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Cosechan boniato gigante en Ciego de Ávila

Aprovechar el más pequeño pedazo de tierra en un patio puede dar sorpresas, algunas bien grandes y con unas cuantas libras de peso

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA.— Julio César Bisset Lardué —seis pies de estatura, corpulento y con un bigote ancho— se bajó de un brinco de la hamaca. «Voy a comerme un boniato; ¡qué cará…!», dijo y tomó para una esquina del patio de la casa.

Era el 31 de diciembre de 2020 y en el hogar se encontraba la familia. Se habían pasado el día compartiendo y parte del agasajo eran los boniatos que sacaban entre los cultivos de calabaza, yuca, plátano, frijol y especies para aderezar la comida. «Eso es riquísimo —dice con su hablar fuerte de patrón de barco camaronero en la pesca del puerto de Júcaro—.Es una costumbre que tengo de niño, déjeme decirle: tener un sembrado y recoger el producto fresco. En el fin de año, lo que hacíamos era sacar un boniato o una yuca, y directo para la cazuela. «Pero, oiga, por la tarde voy a sacar un boniato para comerlo frito. Arranco para el mismo lado donde había sacado otros grandes, redonditos, sabrosos y cuando escarbo... Mire para acá. Mire el animal este que encontré. Vaya, lo cargo y no me lo creo. Está macizo: tómele usted el peso». *** De verdad que estaba fuerte.

¿Cuánto marcaría la pesa? La familia miraba al tubérculo gigante con las manos en la cabeza y la cintura, entre risas y asombro. Con un vecino, finalmente, gestionaron una pesa que marcó las 26 libras. Otro motivo de asombro, porque si no constituía un récord, al menos era un buen average. Sin embargo, nadie podía afirmar cuál era la razón para ese tamaño.

Tal vez, explican, la causa esté en una tierra fresca y negra, señal de que tiene muchos nutrientes, y donde no se ha cultivado nada en muchos años. «Nosotros terminamos de construir y nos mudamos hace poco tiempo para acá, en el Reparto Militar de la parte de sur de Ciego de Ávila —expresa Juana Rosa Alfonso Zayas, la esposa de Bisset—. Esta parte de acá era un basurero, también nos pasa una cañada cerca de la casa.

A lo mejor todo eso dio para sacar esa cosa». «Mis viejos, allá en Oriente, cuando yo era chiquito, hacían lo mismo —recuerda Bisset—. Tenían un sembradío en la casa y cuando había que comer algo, lo sacaban de la tierra o de la mata si era un plátano, y al plato se ha dicho». *** Más allá de los asombros, esa cosecha deja otras enseñanzas. Quizá todas ellas se pueden sintetizar en los recientes llamados hechos por la dirección nacional de los CDR de que cada familia aproveche cualquier pedazo de terreno para sembrar alimentos con destino al hogar.

Esa idea algunas personas la ven imposible, sobre todo en las ciudades; pero puede ser factible a partir de la imaginación, el estímulo y la divulgación que se realice sobre la iniciativa de aprovechar «cada huequito que uno tenga en la casa», como señala Bisset. «Mire –explica—, en cualquier rincón se puede plantar algo.

Por acá, por una esquina, yo tengo ajo porro; la hierba que le dicen tapón para la diarrea; menta americana, que alivia los dolores; caisimón para las inflamaciones y chacapiedras, muy buena para la infección de los riñones, a pesar de lo amarga que es». Cuenta que a esta parcela su hermana le ha puesto el patio de La Sonrisa porque cada vez que hace la visita hay algo nuevo y eso, insiste, da su alegría. En la parte de atrás está el boniatal y las calabazas. Por el costado izquierdo tienen frijoles, yuca y varias especies.

Frente a la casa tiene su surquito de vegetales (lechuga, quimbombó y espinacas) pegados a las matas de plátano. Hasta la nieta ha plantado su matica. «Sí, para que aprenda —dice el abuelo orondo—. Es bueno tener esos sembrados y no da trabajo, al contrario. Usted se pone a atender los cultivos un momentico por la mañana o por la tarde, cuando baja el sol, y sale hasta tranquilo de ese trajín. «Le cuento más, para que vea las ventajas. El fin de año la gente andaba como loca atrás de los vegetales y no aparecían o estaban caros. Nosotros no tuvimos ese problema.

Solo tuvimos que agacharnos y recogerlos fresquecitos, como se deben comer: tranquilos y felices en la mesa con la familia completa. ¿Qué más uno quiere ese día?», concluyó.

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