Pasado el peligro, la familia del jovencito Yuslén Alexis Sanabria López respira tranquila. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 19/07/2020 | 04:47 pm
CAMAGÜEY.— Matadero siempre fue una calle tranquila; una de tantas que, dormidas en el tiempo, integran el laberíntico entramado urbano del centro histórico agramontino. La cotidianidad de eta arteria principeña se ceñía al sosiego que en días de pandemia sus vecinos reforzaban. Nadie salía de sus casas y el escaso tránsito de personas y vehículos acentuaba la calma.
En los hogares las rutinas transcurrieron sin novedad en los primeros meses de aislamiento, hasta que un suceso estremeció esa paz el martes 5 de mayo, cuando vinieron a buscar a la doctora Osleydi López Allende, de 34 años de edad, nacida y criada en ese callejón, como contacto de un caso positivo al SARS—CoV—2.
Fue ella uno de los pocos profesionales de la salud cubana que contrajo el virus durante su ejercicio profesional, y como era de esperar toda Cuba posó su mirada en Camagüey, en especial amigos, conocidos, gente de pueblo interesada en la salud de esta familia agramontina y en su historia de esperanza y amor, cuyo protagonista principal fue el adolescente Yuslen Alexis Sanabria López.
La madre, el hijo, la vida
A este jovencito de 13 años lo vi crecer en su morada, marcada con el número 23 de la calle Matadero. Sin embargo, hoy el diálogo «con la vecina periodista» es diferente. Aún así, su simpática mirada y su carisma infantil me cautivaron, sobre todo por su sinceridad y sencilla manera de relatar cómo los pinchazos le dolían mucho, «pero aguantaba para que mami no me viera llorar».
El letal coronavirus lo alcanzaría a él y a varios miembros de su familia, sometidos a estudios clínicos y epidemiológicos luego de aquel inquietante martes en que hombres y mujeres vestidos de un verde esperanza ingresaran a su mamá, cuya positividad al virus se confirmó dos días después.
Sin proponérselo, Yuslén lidera el diálogo con JR. Con insospechada madurez revela que lo más difícil durante esos 15 días bajo tratamiento en el hospital Militar de Camagüey, Octavio de la Concepción y de la Pedraja, fue experimentar cómo la enfermedad separaba a su familia en positivos y negativos.
«Primero toda la familia estuvo en aislamiento en la Vocacional, y más unida que nunca porque todos nos preocupábamos por todos. No olvidaré el cariño de mis abuelos, Norma Allende y Osvaldo López», rememora.
Las horas pasaban en espera de los resultados del análisis y la parentela se sostenía en el brazo del optimismo, la fe y el cariño. Hasta que el sábado 9 dio positivo el estudio del chico, su abuelo y dos tíos.
«Mis tíos Onelvis López y Sandra Almaguer solo estuvieron unos minutos en casa en esos días, figúrese. La noticia de que abuelita y mi hermanita, Érica Pimentel, tuvieran mejor suerte, me alegró un poco la mente, pero que tantos en la familia estuviéramos contagiados me dejó muy triste», recordó Yuslén.
Tras más de dos meses de vivir esa experiencia inolvidable, este adolescente, quien extrañaba como nadie jugar a la pelota con los amiguitos del barrio y las clases en su secundaria básica Mártires de Camagüey, reconoce que la COVID—19 resultó «una enfermedad mala, de muchos cuidados… Por eso hice todo lo que me dijeron los médicos».
Relató que en el hospital había que ser muy disciplinado: «Desde las 4 de la mañana me levantaban para bañarme y comenzar el tratamiento. Aún tengo marcas de los pinchazos. El interferón es el que más me dolía y además el que más molestias me dejaba», aseguró.
«Pero todos, médicos y enfermeras, se preocupaba mucho por mí y mi familia. Hice buenos amigos que nunca olvidaré. Algún día iré a visitarlos en el hospital militar. Todos me complacían, me regalaron refrescos, helados y muchas frutas. Nunca me faltó nada. Tuve mucha gente buena a mi alrededor, por eso les doy las gracias a todos, al igual que a mis amigos que me llamaron al móvil, y a mis vecinos, que cuando volví a casa me saludaron con aplausos».
—El momento que más te impactó…
—Cuando nos dieron la noticia de que estábamos enfermos casi empiezo a llorar. Tenía miedo de perder a mi familia… Por eso cuando mami ya dio negativa y yo aún estaba positivo, preferí que ella se fuera, antes de que pudiera reinfectarse.
«Esa decisión sorprendió a muchos en el hospital. Dicen algunos que actué como un adulto y yo digo que como un niño responsable. Abuelo entonces me acompañó, hasta que nos dieron el alta a los dos».
—¿Qué enseñanza te deja haber sido un paciente de esta pandemia?
—Antes de estar enfermo quería ser abogado; ahora me gustaría ser médico, pues lo que han hecho por mí y mi familia, y por muchos niños en Cuba, es algo que me ha impresionado. Me gustaría ser como ellos.
—Lo que más deseas en este momento…
—Que este verano pase pronto y empiecen las clases. Las extraño mucho, al igual que a mi maestra de Español, Dainir.
—Eres muy comunicativo. ¿Qué les dirías a los niños de Cuba?
—Que disfruten con su familia de las vacaciones y de este Día de los niños, pero que se cuiden y sean disciplinados, porque esta enfermedad duele mucho, y más si los seres queridos también están enfermos.
«A los niños que todavía la padecen, que tengan confianza y no se porten mal, porque a nosotros nos cuidan y nos salvan, aunque duelan las inyecciones».