Nunca me abandonan las ideas de escribir y siempre que tengo la oportunidad me agendo una cobertura o servicio especial, cuenta este periodista devenido directivo de nuestra prensa Autor: Juventud Rebelde Publicado: 24/03/2021 | 03:56 pm
Nadie podría asegurar, a 11 años de haberse graduado como periodista en la Universidad de Oriente, qué habría sucedido si aquel día en el que en Las Tunas hicieron la prueba de aptitud para los aspirantes a la Licenciatura en Meteorología, José Armando Fernández Zalazar hubiera estado entre los elegidos. Pero aquello era imposible, no porque careciera de conocimientos, sino porque «se estudiaba en La Habana y a mi mamá no le gustaba mucho la idea —explica él—. Misteriosamente, no supe nunca la fecha de convocatoria de la prueba de aptitud, así que me hice periodista».
Lo cuenta y sonríe porque, incluso asumiendo la responsabilidad de subdirector de información de la Agencia Cubana de Noticias (ACN), todavía asegura que su pasión es la meteorología. Y relata cómo construyó, en su época de la Secundaria, un anemómetro y un heliógrafo usando como guía un libro de meteorología recreativa de la URSS.
«De esa ciencia lo que más me gusta es la observación, porque mirando el cielo, los tipos de nubes y la dirección del viento se puede predecir lo que va a ocurrir. No es algo mágico, es un orden en el caos» —explica Mandy (como le llaman todos), con esa pasión que parece ser, en él, congénita.
—¿Te conformaste o aún te preguntas qué habría pasado si hubieras cumplido tu sueño?
—Hace poco una colega me dijo: «si te gusta la meteorología, eres una persona muy observadora y eso es lo que hace falta para ser periodista». Así que supongo que lo que hice fue reorientar esa característica de mi personalidad. De hecho, me gradué de la universidad con una investigación sobre la cobertura de desastres naturales. Al final el periodismo también me enamoró y lo que aprendí de meteorología me sirve en un país en el que, muchas veces, las noticias son de huracanes que se nos vienen encima.
Pequeño de estatura, inquieto hasta en los pensamientos, analítico, ocurrente y de una inteligencia serena, como si jamás pretendiera sobresalir por entre las cualidades de los otros, Mandy ha dejado una impronta en cada sitio donde ha estudiado o trabajado, sobre todo porque padece de una curiosidad y un optimismo crónicos, además de una voluntad transformadora a prueba de obstáculos y zancadillas. Ha colaborado con varios medios (incluso trabajó por breve tiempo en el periódico 26), pero la mayor parte de su experiencia profesional la ha dedicado a la ACN, como corresponsal en Las Tunas primero, y ahora desde su posición de directivo en la redacción central.
—¿Por qué un periodista con tantas dotes para la escritura creativa ha dedicado su carrera a la rigidez que impone la redacción propia de las agencias?
—Hay un gran mito en torno al estilo cablegráfico. Hemingway, Kapuscinski, Rodolfo Walsh, García Márquez, trabajaron en agencias de noticias. Me hice periodista por influencia de la radio (mi mamá trabajó casi 40 años en una emisora). Prefiero el periodismo escrito, pero cuando me gradué hice cuanto pude para ir a una agencia de noticias, y así fui a dar a la corresponsalía en Las Tunas de la ACN, en aquel entonces Agencia de Información Nacional. Creía, como nos sucede a casi todos los recién graduados, que podía escribir una crónica de cualquier cosa, y hasta tenía planeado un libro de reportajes. De pronto me vi escribiendo noticias todos los días, ciñéndome a golpes de máquina por línea y conceptos muy delimitados de los valores noticiosos. Terminé amando y respetando al más humilde pero importante de los géneros: la nota.
