Se avisan nubes que parecen haberse quedado enredadas en el paisaje terrenal. Autor: Alina Perera Robbio Publicado: 21/09/2017 | 06:59 pm
TRUJILLO, Venezuela.— A media mañana, cuando llegamos al Centro de Diagnóstico Integral (CDI) Rafael Rangel, del municipio de Boconó, encontramos un sitio muy concurrido por pacientes de todas las edades. Tanta afluencia no deja de asombrar, sobre todo si se repara en el paisaje que sirve de telón de fondo a la instalación médica: montañas que alternan con depresiones gigantescas del terreno, caminos empinados, nubes que parecen haberse quedado enredadas entre palmas y árboles de madera preciosa.
Como el viajero ve más cumbres que casas, como ha visto senderos difíciles, se asombra de que haya tantas personas reunidas en el CDI para recibir atención médica. ¿De cuán lejos habrán llegado? ¿Con cuántos dilemas y esperanzas?
En este centro pegado al cielo, donde venezolanos y cubanos trabajan muy unidos, uno puede encontrar hermosas sorpresas, como que una madre y su hija, de Cuba, estén cumpliendo juntas una misión. Geisi Areas González, de 26 años, llegó hace dos meses; asegura que se ha ido adaptando bien y que los venezolanos le resultan seres agradecidos. Ella, conocedora de la rehabilitación integral, se desempeña en mundos como el del gimnasio o la hidroterapia.
No lo dice, pero siente toda la protección del mundo junto a su madre Aleidis González Barrios, de 43 años, quien desde hace nueve meses labora en Venezuela como integrante de la Misión Médica de Cuba. «Cuando supe que mi hija vendría —confiesa—, lo único que hice fue llorar».
De tal relación la madre explica que ambas son como amigas, como hermanas que todo lo comparten, incluidas las historias. Esta experiencia, dice Aleidis, ha fortalecido en ella un sentimiento de humanidad que sigue acrecentándose.
La hija nos cuenta sobre una joven que está en silla de ruedas y a la cual ella ayuda en todo lo posible. Ante cada paciente que se acerca es imposible no conmoverse, no implicarse en la búsqueda de soluciones, explica.
¿Quién está orgullosa de quién?, indagamos con las dos. Y la madre, resuelta, no pierde tiempo: «El orgullo es mutuo». De todos modos la mujer que más ha vivido explica que su niña siempre fue «estudiosa, con buen índice académico, siempre ha sido de batalla; incluso tuvo su bebé mientras hacía su licenciatura, y también pudo llegar al final porque nunca he dejado de apoyarla».
Pueblo grande
Para el cubano Juan José Hernández, de 45 años, el ser humano siempre podrá resurgir de sus propios errores. Esa es una lucha, afirma, que puede darse por la virtud hasta el último instante. «Llevo 17 meses aquí —dice—; esta es mi segunda misión en tierra bolivariana, y en las dos me he desempeñado como coordinador de la misión deportiva».
Juan José conoce del valor que entraña el trabajo en la comunidad. Ha estado en lugares de pobreza extrema y de difícil acceso, desvelado por fomentar actividades del deporte allí donde, de modo natural, se da el talento. Antes de llegar al municipio de Boconó permaneció en Valera; se entusiasmó mucho trabajando con una treintena de mujeres de la tercera edad, quienes se sintieron muy mal cuando tuvieron que despedir al muchacho que las mantenía «en forma» y a quien llegaron a querer como a un hijo.
Juan José conoce el valor que entraña el trabajo en la comunidad. Foto Alina Perera Robbio, enviada especial
Ya en Boconó, donde está desde hace cuatro meses, el joven deportista ha tenido vivencias que recordará siempre: «En el consejo popular San Miguel, donde solo hay montañas, me encontré con una niña que llevaba 29 años encamada. Ni un solo médico había estado por allí. Nació con una enfermedad congénita y allí estaba, encamada. Al conocerla le hemos dado mucho ánimo, y la hemos estado ayudando con los ejercicios».
—¿Podrán volver por allá? El lugar es tan apartado… —dijimos a Juan José.
—La semana que viene estamos yendo.
Este joven, a quien se le nota la capacidad de saber aunar voluntades, reconoce que no puede estarse quieto: cree en la utilidad del trabajo comunitario, en el valor de la alegría, en actividades restauradoras como la bailo-terapia, que puede unir a un centenar de personas, y en ambientes tan nobles como los que pueden nacer del juego de ajedrez. Cree en el poder de alegrar lo mismo a niños que a ancianos.
Mientras trabaja, este artífice de la misión deportiva no deja de pensar en sus dos hijas, una de 16 años y otra de tres. A ellas, cuando las tiene delante, les cuenta sobre la trascendencia de la Revolución Cubana, sobre las huellas que han dejado hombres como Fidel y Chávez.
—Venezuela en momentos definitorios. Y tú aquí... —le comentamos a Juan José.
—Aquí estoy por compromiso con este pueblo chavista que a pesar de todas las limitaciones sigue firme, apoyando a Maduro, con una Constituyente que viene para marcar a mucha gente, sobre todo de la oposición, que nunca pensó que Maduro sorprendería con algo así. Yo les digo a los venezolanos, porque eso es lo que pienso: «Tengo mucha fe en que ustedes van a mejorar. Muchísima. Son un pueblo grande».
Enfermeras al límite
«No hemos vuelto a verlo, pero sí hemos sabido de él. Deben haberle quedado marcas, pero lo más importante es que está vivo», dice satisfecha Marlenis Figueredo Mompié, de 50 años, quien repara en que tenía 48 cuando llegó a tierra bolivariana. Así habla cuando evoca una historia que le ha conmovido hasta lo más hondo.
Ella pertenece, en La Habana, al municipio ultramarino de Regla. Licenciada en Enfermería, cumple con su misión en el municipio de Boconó. Así ha sido desde el primer día de su llegada y hasta hoy. La naturaleza de su oficio ha hecho que lidie con situaciones de emergencia, casi siempre al límite de la tragedia.
La historia que nos cuenta es la de «un niñito de una zona muy lejana, que llegó al CDI envuelto y entre los brazos de su madre. Venía quemado como consecuencia de un accidente. Cuando vimos de qué se trataba fuimos en su auxilio con mucha rapidez. El pequeño apenas se movía. Ese día lloré, lloré mucho mientras prestaba los auxilios necesarios. Luchaba por la vida del pequeño, pero sin dejar de llorar. Y ya le digo, para orgullo nuestro, él se salvó».
Las enfermeras Marlenis Figueredo Mompié y Yucet Vaillant Mendoza han visto y sentido mucho en tierras venezolanas. Foto Alina Perera Robbio, enviada especial
También Yucet Vaillant Mendoza, enfermera intensivista de 43 años, ha visto mucho a pesar de que lleva poco tiempo en el hermano país. Ella ha cosechado su experiencia en el Hospital General Doctor Juan Bruno Zayas, de Santiago de Cuba. Está lista para ver casos de suma envergadura. Y está contenta porque «los pacientes se van agradeciendo mucho la labor que hacemos. Hasta personas que se oponen al Gobierno bolivariano han permanecido ingresadas en el CDI. Hay que ver cómo se despiden cuando ya están bien: agradecidas y muchas veces con otros modos de mirar las cosas.
«Esta es una experiencia muy grande. Vaya… yo diría que esto es historia».