Tras un minucioso trabajo de restauración se muestra por vez primera públicamente la mascarilla mortuoria de Julio Antonio Mella en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Autor: Cubasí Publicado: 09/01/2018 | 10:23 pm
Luego de casi 25 días de una minuciosa labor de restauración, la mascarilla mortuoria del líder estudiantil Julio Antonio Mella se expone por vez primera públicamente en el Aula Magna de la Universidad de La Habana (UH).
Bajo la placa que recuerda la realización, en este mismo sitio, del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, y junto a los restos del presbítero Félix Varela, está ese tesoro entrañable, que nos devuelve el rostro del excepcional revolucionario, fundador de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y del Primer Partido Comunista de Cuba.
El vaciado fue tomado la noche del 10 de enero de 1929, hace 89 años, poco después del asesinato de Mella. Aquel fatal día el joven líder caminaba en compañía de su inseparable compañera Tina Modotti por las calles de México, donde se había refugiado ante la persecución del dictador Gerardo Machado, cuando fue ultimado a balazos por la espalda.
Parte de esa triste historia es la que animó a la restauradora Amanda Torres Rodríguez a devolverle todo el esplendor posible a la mascarilla, que hasta entonces se guardaba en el rectorado de la UH. En un pequeño local de ese sitio, rodeada de libros, papelería y artículos disímiles, con su talento y suaves manos la joven intervino la pieza.
«Fue una gran responsabilidad y compromiso asumir este trabajo», confesó orgullosa a Juventud Rebelde y contó que se le encargó esta importante labor gracias al convenio de colaboración que existe entre la Universidad de La Habana y la de las Artes.
«A lo anterior se unieron los comentarios que hacía un tiempo me había hecho el profesor Alexis Martín, quien imparte la asignatura de Materiales pétreos. En ese entonces me dijo que había visto el vaciado de Mella, que necesitaba restauración por su deterioro y que contenía cierto grado de sal.
«Al terminar mi tesis, la Directora de Patrimonio de la UH me hizo la propuesta y la acepté. Sería mi primera obra para recuperar después de graduarme de la Universidad de las Artes, en la especialidad de Conservación y Restauración».
—¿Cuáles fueron los resultados del trabajo?
—Descubrí que la hipótesis de mi profesor sobre el grado de salinización era cierta. Al parecer la persona que tomó el molde al rostro de Mella le agregó sal para acelerar el fraguado y que fuera una acción rápida. Recordemos las circunstancias que rodearon el asesinato del líder estudiantil, su llegada a México luego de su histórica huelga de hambre y la convulsión que vivía el país en aquellos años.
«Mediante otras técnicas, como la microscopía óptica, pude determinar un poco el polvo superficial que tenía la pieza, mientras que con un barrido con luz ultravioleta comprobé que no tenía hongos ni otras afecciones. Pude cerciorarme también que la pieza fue intervenida al rededor de siete veces desde que se trajo a Cuba en 1996.
«Al hacerle las réplicas se le aplicaron sustancias y grasas para desmoldar las copias con mayor facilidad; sin embargo, a la vez que haces esa operación la grasa se queda, pone a la superficie amarillenta y facilita la impregnación del polvo. Todo eso y la sal inicial trajeron consecuencias dañinas a la superficie, que además tiene golpes y marcas».
Una obra para siempre
Cuenta Amanda que para lograr llevar la pieza, lo más posible, a su estado original, lo primero que hizo fue desalinizarla con aplicaciones de un gel de agar, que permite el secado en breve tiempo. «No lo realicé de forma directa, sino mediante un papel japonés. Son diferentes pasos: primero hay que proteger la pieza, en unos 20 minutos se aplica esa técnica a toda la cara, y después de una hora se le retiraba. Así fue durante varios días, hasta que hicimos la comprobación final y se vio que no quedaba ningún agente dañino.
«Después se hizo una limpieza con alcohol y detergentes y guisopos húmedos para aclarar la superficie. Quedaban unos pequeños puntos en la mascarilla que tuvimos que trabajar minuciosamente para que no se vieran».
—¿Todo ese proceso dónde lo hiciste?
—En un buró antiguo en el rectorado de la UH y acompañada siempre de una tacita de café o té. No quise sacarla de la Universidad, por su simbolismo y alto valor histórico. Para la restauración me apoyé en Atrio (Empresa de Proyectos y Servicios de Ingeniería de la Cultura), que me facilitó parte de los materiales.
