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¿El funeral de las flores?

Pobre producción, carencia de instrumentos necesarios para la labor de los trabajadores, falta de semillas y fertilizantes en los jardines, ausencia de vehículos adecuados para la transportación y daños en los sembrados por eventualidades climatológicas, afectan el servicio de coronas y arreglos florales en no pocas funerarias de Cuba. Desde varios territorios del país JR «tiende» y «vela» el tema

Autores:

Juan Morales Agüero
Roberto Díaz Martorell
Luis Raúl Vázquez Muñoz

Las flores perdieron el olor a jardín. El perfume de la tierra y el aire que guardan los pétalos se disipa en los velorios, y en Las Tunas el periodista lo siente. «Las de aquí huelen a llanto, a mala noche, no sé…», le escucha decir el reportero a una señora que se ha derrumbado sobre un sillón en la funeraria principal de la ciudad.

Su madre, muy anciana, había fallecido y dentro de poco sería sepultada, se le oye comentar a una mujer sentada a su lado. Cuenta, además, que sus compañeros de trabajo acudieron para ofrecerle las condolencias; pero se encontraron una dificultad: no podían brindarles su pésame con flores porque de lo contrario no habría coronas para todos los fallecidos.

«Pasamos una pena muy grande», confiesa la mujer. No obstante, las vivencias de esa tunera no son únicas.

Para Yaneisy Peña Peña, residente en la Isla de la Juventud, el pasado 24 de agosto se convirtió en una fecha triste. Ese día la joven despidió a su abuela en la funeraria de Nueva Gerona.

En el vacío que provoca el dolor, quizá Yaneisy debió recordar los días en que su abuela le decía adiós cuando ella partía para la escuela y a lo mejor por un momento volvió a sentir la humedad de su beso en la mejilla. Con gravedad, solicitaron el servicio de coronas y ahí apareció la decepción.

A la fábrica de coronas de la ciudad de Ciego de Ávila llegan entre 200 y 700 docenas de flores en días alternos y a veces no alcanzan.

«Imagínese, no podían hacer las coronas porque no tenían flores suficientes en la fábrica». A unos metros de la funeraria, los acompañantes aportaron más detalles. «El problema es que no sirven —explicaron—. Los arreglos están bien hechos; pero las flores, sencillamente, están muy deterioradas». Y se encogen de hombros: «Eso de las coronas en los velorios es una tradición. Es algo muy sensible; porque, además, llevas algunas flores y de todas maneras cobran lo mismo».

La vida no siempre parece igual

Parece que la vida transcurría sin mayores tropiezos y a pesar del dolor, las flores llegaban a las funerarias de Cuba. Fueron, precisamente, las quejas y llamadas de los lectores a Juventud Rebelde las que emitieron la alerta: en las funerarias del país no se brinda el servicio deseado. En los avisos aseguraban que faltaban flores, los dolientes no podían solicitar la cantidad de coronas que deseaban y en no pocas ocasiones esos cojines no mostraban la calidad deseada.

Una indagación en el municipio especial de Isla de la Juventud y las provincias de Las Tunas y Ciego de Ávila confirmó que las coronas fúnebres tienen unas cuantas piedras en su camino. Pobre producción floral; poca atención a los trabajadores, en ocasiones sin instrumentos para su labor; carencia de semillas y fertilizantes, vehículos no adecuados para la transportación y hasta el clima, en ocasiones se ponen de acuerdo para ponerles zancadillas a los velorios. Porque si bien en todos los lugares los problemas no son los mismos, la angustia de los familiares será igual. O quizá mayor.

Las flores en los cortejos fúnebres son una señal de afecto en la última despedida.

Oferta limitada

Dicen que ganar una Serie Nacional de Béisbol depende de muchos poquitos. Lo mismo se puede afirmar de las coronas de flores. Hacer una ofrenda floral depende de unos cuantos detalles, que casi nunca se ven —como en la pelota—, pero están ahí.

Y uno de estos aparece con la regulación de los pedidos. En las fábricas de coronas visitadas por los reporteros, los directivos y trabajadores expresaron el principio de limitar la oferta cuando se registran muchos fallecidos. A partir de ahí los caminos de las flores comienzan a tomar su rumbo en cada territorio del país.

Elena Fernández Hydez, trabajadora de la fábrica de coronas de Nueva Gerona, también se encuentra insatisfecha por el poco suministro de recursos florales. «Somos un colectivo estable —asegura—. Hay experiencia, y cuando tenemos flores, hacemos maravillas. Ningún fallecido se va sin el servicio. Actualmente ofrecemos un máximo de siete coronas. Cuando hay pocos fallecidos podemos subir más; pero no mucho. El problema es que no podemos garantizar los recursos para una mayor cantidad de servicios. Es una crisis muy grande».