«En la Agencia aprendes de humildad (por ejemplo, abandonas el yo para escribir) y comienzas a ver con un ojo periodístico todo lo que ocurre a tu alrededor porque tienes que cazar la noticia en cualquier esquina y eso te ayuda a ver la sociedad de una manera más integral. Luego, durante un corto pero fecundo período de tiempo, trabajé en un periódico y me percaté de que había encontrado un estilo: describir sin adjetivos, aborrecer gerundios y adverbios y dar protagonismo a los verdaderos actores del relato periodístico. Aprendes que para ser atractivo no hacen falta acrobacias idiomáticas formales, si no van acompañadas de sustancia de interés humano o noticioso.
«Lo otro es que ha sido en las agencias de noticias donde se han producido importantes cambios tecnológicos para los medios, por lo que es un lugar idóneo para innovar e incorporar discursos y maneras de hacer que actualicen las lógicas de producción. Si antes lo hicieron con el telégrafo, ahora, por ejemplo, las agencias experimentan con la inteligencia artificial y la minería de datos. Es algo que no nos debe resultar lejano porque se puede aplicar, en otra escala y con otra connotación, en nuestra realidad.
«Hoy las agencias no son únicamente proveedoras de contenido: en ellas encuentran espacio conceptos como transmedialidad, multimedialidad y es muy interesante plantearse proyectos para la integración de redacciones, el periodismo de datos o la verificación de hechos. Al mismo tiempo hablamos más de contar historias, de interpretar hechos y, si bien es cierto que resulta difícil asumir la investigación, por ejemplo, puede haber un acercamiento a sus herramientas desde formas más creativas».
Fotos: Tomadas del perfil de Facebook del entrevistado
—¿Por qué aceptaste la misión de guiar y organizar la labor informativa de la ACN en un contexto donde, por diversas razones, son pocos los jóvenes que aceptan dirigir?
—Cuando acepté la oportunidad de incorporarme nuevamente a la ACN, pero desde la dirección, estaba consciente de que iba a escribir menos, aunque nunca imaginé que fuera tan «menos». Nunca me abandonan las ideas de escribir y siempre que tengo la oportunidad me agendo una cobertura o servicio especial; pero obviamente el contacto con las fuentes es menor y por tanto se redacta menos.
«En contraposición, a veces me siento abrumado con tareas propias de la dirección, para nada creativas y siempre cercanas a la burocracia, pero que son necesarias para el funcionamiento de cualquier institución. Recuerdo que cuando me reuní por primera vez con la directora de la ACN me enseñó la transcripción de una intervención mía en un encuentro de corresponsales para debatir sobre el funcionamiento de la Agencia y hacer propuestas para perfeccionarlo. Su invitación fue a implementarlas y en el todavía corto período de tiempo que llevo en este medio he pretendido siempre seguir esa hoja de ruta.
«Los jóvenes tienen muchas ideas sobre cómo transformar los medios, pero lamentablemente no siempre cuentan con la oportunidad de hacerlo, por lo que me considero afortunado en ese sentido. A veces se confunde el interés por cambiar la forma de hacer las cosas o el tono de expresar el mensaje de los textos, como una amenaza a los principios del periodismo revolucionario, y no es así.
«Asumí el reto como una oportunidad creativa, no burocrática. Generalmente se aprecia la dirección desde un enfoque pragmatista bajo el paraguas del viejo concepto de medios de difusión o en el otro extremo, muy utópico, de periodistas como paladines de la verdad. Los medios necesitan gestionarse desde la teoría y con las experiencias que han devenido buenas prácticas. También con estrategias que fomenten la creatividad. Existen en Cuba muy buenos ejemplos, pero no siempre son reconocidos. Fíjense en cuántas veces ha sido premiado un directivo por su trabajo al frente de un medio de comunicación».
—¿Cuáles son los retos de la ACN en función de un posicionamiento más sólido en el ecosistema mediático cubano?
