El fuego de la pasión es inextinguible. Autor: Rubén Aja Publicado: 21/09/2017 | 07:00 pm
El Caribe es sol y es lágrima y es música. Crisol. Ir y venir. Aquí se completó el mundo, se conectó el Viejo Mundo con el Nuevo. Cuba abre sus puertas al Caribe. Santiago lo hace emerger cada estreno de julio. Y lo que comenzó como intento, como fiesta de la escena, suma ya 37 ediciones ininterrumpidas.
El Festival prohijó la Casa del Caribe que festeja 35 años de reconectar raíces y de tender puentes. De ser vitrina y sustento de la historia, los fulgores, los sudores de una región. De refundar el Caribe desde un concepto cultural que rebasa sus islas y sus costas, lejos de visiones folclóricas, de las postales, de los complejos periféricos.
Como dioses tutelares ahí están el pensamiento de Joel James, la poesía de Jesús Cos Causse, el gesto de Rogelio Meneses. Ellos, los fundadores, acompañan siempre.
El Festival del Caribe es una olimpiada cultural. Es la vitrina donde se reconoce el legado profundo, el cimarronaje, el río indetenible de la tradición de los pueblos del Caribe como reservorio y salvaguarda de su espíritu, es decir, de su independencia.
Artistas populares, bailarines, músicos, poetas, académicos, investigadores y religiosos de islas y continentes se reúnen en Santiago de Cuba. Coloquios, versos, talleres, descargas, galas, homenajes, pasacalles. Bonaire, la pequeña Bonaire ha sido una revelación.
El Festival del Caribe apostó por la amistad entre los pueblos de Cuba y Estados Unidos. Cuando se festeja la alegría, no hay espacios al odio. El mundo puede ser un abrazo. Aquí la estrella es la identidad, es el ser. Y las mejores luces son aquellas que salen del pecho.
Este domingo, el diablo se quema en Santiago de Cuba. El Festival del Caribe se apaga, pero sus luces quedan. El fuego de la pasión es inextinguible.