—¿Complacida con lo realizado?
—Sí. Se logró minimizar parte del deterioro de la mascarilla. Adicionalmente, aunque las obras de yeso no se protegen en ningún receptáculo, mi esposo y yo concebimos una solución acrílica para mitigar los efectos del polvo y la humedad desde que el 20 de diciembre pasado, en el aniversario 95 de la FEU, se expone al público. El objetivo es preservar para siempre la obra.
—Pareciera que cuando restauraste la pieza se partió.
—No. Lo que pasó es que cuando se trajo la mascarilla a Cuba, en su urna de madera había una curva que limitaba el espacio y el ritmo de la pieza se veía interrumpido. Parece que aparentemente estuvo colgada y se cayó, y faltaba ese pedazo. Es como una partidura, no tiene un acabado como las otras áreas. Para completarla decidimos hacer ese tramo.
—¿Qué impresión sentiste cuando tuviste la mascarilla de Mella entre tus manos?
—Fue algo muy emocionante. Cuando veía el vaciado era más que una foto, estaba viendo su rostro idéntico. Es igual a una foto que le tomó Tina cuando muere, que también es impresionante. Quien hizo esta mascarilla copió muy bien detalles del pelo, las cejas, los labios. Mella está como si estuviera durmiendo, soñando... Resulta emocionante ver eso tan de cerca, interactuar durante unos días con Mella, es como si estuviera conversando con él.
—¿Proyectos?
—Me han propuesto restaurar el boceto original del busto de Mella, que se encuentra en el Memorial, y que al pie de la histórica Escalinata guarda sus cenizas. También la mascarilla mortuoria de Rubén Martínez Villena. A todas estas piezas les pondré el mismo sentimiento, empeño y amor.
Cómo llegó la mascarilla a Cuba
El mexicano Félix Ibarra Martínez, quien conoció personalmente a Julio Antonio Mella, trajo a Cuba la mascarilla mortuoria. La obtuvo gracias a su tío Alberto Martínez, íntimo amigo del líder estudiantil, quien se quedó con la pieza tras el asesinato. Así lo confesó a este diario, cuando recordó que su tío «la conservó en sus manos hasta que murió en 1966. Entonces la heredé, le hice una urna y la tuve mucho tiempo en la biblioteca.
«Mi memoria ha fallado mucho, pero recuerdo que los estudiantes cubanos de la Universidad (de la Federación Estudiantil Universitaria) me pidieron que la cediera al pueblo de Cuba, y así lo hice.
«Varias personas me visitaban para conocerla. Alguno quiso que yo se la diera, pero insistí en que solo se la entregaría a Fidel. Se hicieron varios intentos, a través del Che, pero el Che siguió su camino y no fue posible hacérsela llegar al líder de la Revolución.
«En 1996 se la entregamos a Raúl Castro en La Habana. Sentí que había cumplido el deber de entregársela a Fidel. Yo ya había perdido la vista».
La historia la recordaría el propio General de Ejército en su discurso por el aniversario 75 de la FEU, el 20 de diciembre de 1997, momento en el cual entregó a la organización estudiantil la preciada reliquia. En ese entonces dijo: «Y ningún momento más oportuno que este, cuando la Federación Estudiantil Universitaria arriba a sus tres cuartos de siglo de fecunda y valerosa existencia, para hacer entrega a la combativa organización de una mascarilla mortuoria de Julio Antonio Mella, que manos hermanas de México aquí presentes, como las de Félix Ibarra y sus compañeros, nos entregaron en marzo del pasado año. Objeto entrañable que recoge el vaciado del rostro vigoroso de Julio Antonio, caliente aún la sangre de su cuerpo inerte, vivo aún el eco de sus últimas palabras: “¡Muero por la Revolución!”».
En ese acto Raúl añadiría: «Tenemos plena confianza en nuestros estudiantes, en la joven generación que ha forjado la Revolución, heredera de las gloriosas tradiciones que la nación cubana ha atesorado en su corta pero heroica historia.
«Como prueba de esa convicción, hacemos solemne entrega y encargamos la custodia de este querido símbolo a la Federación Estudiantil Universitaria».
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