—Desde hace varios años, la ACN emprendió una serie de cambios orientados a un mayor reconocimiento del crédito de los periodistas. Si se compara con otras agencias del mundo, es de las que más ha avanzado en ese sentido porque casi todas las notas, que tengan visos de exclusividad, se firman, y esa no es la tendencia. No obstante, a diario recibo quejas de nuestros reporteros desde todas las partes de Cuba porque no reciben su crédito cuando otros medios toman sus textos. Algunos hasta prefieren que no los publiquen antes de verlos trastocados y con elementos incorporados —en ocasiones erróneos— con el propósito de eliminar su crédito. Es algo que hay que cambiar en la cultura profesional del gremio. Pero el mayor problema que enfrentamos está en incorporar competencias profesionales para que nuestros servicios continúen siendo indispensables para los clientes. No creo que el portal de noticias de la ACN deba ser el mejor posicionado de Cuba, aunque si así fuera no me enfadaría, pero su contenido sí debe marcar la pauta informativa en el país.
«Hemos investigado al respecto y alrededor del 60% del contenido que publican los medios cubanos diariamente toman como punto de partida nuestros contenidos. Eso es algo que tenemos que consolidar, y para lograrlo debemos ser más rápidos, más multimediales, y ofrecer algo que los demás necesiten.
«Recientemente creamos un servicio de infografías, conformamos un equipo de innovación para las redes sociales y desarrollamos softwares específicos para la gestión de nuestros contenidos y archivos, así como para la minería de datos y el scrapping. Todo pasa por el uso intensivo de la tecnología. Los medios cubanos, aunque en mejores condiciones que hace algunos años, no siempre tienen las posibilidades materiales para emprender estos proyectos. Creo que el mayor cambio debe darse en la mentalidad de quienes ejercemos el periodismo en estas condiciones, entendiendo que gran parte de nuestro trabajo pasa por las redes sociales, pero que nuestro trabajo no son las redes sociales. Si bien es importante estudiarlas y monitorearlas, también hay que contrastar todo lo que allí se dice: en fin, hacer periodismo».
—¿Crees que el fatalismo geográfico es un configurador del ejercicio profesional en la prensa cubana?
—El fatalismo geográfico es una realidad que no se puede negar. Después de toda la tinta que ha corrido contra él y todas las reuniones y discursos que lo han condenado, todavía te encuentras parodias en programas humorísticos de la televisión y la radio o te das cuenta de que todos los delincuentes del policíaco de producción nacional vienen de Holguín o Camagüey. Con el periodismo pasa de forma similar, pero en este ámbito hay valores de noticiabilidad que hasta cierto punto explican que una nota de La Habana sea titular y una de Guantánamo no.
«Hay que romperlo en los propios territorios, donde continúan ciñéndose a fronteras de medios provinciales y municipales, en el siglo de Internet y la globalidad, y restringen los temas que pueden abordar. Hay ejemplos de periódicos y emisoras de radio que se han apartado de esos conceptos. Por eso triunfan y son del interés de su público inmediato, que es el de su provincia. Si revisamos los principales premios del periodismo cubano en los últimos años, notaremos que son esas redacciones las que los acaparan. Pero, obviamente, y es algo que ocurre en todo el mundo, la repercusión de un material publicado en un medio nacional es mucho mayor que en un medio provincial o municipal, y ello condiciona la forma de hacer periodismo.
«En las provincias existen menos eventos, las fuentes pueden resultar más cercanas y los tiempos de entrega son distintos. También hay mayor cooperación entre los colegas y los diferentes medios, que muchas veces logran actuar como un sistema. No obstante, cuando ocurre un fenómeno que rompe con esa dinámica, se advierte que no se reacciona de la misma forma que lo hace la redacción de un medio nacional. Incluso puede tratarse del mismo periodista, pero obviamente se comportará de manera diferente.
