Muchas familias cubanas veían sin esperanza el porvenir de la Isla. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:51 pm
En los primeros dos tercios del siglo XX, la historia de Cuba fue problemática desde que nació a la llamada vida republicana, sobre todo, debido a un largo periodo signado por la influencia política perturbadora de Estados Unidos y por la cruenta dictadura de Fulgencio Batista.
En aquella etapa, al igual que muchos estados de América Latina, Cuba fue supervisada por el Departamento de Estado de Estados Unidos en muchos aspectos y en especial en el tema del control de la constitucionalidad, un lastre jurídico que mancilló por décadas la independencia conquistada en la manigua con la sangre de los mambises ante a la corona española.
La primera constitución cubana es de 1901 y representaba a una nación supuestamente libre, no obstante era sabido que tenía su soberanía truncada bajo la tutela de la llamada Enmienda Platt, que dio origen a un tratado leonino en favor de Washington.
Finalmente este «desarrollo» regresivo y frustrante para el pueblo de la nación antillana fue, además, bruscamente amputado con el golpe de Estado que el 10 de marzo de 1952 dio el entonces general Fulgencio Batista. Este evento dejó sin efecto la Constitución de 1940, que fue remplazada por la Ley Constitucional de 1952.
Se trataba de la más alta expresión de despotismo dirigida por la administración norteamericana en alianza con la minoría burguesa nacional. El golpe de Batista eliminó derechos y libertades democráticas, declaró la ilegalidad de partidos políticos y lanzó una cruel represión contra todos los cubanos y cubanas con vocación progresista.
Ese mismo 10 de marzo, después del golpe de Estado, el joven abogado Fidel Castro denunciaba en carta pública la ilegalidad del cuartelazo, exhortando al pueblo a luchar. A las pocas semanas acusó a Batista ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, por haber violado la Constitución de 1940 al usurpar arbitrariamente el poder.
Mientras tanto, el gobernante de facto tomó control de la constitucionalidad en toda la Isla y dio rienda suelta a una cadena de crímenes, estropicios administrativos, corruptelas políticas y excesos estatales que devinieron en un escenario social donde se registraban 9 000 maestros desempleados y un alto por ciento de población era analfabeta.
Dentro de una población de cuatro millones 376 mil habitantes, había un millón 32 mil analfabetos (23,6 por ciento). En zonas rurales el 50 por ciento de los niños en edad escolar, aproximadamente 800 000, no asistía a la escuela. Existían solo 17 000 aulas, cuando debían ser 35 000, por ende, cada año aumentaba el ejército de adultos analfabetos.
En cuanto al sector de la salud pública antes de 1959, los indicadores claves eran funestos: la tasa de mortalidad infantil (por mil nacidos vivos) era de alrededor del 40 por ciento, la tasa de mortalidad materna (por 100 000 nacidos vivos) de 110 por ciento, la mortalidad en niños menores de 5 años (por mil nacidos vivos) de 42,4 por ciento, esperanza de vida de 62 años, y los índices de gastroenteritis y tuberculosis por habitantes eran de cerca de 29 por ciento.
En ese contexto Fidel Castro comenzó a organizar un movimiento revolucionario, agrupando en sus filas a ciudadanos de la clase trabajadora, intelectuales, estudiantes y profesionales, con una dirección nacional militar y civil. El objetivo cimero era convocar a todo el pueblo a la insurrección, meta finalmente coronada con la victoria total en enero de 1959.
La pobreza extrema pesaba como una constante en muchas familias campesinas.
Millares de menores de edad estaban obligados a trabajar debido a precarias situaciones familiares.
La desnutrición era el pan de cada día sobre todo en los campos de Cuba.
La informalidad en los empleos, otro lastre para una sociedad en permanente zozobra.
Miseria y desamparo, calamidades del campesinado cubano.
Niños del campo enfrentaban parasitismo y carencias médicas.
Persistían los graves problemas de la asistencia social en campos y ciudades.