La gripe española obligó a realizar aislamientos de los enfermos y cuarentenas Autor: Juventud Rebelde Publicado: 30/06/2020 | 12:35 pm
El término «cuarentena» carece hoy de la connotación semántica que lo identificó hasta hace unas décadas. «Ella se encuentra ahora en cuarentena», se acostumbraba decir de la mujer acogida al reposo de seis semanas (lo llaman también puerperio) indicado por su médico después de parir. La medida permanece aún vigente, pero la palabra cayó en desuso.
Según los lingüistas, cuarentena proviene de los vocablos italianos quaranta giorni, que significan cuarenta días. Estas, a su vez, nacen de la locución latina quadraginta, que quiere decir cuatro veces diez.
Su práctica comenzó en el siglo XIV para proteger de la peste negra a ciudades de la costa de Europa. Venecia fue la primera en cerrar sus puertos a los navíos sospechosos de proceder de lugares infectados y en habilitar en una isla el primer hospital de aislamiento de la historia humana.
«A partir de 1468, las autoridades venecianas ordenaron que los barcos que llegaban permanecieran allí durante 40 días. Los pasajeros y las tripulaciones debían desembarcar, y hasta los productos que transportaban eran descargados y llevados a una enorme bodega situada en el centro de la isla, donde eran desinfectados con hierbas humeantes, vinagre y agua hirviendo», asegura el sitio web Cirugía Pediátrica.
Evidentemente, ya se sospechaba con fundamentos sólidos que el contacto personal favorecía el contagio. Giovanni Boccaccio, en El Decamerón, explicaba así cómo se extendía la peste negra: «Contribuyó a dar mayor fuerza y vigor a esta pestilencia el hecho de que los sanos visitaban o se comunicaban con los que habían adquirido el mal».
En la actualidad, y a tono con el significado que le confiere el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), cuarentena es el «aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales». Es el contexto en el que algunas comunidades cubanas se encuentran para impedir la transmisión de la peligrosa COVID-19.
LOS CONTRASTE DE UN NOMBRE
Los estudiosos del tema especulan que el ciclo de 40 días fijado para el aislamiento preventivo de los contagiados con la peste negra pudo, quizá, haberse derivado de la antigua doctrina de la Grecia clásica del «día crítico». Sostenía que las enfermedades infecciosas tenían su fase más peligrosa en los 40 días posteriores a la exposición, y que un período menor no era suficiente para salir por completo de dudas.
Otros le conceden a su origen a factores místicos, y ponen como ejemplo los libros sagrados, donde el número 40 deviene recurrencia: 40 años vivió Moisés como pastor; 40 días duró el ayuno de Jesucristo en el desierto; 40 días llovió durante el diluvio universal; 40 días pide la Cuaresma para llegar a la purificación espiritual; y el profeta Mahoma tuvo su revelación cuando tenía 40 años de edad.
Galeno e Hipócrates, célebres médicos griegos de la antigüedad, exhortaban a las personas a aislarse ante la presencia de enfermedades contagiosas. A Galeno le atribuyen la frase en latín «Cito, Longe, Tarde», cuya traducción al español es «vete rápido, vete lejos y tarda en regresar», un evidente consejo sanitario para evitar contaminaciones.
Con los años, la palabra cuarentena perdió su estirpe cuantitativa. Pero persiste en mantener ese nombre, a pesar de que hoy su duración cambia según la patología. Por cierto, los anales médicos certifican que la cuarentena más larga de la historia la sufrió en Estados Unidos una humilde cocinera nombrada Mary Mallon, quien en 1915 fue recluida en la isla North Brother durante 23 años, acusada de transmitir dos veces la fiebre tifoidea, aunque nunca tuvo síntomas.
CUANDO FILADELFIA VIOLÓ LA CUARENTENA
A mediados de septiembre de 1918, las autoridades de la populosa ciudad norteamericana de Filadelfia, en el estado de Pensilvania, subestimaron la letalidad de la tristemente célebre Gripe Española. Ante el progresivo aumento de casos de soldados con problemas respiratorios agudos, declararon, irresponsablemente, que solo se trataba de una simple gripe estacional. «Nuestra población no tiene razones para sentir preocupación», dijeron, en tono tranquilizador.
Pero —¡ay!—, el virus comenzó a propagarse a velocidad de vértigo. Los médicos advirtieron que se trataba de algo más aterrador que un inofensivo resfriado. No obstante, nadie los escuchó, pues, de hacerlo, hubieran tenido que cancelar un gran desfile convocado para el día 28 del propio mes, el cual recaudaría fondos para costear la Primera Guerra Mundial.