«Otra arista de este asunto tiene que ver con la mirada que existe desde La Habana hacia lo que puede ser noticia en las provincias o la calidad del trabajo realizado en ellas. En ACN tenemos dos proyectos muy valiosos. Todos los años se seleccionan jóvenes periodistas y durante una semana hacen un recorrido por toda Cuba. Van a las corresponsalías y tienen un programa —no turístico— para escribir una noticia. Además, existe un plan de rotación de reporteros que van durante un mes a apoyar el trabajo de una corresponsalía y de allí viene un reportero a hacer el trabajo de ese periodista en La Habana. Cuando pides experiencias, descubres cosas muy interesantes. Me he tropezado con colegas que desconocen la geografía nacional y no saben si una provincia queda en el centro o en el oriente del país, y eso condiciona la forma de percibir lo que se hace desde las provincias y los municipios».
—¿Qué deudas acumulas contigo como periodista?
—Entrego los materiales a publicar al editor porque no me queda tiempo para seguir corrigiéndolos, así que deudas con la profesión tengo millones. Un periodista nunca renuncia a la idea de escribir un libro, investigar a fondo un tema de un interés muy personal, incluso, hacer un doctorado o probarse frente a un aula. La mayor deuda es, quizás, la noticia que todavía no he reportado o lo que me falta por aprender. Aun cuando todavía estoy en la treintena, a veces siento que el conocimiento y las maneras de hacer se mueven a una velocidad a la que no siempre le puedo seguir el paso y siento que me falta tiempo.
—En un contexto tan complejo, en el cual la prensa cubana ha abordado contenidos poco tratados con anterioridad, como la actividad proimperialista dentro de Cuba, ¿qué significa para ti ser un periodista revolucionario?
—Alrededor del periodismo siempre ha gravitado la polémica de la objetividad, la neutralidad, la subjetividad o la prensa partidista. Es una discusión sin sentido. Uno siempre toma partido. Los hechos están, pero lo que contamos de ellos es lo que nos define como profesionales. Durante muchos años se creyó que la Revolución Cubana es tan humanista y tan grande que no importa cuánto se mienta sobre ella: la verdad siempre va a prevalecer. Sin embargo, el mundo ya no sigue esas reglas. Si entras a Twitter ves una Cuba en ruinas, enclaustrada en los años de 1970 y represiva. Y para Facebook todos los cubanos que emigran son millonarios. También hay otro discurso de consignas y frases hechas que resultan anacrónicas en el lenguaje propio de las redes.
«En ese escenario ser un periodista revolucionario es acercarse a la realidad despojándose de prejuicios para cuestionarla, pero no un cuestionamiento petulante de aldeano vanidoso, sino de alguien que hunde las manos en la masa con las mangas arremangadas. Cuando ocurrió el tornado en La Habana, en enero de 2019, fuimos (la redacción en pleno) a recoger escombros, entregar donativos y servir de mensajeros a vulnerables. Luego escribimos sobre lo que vimos sin que faltara la crítica a lo mal hecho. En contraposición, he visto a colegas pedir una pose para una foto a personas que acaban de vivir la peor noche de su vida porque perdieron la casa por el embate de un ciclón.
«Para ser periodista revolucionario hay que ser fiel a la realidad, pero para lograrlo hay que ser parte de esa realidad. Las redes sociales no son Cuba».
—¿A dónde han ido a parar los sueños de aquel periodista en ciernes que escribía proyectos en medio de tertulias con guitarra y ron barato en la beca de la Universidad?
—Me gustaría decir que esos sueños siguen siendo los mismos, pero es ingenuo pensar que puede ser así. En toda esta etapa, el cambio mayor han sido mis dos hijos. Ellos no rompieron mis sueños, sino que me enseñaron la manera de hacerlos realidad. Constantemente pienso que el tiempo no me va a alcanzar para realizar todo lo que quisiera y me desespero por la lentitud de las cosas. Al final del día, mi trabajo está hecho realmente cuando les hago un cuento o les invento una canción. Entonces me gusta pensar que ellos sueñan conmigo y sería egoísta no soñar con ellos también.
*Tomado del libro El compromiso de los inconformes. Entrevistas a jóvenes periodistas cubanos (Ocean Sur, 2021).