En cambio, en Las Tunas y Ciego de Ávila la investigación arrojó que existen sobresaltos, aunque no se palpó una situación tan crítica como en la Isla. En esos territorios los recursos florales parecen llegar con sus tropiezos, pero con mayor abundancia en comparación con el Municipio Especial.

En las funerarias existe poca atención a los trabajadores, quienes en ocasiones no cuentan con instrumentos para su labor.

Enrique Agüero, administrador de la fábrica de coronas en la capital tunera, reconoce la obligación de brindar un buen servicio a cada doliente. «Pero ese mismo derecho —expresa— obliga a fijar ciertas restricciones. Hemos tenido casos en que las ocho capillas de la funeraria estuvieron ocupadas. Incluso se debió improvisar espacios en los pasillos y hasta en las casas de los fallecidos. No es justo que un funeral acapare todas las coronas y otros se queden sin ninguna. Por eso las dosificamos, para que nadie se considere subestimado».

Ese criterio también rige el servicio en Ciego de Ávila, territorio donde existen nueve fábricas de coronas junto con una fuerte tradición de poner flores a sus difuntos. Lo anterior se grafica con una anécdota macondiana, cuando una persona se apareció con la intención de contratar 130 coronas para un familiar en la fábrica de coronas La Azucena, en la capital avileña.

Con las lluvias del huracán Irma o la depresión tropical Alberto, por mencionar solo dos momentos, los jardines se perdieron y los clientes vieron bastante limitada la oferta. En una ocasión el conflicto llegó a ser tan álgido —pues las flores necesitan al menos tres meses para recolectarse—, que uno de los dolientes llevó sus quejas a la prensa.

«Al igual que Irma, los aguaceros de Alberto dañaron el suministro —explica Dariannis Pérez Hernández, la administradora—. Pero en momentos normales, a la fábrica llegan entre 200 y 700 docenas de flores en días alternos, cada 72 horas o momentos en que hay mucha demanda. Con esa cantidad y frecuencia se puede mantener el servicio; pero lo que nos limita no son tanto las flores, como las molduras y los palillos para hacer las coronas. Eso sí es un dolor de cabeza».

Molduras con angina de pecho

El director avileño Osmel Gómez aproxima una flor de semilla saludable a una de simiente envejecida.

¿Qué relación guarda un servicio fúnebre con las hojas de plátano, las fibras de caña brava o las pencas de coco? «Que sin estas no se pueden hacer las coronas», responde Osmel Gómez Paz, director de la Unidad Empresarial de Base Comercializadora de Flores, perteneciente a la empresa avileña de Servicios  Comunales de Ciego de Ávila (Comcávila). Y precisa: «Las flores son lo que más se ve; pero una corona no se conforma solo con ellas».

Con la hoja seca de plátano se hacen las molduras. Con la penca de coco o los palillos recortados de la caña brava, se enganchan las flores. Y también están el alambre para asegurarlas y el papel para vestirlas y hacer las cintas. Y las almohadillas, y los moldes y hasta la tinta para fijar las dedicatorias. Y, al final, algo o mucho de los objetos mencionados se ausentan en las funerarias.

«Los accesorios lo buscamos nosotras, explica Elena Fernández Hydez, en la fábrica de Nueva Gerona. Recuperamos los alambres y tenemos reserva de poliespuma. Pasamos más trabajo con las cintas; pero hasta el momento no hemos tenido problemas. No nos entra ningún insumo, ni tijeras. Las que tenemos están viejas, compradas hace como cuatro años».

En Ciego de Ávila se comprobó que los trabajadores de la fábrica poseen sus instrumentos de trabajo y el local cuenta con las condiciones para almacenar las flores, aunque no debería olvidarse la sustitución de los muebles deteriorados o eliminar las filtraciones en sus paredes —visible en el descorchado y las marcas de humedad—, y de paso dar algunos brochazos de pintura.

Esas mejoras beneficiarían el ambiente del servicio y hasta las tensiones laborales que aparecen cuando el material de las molduras se vuelve escaso. En la provincia avileña se han buscado alternativas. Una de estas tiene algo de escatológico, aunque ha sido un salvavidas: reciclar las molduras de las coronas que se desechan en el cementerio.

Otra ha sido valorar el uso de poliespuma; pero además de la tradición y ubicar dónde lograr un suministro estable se encuentran los costos, que podrían incrementar el precio de las coronas, pues las molduras de plátano no no se cobran a los clientes.