Aquella mañana, unos 200 000 habitantes de Filadelfia ignoraron la cuarentena dictada por los epidemiólogos y se apiñaron en las calles para presenciar la procesión. Para la fecha, ya estaban ingresados con gripe 600 militares y 47 civiles. La aglomeración propagó el virus en la ciudad con tal intensidad que, pasados tres días, los fallecidos sumaban 2 600 y se ocuparon todas las camas de sus 31 hospitales.
Durante las seis semanas siguientes, se reportaron 47 000 casos y 12 000 fallecidos. Seis meses después, la cifra de víctimas fatales ascendió a casi 16 000, y los casos confirmados a más de medio millón. Las comunicaciones telefónicas quedaron interrumpidas, pues la mayoría de los operadores enfermaron o murieron. Los funerales se convirtieron en una recurrencia en las calles de la ciudad, que parecía un campo de muerte. Según el sitio en Internet del diario español Levante, se registró una tasa de mortalidad de 719 fallecimientos por cada 100.000 habitantes.
Por ignorar el aislamiento sanitario recomendado y permitir reuniones masivas, la pandemia de la Gripe Española dejó en Filadelfia el triste saldo de más de 17 500 víctimas. En contraste, la cercana ciudad de San Luis, que canceló su desfile y aplicó medidas de distanciamiento social tales como cerrar iglesias, bibliotecas, teatros, parques infantiles, escuelas, salones de baile y prohibió las fiestas populares, redujo a menos de la mitad la incidencia de la pandemia en comparación con la populosa urbe que encajó la tragedia.
LA COVID-19 Y SU COMBATE EN CUBA
Entre las disposiciones sanitarias adoptadas por las autoridades cubanas para evitar la propagación de la COVID-19 figuró la cuarentena, decretada en dependencia del comportamiento de la enfermedad en una comunidad y por decisión del Grupo Temporal Nacional, a propuesta de los presidentes de los Consejos de Defensa de las provincias.
En un documento al respecto, el Estado Mayor de la Defensa Civil Nacional indica que esta previsión «comprende la limitación rigurosa y la prohibición del movimiento de la población hacia y desde las zonas afectadas por la enfermedad, así como el incremento de la pesquisa activa para la detección, aislamiento y tratamiento oportuno de los enfermos, la desinfección y otras medidas sanitarias».
A ese tipo de cuarentena se someten poblaciones que aun sin presentar síntomas de una enfermedad, pudieran estar infectadas en virtud de los riesgos que han afrontado. A sus habitantes asintomáticos se les limitan los movimientos, ya que pueden haber estado expuestos al patógeno y no lo saben. Regularmente pueden extenderse hasta 28 días, es decir, dos períodos máximos de incubación del virus, pero si aparecen casos nuevos ese plazo se prolonga 14 días más.
El aislamiento tiene otros matices. Se aplica a viajeros provenientes del exterior y dura 14 días. A la luz de la situación actual con la COVID-19 en Cuba y el mundo, es una medida que permanecerá vigente para población cubana o residentes de origen extranjero que regrese a nuestro país después de cierto tiempo en el exterior.
También se somete a su prevención a quienes resulten positivos en las pruebas de la COVID-19, a los sospechosos de portar el virus o a aquellos que tuvieron contacto con enfermos. A todos se les aísla y se evita que contacten con personas sanas o entre sí.
El distanciamiento social, por su parte, aconseja eludir las aglomeraciones a quienes no están ni en cuarentena ni en aislamiento. Quienes salen a la calle deben hacer lo posible por mantener una distancia no menor de un metro con respecto a otras personas, potencialmente portadoras asintomáticas de la enfermedad.
La cuarentena, el aislamiento y el distanciamiento social desempeñan un importante rol sanitario ante las epidemias y pandemias que, periódicamente, flagelan la salud de la humanidad. Violar sus postulados y excederse en la confianza en situaciones como las que hoy enfrentamos, pudieran acarrear consecuencias muy graves. La disciplina, el sentido común y la responsabilidad son claves en estos casos.
Los cubanos debemos cumplir cabalmente las disposiciones de nuestras autoridades gubernamentales y sanitarias. Neutralizar a la COVID-19 implica convertir la previsión epidemiológica en una «cuarentena» de vigilancia permanente, para que la normalidad que tanto merecemos y anhelamos no tenga retrocesos fatales.