunología y a lograr un máster en Bioquímica. He trabajado desde 2012 como inmunólogo líder en diferentes investigaciones y, con toda honestidad, también con un poco de suerte, que existe y para la cual hay que estar preparados».
El científico espirituano asegura ser el mismo que recuerdan sus coetáneos y amigos de la familia. Foto: ACN.
Son justas las razones para que los directivos del Instituto Finlay de Vacunas confiaran en el médico que espigó en el entorno familiar de La Fragua, valle expandido muy cerca del municipio espirituano de Cabaiguán, a un lado de la Carretera Central y con la histórica cordillera del Escambray de fondo, a más de 350 kilómetros de la capital.
«No hay contradicción entre ser médico e investigador, y menos en mi caso, que sí trabajo de forma directa con pacientes. Mi labor habitual, antes de la COVID-19, es atender a receptores de trasplantes y sus posibles donantes. En el caso del candidato vacunal Soberana 01, mi función ha sido demostrar que es seguro e inmunogénico, pero no laborando del lado del promotor, sino con las personas».
—¿Cuán difíciles son las decisiones que debe tomar el líder de un proceso definitorio y complejo?
—En realidad no son tantas, porque en los ensayos clínicos hay que seguir de forma estricta un protocolo. Además hay un equipo de trabajo extremadamente profesional con el que se discute cada situación. Realmente lo difícil es llevar sobre los hombros el peso de la responsabilidad.
En la memoria de coetáneos y amistades de la familia está vivo el desarrollo de ese pequeño con genes asiáticos y españoles que creció entre guiones radiales y titulares informativos; que coqueteó con notas musicales y dominaba con poco más de diez años la máquina de escribir; que se desveló en la adolescencia por la contaminación del río Yayabo y su voz fue seleccionada entre los graduados de su generación para agradecer seis años de sobresaltos y saberes; el médico de la serranía oriental y otras latitudes del orbe…
«Durante el ensayo clínico primero tuvimos obstáculos científicos relacionados con la selección de los voluntarios. Fue un gran reto poder identificar a 30 convalecientes de COVID-19 que al mismo tiempo hubieran quedado con una baja inmunidad al virus. Por supuesto también tuvimos que enfrentarnos a obstáculos logísticos; por sólo citar un ejemplo, fue incluso necesario utilizar mapas y GPS para optimizar las rutas de los ómnibus que transportaban a investigadores y voluntarios».
—¿Qué retos impone el estudio con personas?
—Cualquier sistema biológico es bien difícil debido a su complejidad estructural funcional. Cuando se trabaja con animales hay que seguir una metodología estricta y apegarse a principios éticos, porque no se justifica, por ejemplo, la crueldad.
«En el caso de estudios con personas los retos son aún mayores debido a que se trata de seres biosicosociales, y su interacción con el medio social puede modificar la acción de un fármaco. Con los humanos hay que establecer una relación médico-paciente o investigador-voluntario y crear un ambiente de confianza, por lo que un extra es convertirse en buen comunicador».
—Además de poner a disposición de la humanidad la sapiencia del equipo de investigadores, es un proceso costoso…
—Honestamente, no conozco su costo total. Pero es mucho menor que el de una sola vida humana que se pierda por la COVID-19. Será mucho más práctico y te diría que también mucho menos costoso que los gastos y pérdidas que causa la pandemia. Sí resulta incalculable e invaluable el sacrificio de quienes han trabajado para que se pueda contar con una vacuna contra el nuevo coronavirus».
En cada frase pule las palabras. Lo imagino celular en mano, rodeado de apuntes para, en comunión con su «cómplice» en la vida y profesión, legar en artículos científicos nuevos conocimientos sobre el mortal virus.
«Creo que el mayor riesgo de un científico es ser absorbido por el trabajo y descuidar otros aspectos de la vida», reconoce.
—¿Qué lecciones ha aprendido con la COVID-19?
—Me doy cuenta una vez más que cambiar los estilos de vida de las personas y educarlas en temas de salud es la tarea más difícil de un médico, porque el mundo tal y como lo conocemos puede cambiar de la noche a la mañana, y la subsistencia de la especie humana puede verse amenazada.
«Por eso siento la urgencia de trabajar sin descanso para contribuir a que se puedan licenciar las vacunas contra el SARS-CoV-2, que parecen la solución más factible para controlar la pandemia.
—¿Qué le aconseja a quienes aún temen entregar sus hombros?
—La vacunación es la acción de salud que más vidas ha salvado en el mundo, sólo superada por el suministro de agua potable. Es cierto que pudiera provocar efectos adversos, pero generalmente no resultan graves y los supuestos peligros de que se habla no son más que bulos sin fundamentos.
«Hay que vacunarse, más que como vía de protección individual, como una prueba de sacrificio, amor y respeto para con los demás. Aún cuando las vacunas no garantizan totalmente que la persona no vaya a enfermar, sí logran la inmunidad de rebaño que significa cuidar a la mayoría».
—¿Podrá la ciencia darle la estocada final al mortal virus?
—Erradicarlo sí será posible, pero es poco probable a corto plazo. Recordemos que han sido muy pocas las enfermedades infecciosas que han desaparecido por completo. Lo que sí sería posible es disminuir drásticamente la incidencia de la COVID-19, al punto de que se pueda pasar a una nueva normalidad».
Optimista como todo investigador, el espirituano Arturo Chang Monteagudo no depone las armas, y una razón le impulsa a volver cada mañana a lo desconocido: «Que mi hija crezca saludable, sea feliz y se sienta orgullosa de sus padres».
Cada paso del ensayo clínico es discutido con el equipo de profesionales que realiza el estudio. Foto: Ricardo López Hevia.