«Para decir la verdad —expresa el director Osmel Gómez—, el material hoy lo buscamos en los platanales del Estado y de particulares. Llegamos en el camioncito de la UEB, pedimos el favor y así se mantiene el servicio. Al igual ocurre con la caña brava y las pencas de coco para los palillos. Nosotros no renunciamos a buscar una solución definitiva al problema. Que puede ser a través de un convenio con los organismos; pero eso hay que valorarlo bien, pues no podemos afectar el precio del servicio a los dolientes. Esa ha sido siempre nuestra posición».

Motivos para llorar (y bastante)

En el jardín de Majagua las semillas se han puesto viejas.

Existen varios motivos para llorar. Uno de estos se encuentra en la transportación. Mientras en Ciego de Ávila se hace en un pequeño camión, necesitado de clima, en Las Tunas el viaje de los jardines hacia la funeraria se hace en bicitaxis o vehículos de tracción animal. El resultado, en el mejor de los casos, son flores marchitas, en ocasiones demasiado entristecidas.

Pero la principal causa del llanto se encuentra en los jardines. En la Isla de la Juventud, Justo Sánchez Benítez, director de Floricultura de la Empresa Municipal de Comunales, aseguró a Juventud Rebelde que la principal causa de los dolores de cabeza e insatisfacciones se encuentra en la falta de un sistema de riego para las 8,5 hectáreas dedicada al cultivo de flores en el territorio.

«Trabajamos con la Agricultura —refiere— y desde la UBPC Capitán Lawton se construyó un desvío hasta la entrada de una de las áreas en la zona de El Abra. Después nos dijeron que de ahí para el jardín debíamos resolver nosotros. Se gestionaron las tuberías plásticas, pero ahora faltan las abrazaderas para las conexiones y esto hace más de cinco años».

El directivo explica que pese a encontrarse su entidad suscrita a un proyecto de la Agricultura y participar en reuniones de chequeo todos los meses junto con Recursos Hidráulicos, la situación continúa bajo el alegato de que las abrazaderas se destinaron a la rehabilitación del acueducto de Nueva Gerona.

Desde ahí aparecen otros males, que conforman los cuadrados perfectos de este conflicto. La visita a los jardines corroboró que el problema no es solo de agua, sino de la visión y las posibilidades para atender ese cultivo. Porque en esas áreas el cultivo de flores se realiza sin tecnologías modernas, que incrementen la producción y su calidad.

No cuentan con sistemas eficientes de riego, tampoco poseen telas para proteger las plantas, no existe una asignación de fertilizantes y las gestiones hechas con Quimimport —en el caso de Ciego de Ávila— recibieron la respuesta de no poder atender la solicitud de importación por ser tan pequeña en comparación con los pedidos del sector agrícola y azucarero, según explicaron en la UEB avileña.

Pero el toque final en este desaguisado lo aportan las semillas. Al no tener acceso a simientes óptimas, las utilizadas perdieron en calidad genética y el resultado son flores de menor tamaño, menos vistosas, más vulnerables al calor y las lluvias y, por tanto, de bajo rendimiento.

Bien lo saben Romelio Mederos Hernández y Sergio Hernández Mera, jefe de brigada y obrero del jardín de Majagua, respectivamente. En media hectárea cultivan al menos siete variedades. Cuando las semillas estaban jóvenes, por un surco sacaban hasta tres latas. Hoy, para acopiar esa cantidad se deben recorrer varias calles.

«Y mire el cambio en el tamaño de los botones —dice Romelio. El más grande es de una semilla más joven, pero mire este más chiquito, sembrado en la misma tierra, con la misma agua y el mismo sol. El problema es que los botones pequeños son los más abundantes, por el deterioro de la semilla».

En esta cuadratura floral cualquiera diría que cultivar para coronas fúnebres es un mal negocio. Pero las estadísticas dicen lo contrario. Con todas las limitaciones, hasta el pasado julio la UEB avileña ingresó 36 759 pesos por concepto de ventas de ofrendas florales; mientras que los salarios en la fábrica de coronas o en los jardines pueden rondar los 700 pesos, en correspondencia con los costos e ingresos de la actividad.

Pero este largometraje tiene otro lado más íntimo, y es la vivencia personal, la que vivió Yaneisy Peña en la Isla de la Juventud, algo que puede ocurrir en otros lugares de Cuba. Aquel 24 de agosto, Yaneisy no se dejó vencer y a pesar de la contrariedad y el calor recorrió varios lugares y puntos de venta de particulares. Al rato volvió a la funeraria. Venía triste, pero en sus manos se veían unos ramilletes. Ese día, al menos su abuela no se despidió con flores marchitas.

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